Un relato corto en el espíritu de las fiestas.
El pequeño grupo había decidido refugiarse temporalmente en el bosque. Estaba demasiado cerca de esas criaturas como para que fuese realmente seguro, pero por ahora había resultado ser suficiente.
Pepe volvía de su expedición cargando ramas sueltas, con la esperanza de encender un fuego que les ayudara a pasar la noche. Todas sus extremidades crujían horriblemente, pero él prefería no darle importancia.
Tatiana salió a su paso. Caminaba lentamente, como si intentara no hacer ruido, pero aun así consiguió plantarse frente a Pepe, impidiendo que avanzara.
—No… pases… ahora… —dijo Tatiana, con voz cansada—. Está……… durmiendo…
Pepe se paró un par de segundos a meditar lo que acababa de oír.
—¿Qué… ha hecho… ahora… ese lastre…… con patas…? —terminó por preguntar.
—Cálmate… primero… —le sugirió Tatiana.
Pero Pepe no estaba dispuesto a aceptar eso como respuesta.
—¡...Guterres! —llamó en voz alta con voz ronca, sin llegar a gritar—. ¡¿Guterres, dónde... estás?!
Otro de ellos, más joven, salió detrás de un árbol arrastrando una pierna que parecía herida.
—Ha sido... él..., Pepe —explicó el recién llegado Guterres acusando al bulto frente al que se había colocado Tatiana—. Ha echado… a perder toda… la comida.
Pepe le miró con horror.
—… … … ¡¿Qué?! —exclamó.
Dio unos pasos en la dirección que señalaba Guterres y se encontró, en efecto, con todas sus provisiones derramadas por el suelo: una cantidad lesiva de yogur. Litros y litros de la sustancia blanca que la tierra ya había empezado a absorber. Habían logrado recuperar un poco después de que algo o alguien hubiera derribado los botes, pero en absoluto suficiente para mantenerlos por mucho tiempo.
Pepe se volvió iracundo hacia el culpable y caminó hacia él lo más rápido que sus cansadas piernas le permitían.
—Ahora… Verás…
Tatiana estaba interpuesta, pero él la esquivó sin mayor esfuerzo.
—¿Qué vas... a hacer?
—Darle la… lección que necesita.
Agarró al muchacho que dormía en el suelo, de unos veinte años y este, sobresaltado, gritó una única palabra.
—¿Solo… sabes decir… eso? —preguntó Pepe—. ¿Cómo puedes… ser tan… imbécil?
Le llevó un rato angustioso arrastrarlo hasta el yogur. Tatiana trató de impedírselo, pero él la apartó y lanzó la cara del asustado joven contra el yogur derramado.
—Desde que te... recogimos no das... más que problemas —le gritó el hombre—. Vas... a acabar por… matarnos... a todos.
—No le digas… esas cosas… —interrumpió Tatiana—. No sabe… lo que hace.
—Teníamos… que haberlo… dejado… en la gasolinera… y que… la naturaleza… siguiera… su curso…
Guterres asintió en silencio. Tatiana estaba furiosa por lo que acababa de oír.
—¿¡Por qué!... ¡crees!... ¡que tu vida!... ¡vale más!... ¡que la suya!...?
—Porque yo… puedo… defenderme… no como… esa… escoria…
Tatiana había oído suficiente. Apretó el puño y lo proyectó hacia la cara de Pepe. Este recibió el golpe, pero no parecía inmutarse por el dolor.
—Si quieres… quedarte… con él… puedes… hacerlo…… Guterres… y yo… vamos a buscar… más comida… y a lo mejor… no volvemos…
—Claro… jefe… —contestó Guterres.
Ambos emprendieron la marcha, lentamente, para no alertar a las criaturas de los alrededores. Tatiana se quedó atrás, ayudando a Richi a levantarse. No podía permitir que alguien tan indefenso como Richi, alguien que era incapaz de darse cuenta siquiera de lo peligroso que era el mundo en el que ahora vivían, se quedase atrás y fuese brutalmente asesinado por las criaturas. No era lo correcto, y los pondría al mismo nivel que esos monstruos asesinos.
Sin embargo, también sabía que no podía cuidar de él ella sola. No sería capaz de conseguir comida sin la fuerza combinada de Guterres y Pepe. Hizo lo único que podía en ese momento: cogió a Richi por el brazo y se puso a correr todo lo rápido que podía siguiendo el camino que Pepe y Guterres acababan de tomar. Richi seguía balbuceando como de costumbre. Ella se esforzó por no prestarle atención.
Guterres los oyó en la lejanía, y se giró para ver que venían en su dirección.
—Jefe… Viene… con el chico… —alertó a Pepe.
Pepe soltó un largo y gutural suspiro de exasperación antes de gritar por encima de su hombro.
—¡Está… bien! ¡Venid si… queréis! ¡Pero no me hago… responsable! —Y siguió andando colina abajo con Guterres.
Tatiana y Richi frenaron, con ella intentando acallar a este mientras los seguían a una distancia prudencial.
Al fin llegaron al límite que era la línea de árboles y pisaron el asfalto del pequeño pueblo que había junto a la foresta. No había pasado mucho desde que el mundo se había sumido en el caos y las farolas aún se encendían automáticamente. Esto, que antes les había reportado seguridad en la noche, ahora hacía mucho más difícil caminar por las calles desiertas de la población sin ser vistos por alguna de las pocas criaturas que rondaran a esas horas o se asomaran desde las casas. El sigilo era vital.
No era la primera vez que venían: habían hecho algunos viajes de reconocimiento para conocer el sitio y conseguir algo de comida, pero no gran cosa... hasta hoy. Si querían poder sobrevivir, necesitarían mucho yogur y rápido, y solo había un sitio en el que podían conseguirlo.
Arrastrándose lentamente por callejones poco iluminados y rincones sombríos pronto dieron con sus huesos frente al supermercado más cercano a su escondite. Aún estaba intacto; probablemente aún no había llegado ningún otro saqueador.
Tatiana se esforzaba en mantener a Richi callado ante la mirada que Pepe le dirigía.
—Si hace... un... ruido... os quedáis solos —susurró el hombre.
Tatiana asintió, resignada.
Pepe trató de romper los cristales del escaparate lanzando una piedra. Sin embargo, la piedra rebotó y cayó sobre el pie derecho de Tatiana.
—¡Aaaaaaaaaaa! —se quejó Tatiana, sin llegar a gritar.
Se tapó la boca con la mano al darse cuenta de que había hecho ruido, pero, por suerte, los únicos que se habían dado cuenta habían sido Pepe y Guterres, que la miraban con gesto de desaprobación.
Sin embargo, el quejido de Tatiana fue suficente para alertar a Richi, que gritó:
—¡Cereeeeebros! ¡Cereeeeeeeeeeeeebros!
En ese mismo instante, se encendió una luz en una vivienda en el primer piso del edificio de la tienda. Pepe se dio cuenta al instante de que una de las criaturas había okupado ese piso, y se puso a correr hacia el bosque del que habían venido. Los demás lo siguieron sin pensar. Tatiana andaba con dificultad después de recibir el impacto de la piedra, pero era capaz de mantener el ritmo.
Guterres miró atrás instintivamente. La criatura había abierto la ventana. Era un monstruo del tamaño de un humano, arrugado y con pelo blanco. Solo se le veía un ojo, y donde debería estar su otro globo ocular había un trozo de tela negro. Blandía una escopeta, que disparó. La bala impactó a escasos metros de Guterres, que no podía dejar de mirar a la criatura, horrorizado.
—¡No os dejaré entrar en mi tienda, zombis del infierno! —parecía vociferar la criatura mientras disparaba una segunda vez, fallando de nuevo—. ¡Si creéis que no puedo apuntaros con solo un ojo estáis muy equivocados!
Siguieron su huida arrastrándose como podían en dirección a los bosques, pero no lo bastante rápido como para que la vieja criatura, vestida con su pijama, no tuviera tiempo para bajar hasta la puerta de la calle y volver a dispararles.
—¡Malditos! ¡Os volaré la tapa de los sesos!
Por suerte para ellos, aunque la criatura iba armada, era casi tan rápida como ellos y, además de no disponer de una gran puntería, tampoco recargaba a gran velocidad. No obstante, era tenaz y no abandonaba la persecución.
Los siguió hasta el interior del bosque en el que seguían intentando buscar refugio, gritando como un energúmeno.
En la apresurada huida, Richi se había quedado atrás y, entre sus pasos torpes, había dado con una piedra que le había hecho tropeza. Tirado en el suelo les llamaba gritando "cereeeebros".
Tatiana se volvió despacio, la criatura se aproximaba y Pepe y Guterres no tenían pinta de ir a detenerse. Pero no podía dejar abandonado a Richi.
Se volvió y caminó hacia él rodeada por el fuego intermitente de la escopeta hasta que al fin estuvo junto a su desvalido compañero. La criatura estaba cada vez más cerca y su escopeta hacía retumbar todo el lugar. Con no poco esfuerzo Tatiana logró levantar a Richi y le hizo correr.
—No... te pares.
Y ella misma retomó la huida, pero hubo un disparo tras ella y notó el dolor penetrante del disparo en la espalda. Notó un quejido. Ya estaba lo bastante cerca como para que la criatura tuerta no tuviera problema en darle. Y al primer disparo siguieron otro y otro. La fuerza de los cartuchos la hizo caer y, desde el suelo, vio a sus compañeros alejarse y perderse en el bosque.
Ella misma usó sus fuerzas para arrastrarse hasta el interior del bosque, hasta donde su atacante no podía seguirla y cerró los ojos.
Unas horas más tarde Pepe y Guterres decidieron que habían “corrido” suficiente. Miraron atrás y, en efecto, nadie los seguía, amigo o enemigo.
—¿Ahora… qué…, jefe? —inquirió Guterres, con no poca preocupación.
—Ahora… empezamos el plan… B —contestó Pepe, cambiando de dirección—. Es… arriesgado, pero… hay un lugar donde… podremos ocultarnos.
En otro lugar del bosque Richi aún vagaba sin rumbo y gritando, llenando de horror el espacio entre los troncos. Lejos de él, en un claro, Tatiana abrió los ojos y se dio cuenta, sorprendida, de que las balas no habían podido matarla, solo había quedado inconsciente.
Y la luz de un farol solitario alumbraba el cartel del lugar donde Pepe y Guterres pensaban ocultarse: Residencia para Mayores Francavista.
¿Continuará?