- Sigue sin haber fuego infernal.
- Sigue sin haber cultos milenaristas del liquidillo verde.
- Siguen sin aparecer los jinetes del apocalipsis.
- Sigue sin haber saqueos y crimen rampante.
- Bandas de gente vestidos como punkis y liderados por personajes variopintos siguen sin dominar el yermo postapocalíptico.
- El puño de la estrella del norte sigue sin ser real.
- Internet y la televisión siguen funcionando.
- Sigue sin haberse producido una guerra nuclear o un desastre natural de proporciones bíblicas.
- Nadie ha sido por ahora marcado con el signo de la bestia.
- La tercera guerra mundial sigue sin haber empezado.
- El rapto sigue sin haber ocurrido.
- El mundo aún no se ha convertido en un horrible desierto donde solo impera la ley del más fuerte.
- La civilización aún no ha colapsado.
- Siguen sin haber aparecido falsos profetas que nos lleven por el camino del mal.
- Las hordas de zombis siguen sin haber llegado a nuestras casas.
- La decadencia moral sigue sin ser más grave que de costumbre.
- Las estrellas siguen sin dar signos claros del fin de los tiempos como, por ejemplo, reorganizarse en forma de un gigantesco cartel que diga "el fin está cerca".
- El anticristo sigue sin aparecer por aquí, a pesar de que nos debe dinero.
- Corea del Norte está más tranquila que de costumbre.
31 dic 2018
Informe del apocalipsis más aburrido de la historia 2018
Saludos monifáticos. En estos informes anuales sobre el apocalipsis más aburrido de la historia (que empezó a finales 2012 con la explosión del calendario maya) solemos hablaros de cosas que han pasado a lo largo del año como consecuencia de la ola de aburrimiento y liquidillo verde que sacude, digo, agita ligeramente la Tierra. No obstante, considerando que estos reportes podrían resultar demasiado alarmistas, este año hemos concluido que preferimos hacer una lista de cosas que siguen sin pasar y cuya ausencia hace de este el apocalipsis más aburrido de la historia. Hela aquí:
25 dic 2018
El último regalo
Hacía un herm… Hacía un día en Pork, a pesar de la polución. Sí, Pork, capital de Himandia y de la baja calidad de vida.
Norberto Ortiz salió del portal de un edificio, perfectamente vestido y sacudiendo alegremente su cartera de comercial. El hombre de mediana edad silbaba: hoy había sido un excelente día de asustar viejos, había hecho los mejores números de todo diciembre. Por algún motivo todos parecían estar especialmente sentimentales y fáciles de asustar. Tenía la vaga sensación de que esto ocurría cada año, pero, como también solía pasarle no lograba precisar el por qué. Sea como fuera, pronto todo ese viejo edificio de apartamentos sería un hermoso centro comercial a medio construir como parte de un timo inmobiliario. Si algo simbolizaba su trabajo de asustador de viejos, era el progreso.
Bajaba por una de las avenidas de la ciudad, no especialmente peor cuidada que cualquiera de las otras, pero se notaba algo demasiado tranquilo en el ambiente, casi le ponía nervioso. No obstante, él no prestaba demasiada atención, estaba ocupado pensando en cómo, cuando ahorrara lo suficiente, le gustaría tener once perros, enseñarles a jugar al fútbol, montar un equipo y después vender los derechos de la película. Él podía ser el entrenador y su señora la manager, se harían de oro.
Pero entonces, por el rabillo del ojo le pareció ver una explosión, aunque después se dio cuenta de que era solo un televisor, expuesto en el escaparate de una de las tiendas de electrónica, que mostraba un reportaje sobre uno de los supuestos ataques de Papá Gnol en el que acabaron participando los lobos urbanitas de Pork. Los cánidos, como de costumbre, apreciaron la carne churruscada resultante del evento. Murieron trece personas, y cuatro de los lobos recibieron quemaduras de tercer grado.
Pero Norberto no oyó la mayor parte de los detalles de esta impactante, aunque mundana, noticia. Y esto no solo se debía a que su vida como asustador lo había dejado parcialmente insensible al sufrimiento ajeno. No, Norberto se había percatado de algo muy importante. Era 40 de Dadiván y alrededores según el calendario porcino, lo que viene siendo el 24 de diciembre en el gregoriano. Era el día antes de Dadiván, y no tenía ningún regalo.
Un cúmulo de emociones sobrellevaron al cincuentón, pero ninguna de ellas ocupaba su mente con más fuerza que la imagen de su mujer, visiblemente decepcionada, impidiéndole dormir en casa hasta epifanía. Norberto conocía demasiado bien el frío abrazo del felpudo en los meses de invierno.
Intentó entrar en la tienda de electrodomésticos, pero justo en ese momento se corrió la cortina metálica. Su primer impulso había fracasado.
Rezumando adrenalina, Norberto recorrió con paso ligero las calles de Pork. No sabía muy bien hacia dónde ir ni qué comprar, y el único plan que su dramáticamente acelerado cerebro era capaz de concebir era seguir andando hasta encontrar una tienda abierta con algo que poder regalar.
Por desgracia, los ataques atribuidos a Papá Gnol (por no decir el hecho de que los lobos se acercaban a su temporada de apareamiento) habían conseguido que el asustador no pudiera encontrar ninguna tienda abierta a pesar de que no pasaban de las siete de la tarde.
Se detuvo por un momento para recuperar el aliento y, mientras se tiraba del cuello de la camisa, miró a la derecha y vio el cielo abierto: los ángeles lo llamaban con la forma de los caracteres de un bazar oriental que, por supuesto, no había cerrado.
Se precipitó al interior solo para descubrir que las estanterías estaban completamente vacías, albergando solo una ligera brisa que arrastraba algunos papeles en el suelo.
—Tiene que haber, algo —se dijo a sí mismo.
—Casi todo está ya vendido —le explicó el dependiente, desde el mostrador mientras ojeaba con desgana su portátil, pobremente escondido tras la caja registradora.
—Seguro que puedo encontrar algo —prosiguió Norberto casi sin reparar en él, adentrándose en la tienda.
—¡Cerramos en cinco minutos!
Norberto volvió a echar a correr.
Recorrió las estanterías en bustrófedon de un lado a otro, jadeando, intentando encontrar algo mejor que cajas de cartón vacías. Y entonces lo vio, esperándolo: un cubo de plástico azul perfectamente genérico. Y lo mejor de todo es que no habría que envolverlo, cosa que el dependiente desde luego no iba a hacer, porque por algún motivo ya tenía puesto un lacito. Se abalanzó sobre él como una pantera, pero, cuando lo alcanzó, una señora mayor, tan entrada en años como en carnes, también lo había cogido y tiraba en dirección contraria. El cubo, liso y de medio metro de alto, no era fácil de agarrar, por lo que ambos empezaron a forcejear tirando del lacito. Viendo que ninguno de los dos cedía, ambos dejaron que sus ojos se encontraran.
—¡Yo lo vi primero! —perjuró ella.
—Señora, suéltelo ahora mismo si sabe lo que le conviene, trabajo para gente importante —replicó Norberto.
El dependiente, que se había asomado entre los anaqueles, les llamó la atención, sin abandonar su expresión de desgana y exasperación.
—Señores, voy a cerrar esto para evitar el metro de los lobos, así que se lo vendo al primero que me lo traiga y me ponga cinco euros en la mano.
Al oír esto, Norberto y la mujer volvieron a encontrar miradas, casi como si intentasen matarse con las pupilas más afiladas del mundo.
—¡Cago na cona que te pariu! —profirió la anciana en un idioma que Norberto no conocía— ¡Suelta ese coso o te muelo a hostias!
Lo que Norberto sí conocía era ese tipo de anciana. Sabía que nada de lo que dijera iba a asustarla lo más mínimo, y amenazarla con violencia no sería efectivo, pues la señora sería plenamente consciente de que sus lorzas podrían contener fácilmente los puñetazos de un asustador de mediana edad con suscripción Premium++ que jamás había usado ni jamás usaría. Solo le quedaba una opción. Su arma secreta.
Con un rápido movimiento, Norberto sacó de su cartera una granada de juguete. Medio segundo examinando la superficie del aparato hubiera sido suficiente para determinar que estaba hecho de plástico blando. Sin embargo, el cerebro de los ancianos funciona a una velocidad ligeramente inferior que el de personas de menor edad, necesitando pues más tiempo para llevar a cabo esta examinación. Era un dato que Norberto conocía bien. Nadie usaba las granadas falsas como él lo hacía.
Sin dudarlo, Norberto lanzó la granada de juguete en dirección a la señora, que instintivamente se agachó y se tapó los oídos.
—¡Ai, carallo! —gritó. Pero Norberto estaba demasiado lejos como para oírla.
Mientras corría, Norberto sacó de su cartera lo que había calculado que sería la cantidad apropiada del producto. En realidad estaba pagando tres veces su precio, pero no lo sabía, ni le importaría si lo supiera. Lo lanzó descuidadamente hacia el mostrador, dejando caer mitad de las monedas al suelo. El dependiente le clavó una mirada cargada de frustración y rencor, pero Norberto no la veía. Ni al dependiente ni a la señora ni a la tienda. Su habilidad para escapar de situaciones peliagudas le había evitado problemas serios con ancianos armados y/o expertos en artes marciales. Era su única aptitud física y estaba inmensamente orgulloso de ella.
Así, corrió a toda pastilla hasta la estación de metro: todavía le daba tiempo de coger uno que lo dejase en casa antes de que su señora volviese de su visita diaria al bingo. Picó billete y bajó las escaleras mecánicas hasta alcanzar el andén, completamente vacío.
Paró en seco y, por un instante, se mantuvo tieso como un palo mientras esperaba a que se le bajara toda la adrenalina acumulada. Finalmente, dejó escapar un largo suspiro y se paró a mirar su cubo perfectamente genérico con un lacito.
—Menuda mierda le he comprado este año.
Y como si estas palabras lo hubieran invocado, empezó a oírse el tren en la distancia. Norberto volvió a mirar el reloj y sonrió contento. Al menos esta vez todo estaba yendo bien. El vagón paró frente a él, por las ventanas tampoco se veía a nadie. No cogía mucho esta línea, pero incluso para Pork estaba sorprendentemente poco transitada.
Las puertas del vagón se abrieron y, en su interior, revelaron una manada de unos siete lobos, que miraban a Norberto, enseñando los dientes y relamiéndose.
—Maldita sea, los lobos —se dijo Norberto, retrocediendo despacio y metiendo la mano en su cartera.
Sacó otra granada, sin duda sería suficiente para asustar a estos cánidos urbanitas. Después de todo, un lobo que fuera lo bastante inteligente como para sobrevivir en Pork tenía que saber lo que era una granada… Pero lo sabían demasiado bien. Por un momento dudaron, pero entonces uno de ellos se adelantó y Norberto supo claramente que se habían dado cuenta de que era de plástico.
No quedaba más opción que salvar la vida mientras aún pudiera: les tiró el cubo de plástico perfectamente genérico y empezó a correr escaleras arriba. Por suerte solo un par de ellos le persiguieron, mordisqueándole las piernas para ahuyentarlo de su territorio.
Norberto llegó a su bloque de pisos arrastrándose como buenamente podía. Por suerte, nadie se había aprovechado de su situación para atracarlo por el camino. Probablemente todos estaban demasiado asustados por el habitual panorama dadivaneño como para salir a la calle.
Reptó escaleras arriba (la cabina del ascensor había sido llevada a reparar hacía quince años y aún no había vuelto) y, al llegar a la puerta de su casa (en el cuarto piso), rascó la puerta como un perro que quiere ir de paseo. Con suerte estas dadivanes no tendría que dormir en el felpudo sobre el que yacía en ese momento.
Su mujer abrió la puerta. Su mirada no mostraba sorpresa, ni compasión, ni siquiera decepción. Su expresión estaba tan vacía como las manos de Norberto, que había tenido que lanzar su “regalo” para salvar su vida.
—Lo siento, Clotilde, no he pod—
Antes de que pudiera acabar la frase, Clotilde se había dado la vuelta y andaba a paso ligero a otra de las estancias de la casa. Norberto sintió un sudor frío en su espalda.
—¡Clotilde! ¿¡No me dejarás aquí, verdad!? ¡Agh! ¡Que me estoy desangrando!
Cuando pudo acabar su frase, su esposa ya estaba de vuelta, portando entre sus manos un pequeño paquete, que dejó en el suelo, a escasos centímetros de la cara de Norberto.
—Ábrelo —se limitó a decirle a su marido.
—Oye, Clotilde, que lo siento mucho, pero creo que ahora no es el mejor momento par—
—¡Que lo abras, cojona!
—Vale, vale, joder…
No queriendo contradecir a su señora en su estado actual, Norberto abrió el regalo de Dadiván que acababa de recibir. Dentro de la pequeña caja pudo ver… un improvisado kit de primeros auxilios. Vendas, alcohol, antiestamínicos y un bombón de chocolate con leche.
—Sabía que ibas a hacer lo mismo de siempre y que ibas a llegar hecho unos zorros. Anda, véndate y vamos a ver la tele, te he grabado el partido de invocación de bestias arcanas.
—Oye, Clotilde… Aprecio el regalo, pero… ¿No debería ir a un hospital? Por todo ese asunto de la rabia, ya sabes...
Clotilde miró a Norberto con desdén.
—Tú siempre tienes que encontrar la forma de joderme las fiestas. Si es que es siempre lo mismo.
El matrimonio se pasó tres cuartos de hora discutiendo en el recibidor de su casa. Tras esto, Norberto se desmayó. Clotilde tardó diez minutos en decidir que sería una buena idea llevarlo al hospital.
Y todos aprendieron una valiosa lección. Seguramente.
Norberto Ortiz salió del portal de un edificio, perfectamente vestido y sacudiendo alegremente su cartera de comercial. El hombre de mediana edad silbaba: hoy había sido un excelente día de asustar viejos, había hecho los mejores números de todo diciembre. Por algún motivo todos parecían estar especialmente sentimentales y fáciles de asustar. Tenía la vaga sensación de que esto ocurría cada año, pero, como también solía pasarle no lograba precisar el por qué. Sea como fuera, pronto todo ese viejo edificio de apartamentos sería un hermoso centro comercial a medio construir como parte de un timo inmobiliario. Si algo simbolizaba su trabajo de asustador de viejos, era el progreso.
Bajaba por una de las avenidas de la ciudad, no especialmente peor cuidada que cualquiera de las otras, pero se notaba algo demasiado tranquilo en el ambiente, casi le ponía nervioso. No obstante, él no prestaba demasiada atención, estaba ocupado pensando en cómo, cuando ahorrara lo suficiente, le gustaría tener once perros, enseñarles a jugar al fútbol, montar un equipo y después vender los derechos de la película. Él podía ser el entrenador y su señora la manager, se harían de oro.
Pero entonces, por el rabillo del ojo le pareció ver una explosión, aunque después se dio cuenta de que era solo un televisor, expuesto en el escaparate de una de las tiendas de electrónica, que mostraba un reportaje sobre uno de los supuestos ataques de Papá Gnol en el que acabaron participando los lobos urbanitas de Pork. Los cánidos, como de costumbre, apreciaron la carne churruscada resultante del evento. Murieron trece personas, y cuatro de los lobos recibieron quemaduras de tercer grado.
Pero Norberto no oyó la mayor parte de los detalles de esta impactante, aunque mundana, noticia. Y esto no solo se debía a que su vida como asustador lo había dejado parcialmente insensible al sufrimiento ajeno. No, Norberto se había percatado de algo muy importante. Era 40 de Dadiván y alrededores según el calendario porcino, lo que viene siendo el 24 de diciembre en el gregoriano. Era el día antes de Dadiván, y no tenía ningún regalo.
Un cúmulo de emociones sobrellevaron al cincuentón, pero ninguna de ellas ocupaba su mente con más fuerza que la imagen de su mujer, visiblemente decepcionada, impidiéndole dormir en casa hasta epifanía. Norberto conocía demasiado bien el frío abrazo del felpudo en los meses de invierno.
Intentó entrar en la tienda de electrodomésticos, pero justo en ese momento se corrió la cortina metálica. Su primer impulso había fracasado.
Rezumando adrenalina, Norberto recorrió con paso ligero las calles de Pork. No sabía muy bien hacia dónde ir ni qué comprar, y el único plan que su dramáticamente acelerado cerebro era capaz de concebir era seguir andando hasta encontrar una tienda abierta con algo que poder regalar.
Por desgracia, los ataques atribuidos a Papá Gnol (por no decir el hecho de que los lobos se acercaban a su temporada de apareamiento) habían conseguido que el asustador no pudiera encontrar ninguna tienda abierta a pesar de que no pasaban de las siete de la tarde.
Se detuvo por un momento para recuperar el aliento y, mientras se tiraba del cuello de la camisa, miró a la derecha y vio el cielo abierto: los ángeles lo llamaban con la forma de los caracteres de un bazar oriental que, por supuesto, no había cerrado.
Se precipitó al interior solo para descubrir que las estanterías estaban completamente vacías, albergando solo una ligera brisa que arrastraba algunos papeles en el suelo.
—Tiene que haber, algo —se dijo a sí mismo.
—Casi todo está ya vendido —le explicó el dependiente, desde el mostrador mientras ojeaba con desgana su portátil, pobremente escondido tras la caja registradora.
—Seguro que puedo encontrar algo —prosiguió Norberto casi sin reparar en él, adentrándose en la tienda.
—¡Cerramos en cinco minutos!
Norberto volvió a echar a correr.
Recorrió las estanterías en bustrófedon de un lado a otro, jadeando, intentando encontrar algo mejor que cajas de cartón vacías. Y entonces lo vio, esperándolo: un cubo de plástico azul perfectamente genérico. Y lo mejor de todo es que no habría que envolverlo, cosa que el dependiente desde luego no iba a hacer, porque por algún motivo ya tenía puesto un lacito. Se abalanzó sobre él como una pantera, pero, cuando lo alcanzó, una señora mayor, tan entrada en años como en carnes, también lo había cogido y tiraba en dirección contraria. El cubo, liso y de medio metro de alto, no era fácil de agarrar, por lo que ambos empezaron a forcejear tirando del lacito. Viendo que ninguno de los dos cedía, ambos dejaron que sus ojos se encontraran.
—¡Yo lo vi primero! —perjuró ella.
—Señora, suéltelo ahora mismo si sabe lo que le conviene, trabajo para gente importante —replicó Norberto.
El dependiente, que se había asomado entre los anaqueles, les llamó la atención, sin abandonar su expresión de desgana y exasperación.
—Señores, voy a cerrar esto para evitar el metro de los lobos, así que se lo vendo al primero que me lo traiga y me ponga cinco euros en la mano.
Al oír esto, Norberto y la mujer volvieron a encontrar miradas, casi como si intentasen matarse con las pupilas más afiladas del mundo.
—¡Cago na cona que te pariu! —profirió la anciana en un idioma que Norberto no conocía— ¡Suelta ese coso o te muelo a hostias!
Lo que Norberto sí conocía era ese tipo de anciana. Sabía que nada de lo que dijera iba a asustarla lo más mínimo, y amenazarla con violencia no sería efectivo, pues la señora sería plenamente consciente de que sus lorzas podrían contener fácilmente los puñetazos de un asustador de mediana edad con suscripción Premium++ que jamás había usado ni jamás usaría. Solo le quedaba una opción. Su arma secreta.
Con un rápido movimiento, Norberto sacó de su cartera una granada de juguete. Medio segundo examinando la superficie del aparato hubiera sido suficiente para determinar que estaba hecho de plástico blando. Sin embargo, el cerebro de los ancianos funciona a una velocidad ligeramente inferior que el de personas de menor edad, necesitando pues más tiempo para llevar a cabo esta examinación. Era un dato que Norberto conocía bien. Nadie usaba las granadas falsas como él lo hacía.
Sin dudarlo, Norberto lanzó la granada de juguete en dirección a la señora, que instintivamente se agachó y se tapó los oídos.
—¡Ai, carallo! —gritó. Pero Norberto estaba demasiado lejos como para oírla.
Mientras corría, Norberto sacó de su cartera lo que había calculado que sería la cantidad apropiada del producto. En realidad estaba pagando tres veces su precio, pero no lo sabía, ni le importaría si lo supiera. Lo lanzó descuidadamente hacia el mostrador, dejando caer mitad de las monedas al suelo. El dependiente le clavó una mirada cargada de frustración y rencor, pero Norberto no la veía. Ni al dependiente ni a la señora ni a la tienda. Su habilidad para escapar de situaciones peliagudas le había evitado problemas serios con ancianos armados y/o expertos en artes marciales. Era su única aptitud física y estaba inmensamente orgulloso de ella.
Así, corrió a toda pastilla hasta la estación de metro: todavía le daba tiempo de coger uno que lo dejase en casa antes de que su señora volviese de su visita diaria al bingo. Picó billete y bajó las escaleras mecánicas hasta alcanzar el andén, completamente vacío.
Paró en seco y, por un instante, se mantuvo tieso como un palo mientras esperaba a que se le bajara toda la adrenalina acumulada. Finalmente, dejó escapar un largo suspiro y se paró a mirar su cubo perfectamente genérico con un lacito.
—Menuda mierda le he comprado este año.
Y como si estas palabras lo hubieran invocado, empezó a oírse el tren en la distancia. Norberto volvió a mirar el reloj y sonrió contento. Al menos esta vez todo estaba yendo bien. El vagón paró frente a él, por las ventanas tampoco se veía a nadie. No cogía mucho esta línea, pero incluso para Pork estaba sorprendentemente poco transitada.
Las puertas del vagón se abrieron y, en su interior, revelaron una manada de unos siete lobos, que miraban a Norberto, enseñando los dientes y relamiéndose.
—Maldita sea, los lobos —se dijo Norberto, retrocediendo despacio y metiendo la mano en su cartera.
Sacó otra granada, sin duda sería suficiente para asustar a estos cánidos urbanitas. Después de todo, un lobo que fuera lo bastante inteligente como para sobrevivir en Pork tenía que saber lo que era una granada… Pero lo sabían demasiado bien. Por un momento dudaron, pero entonces uno de ellos se adelantó y Norberto supo claramente que se habían dado cuenta de que era de plástico.
No quedaba más opción que salvar la vida mientras aún pudiera: les tiró el cubo de plástico perfectamente genérico y empezó a correr escaleras arriba. Por suerte solo un par de ellos le persiguieron, mordisqueándole las piernas para ahuyentarlo de su territorio.
Norberto llegó a su bloque de pisos arrastrándose como buenamente podía. Por suerte, nadie se había aprovechado de su situación para atracarlo por el camino. Probablemente todos estaban demasiado asustados por el habitual panorama dadivaneño como para salir a la calle.
Reptó escaleras arriba (la cabina del ascensor había sido llevada a reparar hacía quince años y aún no había vuelto) y, al llegar a la puerta de su casa (en el cuarto piso), rascó la puerta como un perro que quiere ir de paseo. Con suerte estas dadivanes no tendría que dormir en el felpudo sobre el que yacía en ese momento.
Su mujer abrió la puerta. Su mirada no mostraba sorpresa, ni compasión, ni siquiera decepción. Su expresión estaba tan vacía como las manos de Norberto, que había tenido que lanzar su “regalo” para salvar su vida.
—Lo siento, Clotilde, no he pod—
Antes de que pudiera acabar la frase, Clotilde se había dado la vuelta y andaba a paso ligero a otra de las estancias de la casa. Norberto sintió un sudor frío en su espalda.
—¡Clotilde! ¿¡No me dejarás aquí, verdad!? ¡Agh! ¡Que me estoy desangrando!
Cuando pudo acabar su frase, su esposa ya estaba de vuelta, portando entre sus manos un pequeño paquete, que dejó en el suelo, a escasos centímetros de la cara de Norberto.
—Ábrelo —se limitó a decirle a su marido.
—Oye, Clotilde, que lo siento mucho, pero creo que ahora no es el mejor momento par—
—¡Que lo abras, cojona!
—Vale, vale, joder…
No queriendo contradecir a su señora en su estado actual, Norberto abrió el regalo de Dadiván que acababa de recibir. Dentro de la pequeña caja pudo ver… un improvisado kit de primeros auxilios. Vendas, alcohol, antiestamínicos y un bombón de chocolate con leche.
—Sabía que ibas a hacer lo mismo de siempre y que ibas a llegar hecho unos zorros. Anda, véndate y vamos a ver la tele, te he grabado el partido de invocación de bestias arcanas.
—Oye, Clotilde… Aprecio el regalo, pero… ¿No debería ir a un hospital? Por todo ese asunto de la rabia, ya sabes...
Clotilde miró a Norberto con desdén.
—Tú siempre tienes que encontrar la forma de joderme las fiestas. Si es que es siempre lo mismo.
El matrimonio se pasó tres cuartos de hora discutiendo en el recibidor de su casa. Tras esto, Norberto se desmayó. Clotilde tardó diez minutos en decidir que sería una buena idea llevarlo al hospital.
Y todos aprendieron una valiosa lección. Seguramente.
24 dic 2018
Mensaje de Navidad de S.M. el Rey Filippo 2018
Un año más, nuestro dueño y señor, el Emperador Filippo, nos da su discurso dadiveño para bendecir nuestras cenas de nochebuena y asegurarse de que nadie come pescado. ¡Loado sea!
19 dic 2018
Top 10 armas para sobrevivir a dadiván
Sabemos que estas fechas no son fáciles para nadie, por eso, desde Monifate, os presentamos con cariño nuestra lista de las diez mejores armas para sobrevivir al periodo dadivaneño con la mayoría de miembros intactos.
1. Turrón de 1994
Tan duro que, si lo dejas caer, rompe una baldosa. Tras macerar durante veinticuatro años en la misma bandeja, está listo para arrebatar vidas inocentes, es decir, proteger la tuya propia. Algunos teóricos creen que sus propiedades mortíferas no se deben tanto al tiempo como al hecho de que por aquel entonces la receta contenía nokium en abundancia.2. Lanzarredes
Ya sea para frenar animales salvajes, señores fuera de sí durante las rebajas o familiares políticos de diverso grado de parentesco, una buena red es siempre una gran opción, especialmente si la intención es solo capturar a la presa por razones deportivas o sentimentales.3. Armadura antilobos
Un traje acolchado con pinchos bañados en plata, con garras opcionales, así como largas tiras de goma para hacerte parecer más grande e intimidante. No es un arma per se, pero es una tran forma de que la peor fauna de estas fiestas te evite o sufra las consecuencias.4. Magnum calibre .357
Vale la pena el precio, dada su superioridad frente al calibre .38, en serio.5. Papel de regalo afilado
Tan mortífero como fácil de camuflar en estas fiestas. Nadie se esperará que, en vez de desenvolver un regalo, estés preparando un arma letal capaz de realizar cortes microscópicos. La muerte caerá silenciosa sobre ellos.6. Un calcetín con un ladrillo dentro
Se aplica el mismo razonamiento que con el anterior, pero está en una posición más alta porque, sinceramente, arrear a alguien un buen ladrillazo siempre es más satisfactorio que matarlo a cortecitos.7. Jerseys navideños
El horror. Deberían estar prohibidos. Pero por suerte no lo están, así que podemos aprovechar para que traigan ruina y pesar a nuestros enemigos. Mucho mejor si tienen lucecitas.8. Pulidora de hielo
No es especialmente rápida como vehículo, pero si te engancha bajo sus cuchillas, estás en serios problemas. Con ella podrás dejar un laaaargo rastro de sangre mientras te ríes como un maníaco. Y además también pega con la estación.9. Amor y buena voluntad
Pero al fin y al cabo, lo más importante de estas fechas, es recordar el nacimiento de Papá Noel Sandía y sus enseñanzas: amarnos los unos a los otros y buscar solo el bien para los demás. Ojalá el espíritu de Dadiván reinase todo el año para que los hombres de todas las razas, lenguas y condiciones pudieran vivir al fin en paz.10. Un jodío bazooka
Porque si estás dispuesto a matar algo, mejor mandarlo a la luna también.Estos días notaréis el blog más parado porque nos estamos preparando para la BOSS RUSH DADIVANEÑA que arranca este lunes con el mensaje de Filippo. ¡No os la perdáis!
13 dic 2018
Este dadiván no regales gatitos trampa ni perritos bomba
Sí, todos estamos de acuerdo en que los animalitos llenos de pólvora, pinchos y muerte son una idea excelente que debería estar más extendida, pero podería no ser tan buena idea regalarlos por las fiestas. ¡He aquí el por qué!
Cuidar de estas criaturitas es un compromiso a largo plazo. Es decir, no van a vivir más de unos meses porque reemplazan casi todos sus órganos por cargas explosivas, pero aun así la persona a la que se lo regales se tendrá que hacer cargo del animalito el tiempo que dure, y este tipo de responsabilidad no es una que a mucha gente le guste adquirir por sorpresa.
Por otra parte, a lo mejor esa persona no se siente cómoda ante la perspectiva de tener un arma mortífera en casa. Por monos que sean, pisarlos por accidente puede significar una muerte brutal y repentina. Es decir, es más o menos igual que con perros y gatos normales (un montón de accidentes domésticos ocurren al tropezar con mascotas), solo que al menos diez veces peor. Y esto no es algo malo en sí, es decir, para eso se inventaron en un primer momento, pero a lo mejor esa persona no está cómoda con el peligro repentino a su vida y a sus seres queridos.
Y hablando de seres queridos, el caso de los niños es especialmente delicado: regalárselos por dadiván no solo les inculca la idea de que los perritos bomba y los gatitos trampa son juguetes de los que nos podemos deshacer en cuanto nos aburramos, también lo hacen todo incluso más peligroso: quiero decir, una vez les encuentren la mecha, no van a dejar de tirar de ella hasta que ocurra lo inevitable.
Pero a lo mejor la persona a la que se lo regalamos en realidad lo agradece porque tiene enemigos o familia política con la que lidiar, ¿no? Aun así, esta clase de armas biológicas requieren tiempo, cuidados y una alimentación específica de los que el receptor del regalo puede no ser capaz de hacerse cargo el tiempo que le lleve preparar su brutal y mono homicidio. A veces es mejor consultarlos directamente con ellos para hacerles llegar las armas letales en el momento que sea más adecuado.
De modo que estas dadivanes, en vez de regalarle un perrito bomba o un gatito trampa o incluso un conejo-cepo a alguien, considera si no sería un mejor uso encender su mecha, darle un último beso y arrojarlo contra la casa de alguien a quien quieras arruinar la vida de verdad.
Si vosotros también sois amantes de los animalitos letales (o animaletales, como nos gusta llamarnos) no dudéis en contarnos cuál es vuestro favorito en los comentarios de esta entrada o nuestras cuentas de correo, Twitter y G+ (mientras dure). ¡Que paséis una feliz dadiván y hasta la próxima!
11 dic 2018
Avance de proyectos - 35
Y aquí estamos, un mes más cerca de la completa aniquilación del universo. Y este mes, encima, tenemos el privilegio de ser capaces de sacar otro de nuestros proyectos a largo plazo de la lista. ¡Sesenta más y podremos morir en paz!
Aún no tenemos fecha fija para el lanzamiento de esta obra, pero debería estar lista en los próximos meses. Permaneced en alerta.
Y eso es todo por este mes. Si creéis que este avance de proyectos ha sido demasiado corto y que hasta vosotros podríais escribir más sobre los proyectos que estamos desarrollando en Monifate, no dudéis en mandarnos hatemail a nuestro correo, Twitter y G+ (¡antes de que lo cierren!).
Drunk Rhapsodists Night Club
¡Por fin está aquí! Después de todo este tiempo, por fin hemos podido publicar la reedición de nuestra primera novela. Podéis leerla a través de Lektu y haceros con una copia física a través de Lulu. Además, podéis escuchar el disco en Lektu o en Bandcamp. ¡Que lo disfrutéis!Challenger approaching - Dire d12 2017
Es posible que muchos de vosotros ya fuéseis conscientes de lo que estábamos haciendo, pero aquí tenéis la confirmación oficial: en efecto, estamos elaborando un recopilatorio de las tablas de d12 que Kha ha ido publicando a lo largo de 2017 en su blog. Lo publicaremos en forma de libro, que también será una especie de reedición del material original (principalmente porque no soy capaz de callarme) con algo de material nuevo.Aún no tenemos fecha fija para el lanzamiento de esta obra, pero debería estar lista en los próximos meses. Permaneced en alerta.
Y eso es todo por este mes. Si creéis que este avance de proyectos ha sido demasiado corto y que hasta vosotros podríais escribir más sobre los proyectos que estamos desarrollando en Monifate, no dudéis en mandarnos hatemail a nuestro correo, Twitter y G+ (¡antes de que lo cierren!).
6 dic 2018
Primeros avistamientos de Papá Gnol
Ilustrado por Dan. |
Los lectores más veteranos recordarán que esta criatura es un carcelero de las profundidades del Serengueti al que una vez al año su jefa (Mamá Gnol) le permite salir al mundo junto a sus otros guardianes gnol para sembrar el caos, la destrucción y repartir esculturas hechas con alambre y caca.
Los expertos en dadivanología muestran gran preocupación dado que las apariciones de Papá Gnol parecen adelantarse cada año, alargando así la temporada en la que causa el pánico en las calles de todo el mundo junto a sus ayudantes. Algunos lo atribuyen al cambio climático, otros a la comercialización de dadiván (ya que la presencia de adornos en tiendas y similares podría ser lo que le atrae) y otros simplemente a que cada vez da más por saco a Mamá Gnol para que le deje salir antes.
Este año el primer avistamiento del que quedaron testigos y pruebas materiales se dio cuando Papá Gnol alunizó un supermercado sobre su trineo tirado por avestruces y procedió a saquear y asesinar cuanto estuviera en su interior (no distinguiendo necesariamente entre objetos inanimados y animados para ambas cosas). Las cámaras de seguridad registraron el horror del evento, el más temprano hasta la fecha de que se tenga constancia.
Tras esto su actividad pareció rebajarse un poco y en los próximos días solo ha cometido asaltos, hurtos menores y se ha comido a un perro (correa incluida) mientras este estaba de paseo con su dueña. No obstante se espera que sus sangrientas correrías se recrudezcan a medida que se aproxima el día de dadiván.
De seguir este patrón, aseguran algunos dadivanólogos, las apariciones de Papá Gnol podrían extenderse hasta noviembre, combinándose con los últimos coletazos de jalogüin y creando una insostenible situación de horror y pesadillas. La solución que proponen es drástica, pero probablemente efectiva: colocar cargas nucleares bajo las placas tectónicas de África y hacer que el continente completo se hunda en el mar. "Es lo único que podría funcionar, el coste será grande, pero a la larga salvaremos a millones", aseguraba Pedro Antúnez, experto de la universidad de Villaceituna.
Desde Monifate apoyamos plenamente este plan, tenga o no los resultados esperados. Sea como sea, sobreviva o no Papá Gnol, al final es todo acelerar la completa aniquilación del universo. Si nos dan tiempo, hasta podemos proveerles las bombas nosotros.
Y, además de esta proposición indecente, os deseamos a todos una feliz dadiván. ¡El mes ha empezado!
4 dic 2018
Drunk Rhapsodists Night Club — ¡Ya disponible!
Por fin está aquí la reedición de nuestra primera novela: Drunk Rhapsodists Night Club. Aquí tenéis una pequeña sinopsis para aquellos que no estéis familiarizados con ella:
Steel Bitch, es la mejor banda de no música del universo: expertos en no usar ningún instrumento en sus actuaciones y apenas cantar.Podéis conseguirla en Lektu y Lulu. El CD (porque por supuesto, tiene un CD), podéis conseguirlo en Bandcamp o en Lektu también.
Hasta ahora se encontraban de gira, dándose la gran vida a base de dormir en parques y rebuscar en la basura mientras tratan de vender su disco en la acera; pero algo va a cambiar el rumbo de su carrera para siempre.
Nuevos fans, antiguos rivales y el reto de triunfar en la capital, ¿serán capaces los Steel Bitch con su particular estilo musical de demostrar que son en efecto la mejor banda del universo?
Por cierto, sí, uno de sus miembros es totalmente una mapache.
¡Que lo disfrutéis!