27 mar 2012

A la pizza

Ah, dulcísima pizza,
tú sí estás buena
como ninguna;
eres redonda
como la luna.
En todo tu pulquérrimo perímetro
nada hay que no lo abarque
nada hay que falte.
Como si un orbe a diminuta escala
acaso fueras,
en ti cuantas delicias sublunares
conciba la razón,
halladas podrán ser.
Ha de hacerse la masa con cuidado
ha de amasarse
como senos de virgen,
aunque sean de un friki obeso.
Si luego quieres hacer virguerías,
prueba y a la vez reza
por que Dios te sonría
que si no tienes maña
seguro acabarás
cenando una lasaña.
Hecho está el lienzo
listo el bloque de mármol
sobre él se esparcirá encarnado
la salsa traída
(no por Colón,
que no le pillaba muy a mano)
del continente americano.
Y sobre ella, ¿qué salsa no se le podrá echar?
Barbacoa, que está rica con ternera
aunque empalaga.
Yogur, por si lo hicieses a lo kebab.
Tabasco, no hay nada mejor
para como mariachis exclamar:
¡ayayayay!
La nata no puede faltar
para hacerla carbonara.
Y si ya además le quieres echar
mostaza y/o catsup
plantéate ponerle
patatas y hamburguesa
pero atención, que la una es alemana
y las otras francesa.
¿Y cómo olvidar qué va ahora?
No es otro que el insigne queso,
gran orador y mejor caballero
que a la pizza acompaña siempre
con gran salero.
Es la mozzarela la más común
porque se saca
de ubres de vaca
aunque digan leyendas
que era de búfalas preñadas.
También puedes añadirle otros
como roquefort o emental.
Si no llevase nada más
nómbrese la pizza “n quesos”
donde “n” sea el número de quesos.
Échale también cojones y un huevo
si no te supone un suplicio
o si no eres vegano
que es ser vegetariano ya por vicio.
El cochino que en la dehesa pace
merece muy sincera aclamación
pues convierte mala verdura
en sabroso jamón
y  muy rico bacón,
que para nuestra pizza
no hay nada mejor.
Y compiten con ellos
el pepperoni y el salami

y también el chorizo
que aunque no es italiano
sino de cantimpalo
buenas hostias reparte.
Pero al final todos quedan amigos
y se devoran unos a otros.
La rica carne
de la vaca o el pollo
no puede ser peor.
Y no, estos no tienen nada que ver
con el Cartoon Network.
Y para terminar,
si te sientes algo alemán,
salchicha le puedes echar.
Bien gordas y jugosas,
como a Adolfo le gustaban.
Las aceitunas siempre negras,
ni verdes ni ojos de hurís,
eso sería muy macabro.
Las alcaparras si verdes, mejor,
no sea que pilles indigestión.
Hay quien añade
espárragos o una alcachofa
o espinacas, malas al paladar.
No soy yo quién para juzgar,
pero eso no está bien.
Déjenme a mí la pizza
con cebolla, aunque
me duela mutilarla
y pimiento verdoso
y zanahoria, ¿naranjosa?
Así, podré comer,
solo o con una banda,
la bandera de Irlanda.
Con maíz no las he probado,
pero seguro que también es buena.
Cuando se acabe este trovar
alguien invitarme podrá.
Eh, ¿conocéis la pizza tropical?
También suele llamarse ‘hawai’
y llevar piña.
Pero a veces tiene otra fruta
como rico melocotón.
Ahora que lo pienso
ambas vienen también en almibar.
¿Será todo esto una conspiración?
Y si debemos hablar de la fruta
muy digna es de mención
una pizza que vi en cierta ocasión.
Llevaba curri y plátano
y es difícil que algo rime con plátano.
¿Acaso cátaro?
Pues casi, digo yo.
Me gustan las anchoas y el atún.
Gambas y mejillones
boquitas de mar y salmón.
A todos ellos quiero
cuanto menos cerca, mejor.
Yo no quiero en mi pizza
algo que de secano
no sea, no señor.
Yo respeto a quien lo hace
como a otro loco cualquiera.
Y sobre este monte grandioso,
soberano y poderoso,
no queda más sino añadir
el rey de las especias,
duque de los sabores,
marques de los aromas,
el magnánimo orégano.
Y con todo esto
queda lista para servir.

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