Esta historia de dadiván comienza una fría noche del veinticuatro de diciembre. ¿Como la de anoche? Sí, puede que como la de anoche si en tu ciudad nevó y en la calle había un banquero solitario que, aterido de frío, intentaba que los viandantes cogiesen un poco de su dinero.
En efecto, ofrecía millones a diestro y siniestro, de forma totalmente desinteresada y con su mejor intención. Algunos no se percataban de su presencia, otros se apiadaban de él y otros se tomaban como una ofensa lo que intentaba. En fin, ninguno de ellos cogió nada del dinero del banquero, pues estaban demasiado ocupados yendo a sus casas o a casa de sus familiares o amigos, deseosos de pasar una feliz Nochebuena con sus seres queridos.
Así que pronto el banquero se vio solo en la calle, cargado con bolsas de basura de dinero negro y aún con frío. Estaba empezando a tiritar, así que cogió un poquito de dinero y... lo gastó. Con él se compró un abrigo, además de un palacete en la playa de Marbella tocando el agua (a la mierda la ley de costas) y con calefacción centralizada.
El banquero ya había entrado en calor y no tenía frío, pero se dio cuenta de que intentando repartir su dinero se había olvidado de comer y tenía hambre, así que fue al mejor restaurante que pudo encontrar sin reservar mesa ni bobadas y allí se comió él solo una copiosa cena de lo más caro del local: jamón serrano, brandy de 600 leros la botella, langosta, caviar, pastel de oro, un cafetito de cuarenta dólares la taza...
El banquero ya estaba saciado, pero entonces fue cuando se dio cuenta de que seguía solo y triste, de modo que contrató a dos hermosas muchachas para que fingiesen ser sus abuelas, le hiciesen arrumacos, jugasen con él, horneasen galletas y llevasen a cabo otras de sus variadas y enfermizas fantasías sexuales.
El banquero era feliz.
Pero después de tanta felicidad, desapareció. Las personas que habían reparado en él se extrañaron de no encontrarlo al día siguiente en su esquina repartiendo dinero. Pronto se supo que había sido detenido por fraude fiscal y malversación de fondos, que estaba siendo procesado y probablemente no le cayera poca pena por toda la que había liado.
Al saber esto todos se lamentaron de su egoísmo al haber ido a disfrutar de dadiván y sus seres queridos en lugar de haber aceptado su dinero y haberle librado, aunque fuera un poco, de su carga de dinero. Tal vez si hubieran sido más consumistas y hubiesen pensado un poco menos en sus allegados. Tal vez. Solo tal vez el pobre, pobre banquero no hubiese terminado en la cárcel siendo brutalmente sodomizado por negros de Europa del Este.
Le fin.
En efecto, ofrecía millones a diestro y siniestro, de forma totalmente desinteresada y con su mejor intención. Algunos no se percataban de su presencia, otros se apiadaban de él y otros se tomaban como una ofensa lo que intentaba. En fin, ninguno de ellos cogió nada del dinero del banquero, pues estaban demasiado ocupados yendo a sus casas o a casa de sus familiares o amigos, deseosos de pasar una feliz Nochebuena con sus seres queridos.
Así que pronto el banquero se vio solo en la calle, cargado con bolsas de basura de dinero negro y aún con frío. Estaba empezando a tiritar, así que cogió un poquito de dinero y... lo gastó. Con él se compró un abrigo, además de un palacete en la playa de Marbella tocando el agua (a la mierda la ley de costas) y con calefacción centralizada.
El banquero ya había entrado en calor y no tenía frío, pero se dio cuenta de que intentando repartir su dinero se había olvidado de comer y tenía hambre, así que fue al mejor restaurante que pudo encontrar sin reservar mesa ni bobadas y allí se comió él solo una copiosa cena de lo más caro del local: jamón serrano, brandy de 600 leros la botella, langosta, caviar, pastel de oro, un cafetito de cuarenta dólares la taza...
El banquero ya estaba saciado, pero entonces fue cuando se dio cuenta de que seguía solo y triste, de modo que contrató a dos hermosas muchachas para que fingiesen ser sus abuelas, le hiciesen arrumacos, jugasen con él, horneasen galletas y llevasen a cabo otras de sus variadas y enfermizas fantasías sexuales.
El banquero era feliz.
Pero después de tanta felicidad, desapareció. Las personas que habían reparado en él se extrañaron de no encontrarlo al día siguiente en su esquina repartiendo dinero. Pronto se supo que había sido detenido por fraude fiscal y malversación de fondos, que estaba siendo procesado y probablemente no le cayera poca pena por toda la que había liado.
Al saber esto todos se lamentaron de su egoísmo al haber ido a disfrutar de dadiván y sus seres queridos en lugar de haber aceptado su dinero y haberle librado, aunque fuera un poco, de su carga de dinero. Tal vez si hubieran sido más consumistas y hubiesen pensado un poco menos en sus allegados. Tal vez. Solo tal vez el pobre, pobre banquero no hubiese terminado en la cárcel siendo brutalmente sodomizado por negros de Europa del Este.
Le fin.
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