En una estación japonesa cuyo nombre no podemos revelar por petición expresa de los implicados, la vida transcurría con normalidad: los pasajeros iban y venían, la megafonía seguía con su eterna letanía y los trenes salían y llegaban a su hora excepto por el ocasional suicidio.
Excepto que algo no cuadraba del todo: al principio era una atmósfera oscura que se había apoderado del lugar, pero pronto se empezaron a sucederse fenómenos paranormales: psicofonías de ladridos, pisadas de patas que perseguían a los bedeles de noche, gente poseída que actuaba como perros... Estaba claro que un fantasma habitaba el lugar y había que hacer algo.
Pronto el jefe de estación tuvo claro lo que pasaba: hasta hace poco un akita inu había pasado años esperando frente a la estación a que volviera su dueño, como había hecho todos los días hasta que falleció en un terrible accidente. El leal y viejo perro no había hallado descanso ni siquiera tras la muerte y su alma torturada seguía aguardando en la estación y atormentando a sus ocupantes.
Con la mayor discreción, llamaron a toda clase de exorcistas, orientales y occidentales, sin que lograran nada. Como mucho consiguieron enfadar al ya de por sí confuso fantasma perruno y tener que enfrentarse a él. Así que al jefe de estación decidió usar más sutileza y echó mano a su afición: el teatro. Organizó un casting lejos de la estación y, con ayuda de la viuda, encontró a un hombre muy parecido al dueño del perro, a fin de poner en juego una farsa.
Poco después, en una ceremonia perfectamente orquestrada, el falso dueño del akita inu (preparado con pertenencias y el aroma del verdadero dueño) fingió bajarse del tren y llegar a las escaleras, donde dirigió unas palabras al fantasma antes de marcharse. Tras diez años de esperar a su dueño, el fantasma debió descansar tranquilo, pues nunca más se volvió a saber de él.
No obstante, al filtrarse algo de esta noticia, el jefe de estación tuvo que soportar numerosas protestas por parte de grupos de animalistas y en defensa de los fantasmas, que aseguraban que era antiético haber engañado al pobre perro para expulsarlo de su nuevo hogar y que un fantasma tiene derecho a estar en la Tierra tanto como desee, sea perro o humano.
Pero tras unos días gritando como si tuvieran hormigas en los genitales, el asunto se apagó y los manifestantes encontraron bastante a bien la sugerencia del jefe de estación de ir a quejarse del estreno de Godzilla contra la Momia: la película y todo volvió a la calma en la estación.
Especialmente ahora que no había un maldito perro poseyendo a la gente y mordiendo a exorcistas. Eso desde luego fue un cambio a mejor... ¡Gracias por leer esta historia! Si creéis que exorcisar perros es maltrato animal o si creéis que el perro ha encontrado a su amo en el más allá, mandadnos hatemail a los comentarios de la entrada o a nuestro correo, G+ o Twitter. ¡Hasta la próxima!
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