20 nov 2010

Exclusiva: Nupcias de Isabel y Philip (1)

Hoy estamos de celebración. ¿Que no sabéis a qué nos referimos? ¡No seáis isnorates! Se trata del sexagésimo-tercer aniversario de las nupcias de Isabel II y Philip Mountbatten. Así que, aprovechando nuestra máquina del tiempo genuinamente robada, hemos asistido al encuentro y narramos todo lo que buenamente pudimos ver. Por desgracia, el DeLorean tenía poco plutonio y tuvimos que acabar la visita antes de lo que esperábamos para que no hubiese riesgo de quedarnos en 1947, por lo que sólo hemos podido estar en esa época y lugar desde las 6:00 a.m hasta las 12:00 p.m. En los próximos años volveremos, si podemos. En fin, sin más dilación, damos paso al relato de los hechos desde la prespectiva de los novios en cuestión.

Novia
A la salida del sol, la novia vomitó por quinta vez de la noche, que ya era día. Había estado pensando en su apariencia ante el público, en dónde sería la luna de miel, en el color de las moras silvestres, en el precio de las alcachofas en el ultramarinos...
Finalmente, cedió al pánico y a unas luces de navidad cortesía de algún invitado graciosete y fue presa de un intenso ataque epiléptico. Por suerte, una de sus damas de honor, que iba a su habitación para comprobar que no dormía (y así aprovechar para comentarle sus penas y tendencias paranoides varias), la auxilió... dos horas más tarde.
Entre ella y sus tres compinches consiguieron llevarla a rastras a la abadía, dónde el hecho de esperar a su futuro consorte durante dos horas no parecía mejorar su estado de salud. Al fin, el novio llegó un tanto desgarbado y con chupetones bastante marcados en el cuello.
Al mismo tiempo, un insecto de la familia de los himenópteros se posaba sobre la estrambótica pamela de una invitada cincuentona que había venido a criticar.

Novio
Tras una noche de sicalípticas celebraciones el novio se acostó a la salida del sol. A la mañana siguiente, es decir, esa misma mañana, lo despertaron los amables disparos de trabuco que el señor padre de la novia realizaba contra su ventana.
Tras vestirse de traje apresuradamente y abandonar a sus dos hermosas acompañantes de cama Phillip escapó por la puerta de atrás sin saludar a su suegro, un acto grosero que seguramente salvó su vida.
En su precipitada carrera en pos de la iglesia se encontró con su padrino, borracho como una cuba y otro amigo que insistía en narrarle chistes de novios todo el camino. Éste casi se traga una farola de costado ante la monumental resaca del novio al que importunaba. El tercer amigo del novio no había podido acudir porque decía pertenecer al partido Nazi, una excusa barata.
Finalmente y, tras estrellar misteriosamente un autobús de dos pisos, llegaron a la abadía. Pero Spencer había muerto...

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