15 abr 2011

Drunk Rhapsodists Night Club - 5/12 de 7

Pista 5/127:Asfalto quemado al 45%

Este mes no hay música, pero todo tiene su explicación.
El texto correspondiente al séptimo tema resultó tan largo que no quedó otra que dividirlo en dos partes. De modo que la segunda parte se publicará el mes que viene y con ella la canción correspondiente, que sé que la estáis esperando, bribones.
Ahora os dejo con los cinco primeros doceavos de la séptima pista:

—¡Anchainer! —gritó Agustín cuando Tadeo arrancó de golpe y se dio con la cabeza en la pared de la furgoneta.
—¡No sé lo que significa eso! —le gritó Genutto—. ¡Pero la tuya más! ¡Croa!
—¿Por qué no juegas un rato al ordenador y te distraes, Genutto? —le preguntó Álex con la esperanza de que se le pasaran los nervios, había estado peor de lo normal desde aquel palancazo en la cabeza.
—¡Cierto! Tú, colga’o, ¿tienes ya algún danmaku?
—S-Solo el “Perfect Cherry Blossom”, señor…
—¡Basura! Pásame el portátil, voy a descargarme el “Imperishable Night”, ¿alguien se apunta?
Todos respondieron negativamente.
—Rajados… ¡Tampoco iba a compartirlo con vosotros! —miró con rabia a Agustín a través de la máscara—. Es mío.
Éste sintió cómo una gota de sudor frío recorría su espalda.
Mientras Genutto pugnaba buscando en Internet, los demás dedicaron su tiempo a cosas más provechosas como averiguar cómo sentarse con tantas cadenas encima.
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En otro punto de la ciudad Insane había logrado un vehículo por el simple método de liberarlo a palancazos aprovechando la oscuridad reinante.
Se alejó a toda velocidad mientras sonaba un “ring, ring” que precedió a unas carcajadas histéricas.
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Mirelle terminó de romper las últimas cadenas tirando fuertemente de ellas y ayudándose con los dientes. Cuando por fin se separaron los eslabones, profirió un fuerte aullido y cayó al suelo agotada.
—¿Veis? Os dije que las mujeres arreglábamos estas cosas con maña más que con fuerza.
Tomás se alejó disimuladamente, todos los demás tragaron saliva, salvo Genutto que se acercaba peligrosamente a los 100.000.000 puntos entre graznidos.
Álex también intentaba retirarse subrepticiamente al fondo de la furgoneta, cuando notó una mano en su hombro. Se volvió y, efectivamente, era la chica más guapa de la CASBA (también era la más fea porque no había otra, pero eso son detalles sin importancia).
—Y-Yo… —empezó Mirelle, toda colorada y mirándose los pies.
Álex, sin saber muy bien por qué, intentó ayudar:
—¿Te pasa algo, Mirelle? ¿Quieres una aspirina?
—¡No! —gritó ella, pero se tapó la boca con las manos al darse cuenta del tono de su voz—. T-Tengo algo importante que…
—¿Que darme? Soy todo bolsillos.
—No, no… Que decirte.
—Oh, entonces soy todo oídos… En sentido figurado.
—Álex, tú… —empezó, vacilante—. Me gustas…
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—¿Y cuándo dices que salimos? —preguntó RIChY-BreeeAAAK-Bcn a tu_KeKO-poooTeeNtEE88.
—Te lo he repetí’o mir veces, tío, cuando la pájara d’ahí delante se levante la camiseta.
—Oh, ¿y cómo decías que se ganaba?
tu_KeKO-poooTeeNtEE88 se llevó una mano a la cara.
—No te güervo a de desí que gana er que quede vivo endeppué’ de pasar la Curva de la Muerte.
—No tiene un nombre demasiado prometedor.
—¿En verdá que quiere’ conducir tú?
—De verdad, sí.
—¿Por qué le jaría caso a mamá…?
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—Espera, espera… —interrumpió Álex mientras Mirelle le dirigía miradas dudosas y apremiantes—. ¿Te refieres gustar como al que le gusta la tarta de queso o gustar como una chica a un chico?
—O como una chica a una chica.
—Oh… Me lo temía…
—¿Qué pasa? ¿No te parezco guapa?
—No, no es eso… Es que apenas nos conocemos…
Se oyó de fondo una risita de Genutto que había oído eso incluso por encima de la música a todo volumen.
—Ya, ya sé lo que pasa… —dijo Mirelle mirando a otra dirección—. No tenemos la misma orientación…
—¿Qué? ¡Sí! ¡Claro que sí! ¿De dónde sacas que no? ¿Es por mi ropa?
—¡Entonces es que no te parezco guapa! —gritó mientras sus ojos se humedecían.
—No, esto… Eres muy guapa, pero…
—¿Pero qué? —preguntó dejando caer regueros lacrimosos.
—N-No estoy en condiciones de tener una… relación formal o como demonios las llamen.
Mirelle sonrió un poco y se enjugó las lágrimas.
Entiendo —dijo—, pero algún día te seduciré y serás só-lo-mí-a —Guiñó un ojo.
Álex sintió un escalofrío.
—¿Tuya?
Mirelle asintió con una sonrisa y volvió a la cabina.
—¡Písale a fondo, Tadeo!
Álex se quedó plantado en el sitio, consiguió girar la cabeza para buscara apoyo en la figura de Tomás. Este lo miró y, como para tranquilizarlo, se tocó la cabeza con el dedo índice.
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El agente Verunnos había sido transferido desde aquella pequeña comisaría de provincias al mismo centro de la capital cuando aquellos individuos se le escaparon después de que aquel chaval rarito le dejara K. O. con su propio caballito. No era ni por asomo un ascenso, el centro de Pork era tan peligroso que los policías tenían que andarse con mucho ojo para no toparse con ningún maleante… “Que se encarguen los superhéroes”, como rezaba en sus placas.
La principal función del RDPP (Rollizo Departamento de Policía de Pork (la R- la había añadido hacía pocos meses un vándalo con mucha habilidad y botes de esprái)) era atiborrarse de rosquillas. De hecho, a menudo, como en ese mismo momento, organizaban quedadas frente a la mejor tienda de rosquillas de Pork: la Chópnut’s. Allí freían la masa con auténtica grasa de cerdo y te regalaban un poco de tocino con cada caja que comprabas, además de servir de granja de cerdos —de los de verdad, no solo los policías—y carnicería. El sistema era tan simple como aparcar dos o tres decenas de coches de policía delante de la tienda hasta que se acababa el stock de esa noche. Entre tanto, alguien vigilaba por si venían criminales y así poder salir por patas.
Y en una de esas precisamente se encontraba nuestro Verunnos, concretamente volviendo a su coche patrulla con una nutrida remesa de rosquillas.
Tuvo que quitarse la alta gorra modelo siglo XIX para entrar por la puerta y acomodar primero las cajas en el asiento del copiloto —hacía patrulla solo— y después de eso encontrar la forma de evitar que el volante se le clavara demasiado en la ingente barriga que había desarrollado en los pocos días que se había dado a la vida Porkiana. Una vez cómodo, simplemente empezó por una de frambuesa.
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—¿A dónde vamos, chicos? —les preguntó Tadeo—. Supongo que ya hemos dado esquinazo a ese tipo…, pero con lo cara que está la gasolina no creo que salga barato estar todo el rato dando vuel…
—¡No los atosigues! —le interrumpió Mirelle, regañándole—. Cuando sepan dónde quieren ir, te lo dirán.
—El caso es que sí sabemos dónde queremos ir… —dijo Álex.
—¿A dón..? —empezó Tadeo.
—¿A dónde, Álex? —volvió a interrumpir Mirelle con una sonrisa.
—A dónde quiera que estén los Light Silver Dominicus.
—¡Light Silver Dominicus! —gritó Agustín distrayéndose por un segundo de su portátil al cual Genutto aporreaba las teclas consiguiendo aumentar su ansiedad.
—¡Son el mejor grupo del mundo! —estalló Mirelle, pero entonces cayó en la cuenta y se llevó la mano a la boca—. Después de vosotros, claro…
—El caso es que no sabemos dónde están —continuó Álex haciéndose el loco—. ¿Alguna idea?
—No, lo siento.
—No, señor.
—… no.
—Qué pena…
—Yo sí lo sé, jovencito.
Álex oyó la voz proveniente de su espalda y se giró para ver a un anciano que debía haber estado sentado en uno de los laterales de la furgoneta cerca de la puerta, pero que, por razones ignotas, no había visto en todo ese rato.
—¿Quién es usted, abuelo? —le preguntó.
—Se hace llamar Osvaldo —respondió por él Mirelle—. Se nos unió ayer, después del concierto. Dice que le encantáis.
—Sí, sí, tengo vuestro disco —les dijo Osvaldo—, se lo compré a aquel caballero del ordenador.
Genutto ni siquiera se percató de que el mundo existía.
—Me gusta mucho la música —continuó explicando Osvaldo—, pero odio que los músicos hagan ruido. Vosotros habéis sido una brisa fresca en mi dolorosa vejez. Justo cuando compré vuestro disco me iba al campo para esperar la muerte, pero decidí seguiros hasta aquí.
—¿Y dice usted que sabe dónde están los Light Silver Dominicus?
—Oh, sí.
Álex esperó unos segundos en silencio.
—¿Y bien? —preguntó al cabo.
—Sí, solo sufro un poco de piedra.
—No, quiero decir que dónde están.
—Haber empezado por ahí, jovenzuelo. ¡Jajaja!
—Vamos, vamos, dígalo de una vez.
—Bien, no solo sé dónde están sino también cómo llegar hasta ellos…
—Sí, eso está bien… Y usted sabe que…
—Que están en el hotel Gritz de Pork, en la suit acolchada para grupos.
—Y podemos entrar por…
—¡Por una salida de emergencia secreta que mi sobrino conoce!
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Los Tigres Diente de Sable vigilaban desde los tejados.
—Estos tiempos ya no son los de antes… No entiendo por qué esos jovenzuelos tienen que dejar de trabajar de noche. A mi edad…
—Ya estamos hartos de esa historia.
—Pero es que a mi edad trabajábamos días enteros sin descanso ni…
—Que ya la sabemos, ¿verdad, Gutiérrez?
Gutiérrez podría haber pasado por un simple ancianito con muletas si no fuera por el hecho de que llevaba un ostentoso traje azul y amarillo con una larga capa. Como era costumbre llevaba la ropa interior por fuera, pero, eso sí, bien arriba.
—No, Marta, no quiero más, estoy lleno —se limitó a responder.
—Tú siempre tan sarcástico… —le replicó el Abuelo Maravilla.
Éste simplemente vestía un traje de cuero típico de los justicieros, aunque con los pantalones por los sobacos, un pañuelo blanco asomando del bolsillo y mocasines. Al contrario que sus dos compañeros había empezado su carrera de superhéroe a avanzada edad, de ahí su nombre artístico.
—Pues es un aburrimiento tener que estar aquí haciendo patrulla si no hay obras y no queréis escuchar mis anécdotas… Tan aburrido como aquella vez en el 73 que…
—Ya está bien, Teniente Ornitorrinco.
Este, el Teniente Ornitorrinco, se limitaba a llevar su antiguo uniforme del ejército acompañado de una larga capa roja y remendada, un bastón (como el del Abuelo Maravilla) y un antifaz. Las mangas del uniforme estaba rota y en uno de sus brazos se leía un tatuaje que rezaba “Vida Delictiva”.
Estaban vigilando el tráfico de esa zona de la ciudad, como todas las noches, porque era la más calmada y ningún otro héroe la quería. Como el Teniente Ornitorrinco solía decir: “esos jovencitos solo quieren fama y fortuna y facinerosos y otras cosas que empiezan por efe como foll… ¡Si hubiesen vivido lo que yo en el 45! ¿Os lo he contado alguna vez? …”.
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Tadeo conducía tranquilo por fin. La hermanita Mirelle estaba distraída arreglándose las uñas, Agustín vigilaba a Genutto, Genutto jugaba, Tomás y Pitch observaban, y Álex y Osvaldo eran observados. Tadeo solo conducía escuchando “Steel Bitch Fux steel bitches” en el reproductor de la furgoneta. Tranquilo…
Por eso se lo tomó con calma cuando oyó unos golpecitos en la ventanilla. Simplemente se giró despacio y vio cómo un tipo con gabardina gris y un sombrero estrujado bajo un casco de ciclista daba los susodichos golpecitos en el cristal con una palanca de metal. Y más que pudiera alcanzar a una furgoneta simplemente pedaleando en una bici lo que más sobresaltó a Tadeo fue la sonrisa tan alegre como demente que le dirigió y el ligero “ring, ring” que usó a modo de saludo.
Las pupilas del conductor se expandieron casi tanto como sus fosas nasales ante la sorpresa. Mientras su cara sufría esperpénticas convulsiones Insane le hizo gestos circulares para que bajara la ventanilla.
—H-Hermanita… —llamó Tadeo.
—¿Sí? —dijo Mirelle, distraída—. ¿Qué pasa?
—Ha-Hay un señor ahí fuera que quiere decirnos algo.
Mirelle subió la vista y miró por la ventanilla del conductor. Apenas se inmutó al ver a Insane.
—Bueno, pues pregúntale qué quiere.
Tadeo tragó saliva y bajó la ventanilla.
—Bu-Buenas, noches, señor ciclista.
—Buenas noches, buen hombre, queda usted detenido por complicidad, resistencia a la autoridad y fuga. Por favor, pare para que pueda arrestarlos —no había rastro de ironía ni condescendencia en su voz. Era una voz alegre y plenamente convencida de la buena voluntad de Tadeo.
—Un momento —Tadeo se giró hacia Mirelle—. Dice que quiere que pare para detenernos… ¿Qué hago?
—¡Sácalo de la carretera!
—Está bien —Se volvió hacia Insane—. Lo siento, señor ciclista, hasta otra.
Dio un fuerte volantazo que golpeó a Insane, pero éste logró resistir el envite aferrándose al margen de la furgoneta con la palanca mientras le adelantaban. Cuando casi había pasado, rápido como una bala, agarró el parachoques trasero y se dejó remolcar mientras pensaba la forma de terminar la detención.


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