Ah, dulcísima pizza, tú sí estás buena como ninguna; eres redonda como la luna. En todo tu pulquérrimo perímetro nada hay que no lo abarque nada hay que falte. Como si un orbe a diminuta escala acaso fueras, en ti cuantas delicias sublunares conciba la razón, halladas podrán ser. Ha de hacerse la masa con cuidado ha de amasarse como senos de virgen, aunque sean de un friki obeso. Si luego quieres hacer virguerías, prueba y a la vez reza por que Dios te sonría que si no tienes maña seguro acabarás cenando una lasaña. Hecho está el lienzo listo el bloque de mármol sobre él se esparcirá encarnado la salsa traída (no por Colón, que no le pillaba muy a mano) del continente americano. Y sobre ella, ¿qué salsa no se le podrá echar? Barbacoa, que está rica con ternera aunque empalaga. Yogur, por si lo hicieses a lo kebab. Tabasco, no hay nada mejor para como mariachis exclamar: ¡ayayayay! La nata no puede faltar para hacerla carbonara. Y si ya además le quieres echar mostaza y/o catsup plantéate ponerle patatas y hamburguesa pero atención, que la una es alemana y las otras francesa. ¿Y cómo olvidar qué va ahora? No es otro que el insigne queso, gran orador y mejor caballero que a la pizza acompaña siempre con gran salero. Es la mozzarela la más común porque se saca de ubres de vaca aunque digan leyendas que era de búfalas preñadas. También puedes añadirle otros como roquefort o emental. Si no llevase nada más nómbrese la pizza “n quesos” donde “n” sea el número de quesos. Échale también cojones y un huevo si no te supone un suplicio o si no eres vegano que es ser vegetariano ya por vicio. El cochino que en la dehesa pace merece muy sincera aclamación pues convierte mala verdura en sabroso jamón y muy rico bacón, que para nuestra pizza no hay nada mejor. Y compiten con ellos el pepperoni y el salami | y también el chorizo que aunque no es italiano sino de cantimpalo buenas hostias reparte. Pero al final todos quedan amigos y se devoran unos a otros. La rica carne de la vaca o el pollo no puede ser peor. Y no, estos no tienen nada que ver con el Cartoon Network. Y para terminar, si te sientes algo alemán, salchicha le puedes echar. Bien gordas y jugosas, como a Adolfo le gustaban. Las aceitunas siempre negras, ni verdes ni ojos de hurís, eso sería muy macabro. Las alcaparras si verdes, mejor, no sea que pilles indigestión. Hay quien añade espárragos o una alcachofa o espinacas, malas al paladar. No soy yo quién para juzgar, pero eso no está bien. Déjenme a mí la pizza con cebolla, aunque me duela mutilarla y pimiento verdoso y zanahoria, ¿naranjosa? Así, podré comer, solo o con una banda, la bandera de Irlanda. Con maíz no las he probado, pero seguro que también es buena. Cuando se acabe este trovar alguien invitarme podrá. Eh, ¿conocéis la pizza tropical? También suele llamarse ‘hawai’ y llevar piña. Pero a veces tiene otra fruta como rico melocotón. Ahora que lo pienso ambas vienen también en almibar. ¿Será todo esto una conspiración? Y si debemos hablar de la fruta muy digna es de mención una pizza que vi en cierta ocasión. Llevaba curri y plátano y es difícil que algo rime con plátano. ¿Acaso cátaro? Pues casi, digo yo. Me gustan las anchoas y el atún. Gambas y mejillones boquitas de mar y salmón. A todos ellos quiero cuanto menos cerca, mejor. Yo no quiero en mi pizza algo que de secano no sea, no señor. Yo respeto a quien lo hace como a otro loco cualquiera. Y sobre este monte grandioso, soberano y poderoso, no queda más sino añadir el rey de las especias, duque de los sabores, marques de los aromas, el magnánimo orégano. Y con todo esto queda lista para servir. |
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