Eran las cinco de la tarde de un frío mes de enero. La sala de espera frente a la oficina de recursos humanos de la empresa XYTech estaba a rebosar de candidatos que posiblemente estaban dispuestos a luchar a muerte con las manos desnudas, o eso pensaba el encargado de dicha oficina, que acababa de acceder al puesto.
—No puedo creer que al señor Fernández lo detuvieran por tener tratos con la mafia —había comentado esta mañana con un compañero.
—Sí, es increíble, con lo simpático que era…
—Y lo barata que tenía siempre la droga… En fin, esperemos que se haga justicia...
Suspiró para apartar la conversación y su contenido de su mente y se dirigió a la puerta que lo separaba de la sala de espera. La abrió y dijo con decisión y sin mirarlos directamente para darse un aire de superioridad:
—Ya puede pasar el primero.
Y sin más volvió a entrar. Esperó un poco. Esperó un poco más y nadie entraba, de modo que volvió a salir por la puerta entreabierta a ver qué pasaba.
—Pero se puede saber…
Se cortó en seco al ver como los alrededor de veinte candidatos estaban presionados contra una esquina mirando con horror a otro de ellos, presumiblemente porque la decisión y espíritu de lucha de este los tenía impresionados.
«Bueno, de momento este es el único que parece medio normal… Y encima es tan feo que seguro que tiene minusvalía, perfecto para cumplir las cuotas de igualdad...».
—Joven, ¿cuál es su nombre? —preguntó al candidato que estaba tirado en el sofá—. ¿Joven? ¡Joven!
Viendo que no respondía, tomó su pose más autoritaria y fue hasta él con paso firme para agarrarle de la solapa.
—¡Le he hecho una pregunta!
Pero entonces reparó en la pegatina de “Hola, mi nombre es Marty :)” que estaba adherida a su chaqueta y respondió:
—Ah, bien, de acuerdo.
«Y encima comatoso, esto ya es una mina».
—Pase por aquí, si tiene huellas dactilares con las que firmar el contrato, el puesto es suyo.
Y así fue como Marty, a pesar de sus muchas carencias, consiguió su primer empleo trabajando duro y nunca rindiéndose.
Pero por supuesto, su carácter alegre y vivaracho y sus ganas de trabajar no tardaron en despertar envidias y enemistades entre sus compañeros de trabajo.
—Oye… a ti no te parece raro lo del… —dijo un empleado nervioso mientras sacaba su café de la máquina.
—¿Lo del cadáver? ¿¡Cómo no me va a parecer!? Dice Paqui, la de contabilidad, que seguro que está aquí por las filias raras que tiene el director.
—Vaya… Da miedo.
—¿Miedo? Asco más bien. Yo ya me estoy buscando otro empleo, este barco se hunde.
—Pues yo no sé… Creo que debería hacer algo para… no sé, tratar de resolver este problema.
—Déjalo estar, hombre, que te metes en problemas.
—¡Pero es que es un cadáver!
Se hizo un repentino silencio. Los ojos de los demás trabajadores se clavaron en el envidioso que había gritado, que se dispuso a esconderse detrás de la máquina de café.
Uno de los que se habían sorprendido por esta declaración era Florencio, que había hecho buenas migas con Marty y llevaba siempre una elegante corbata con dibujos de penes.
—Eh, tú, el nuevo. ¿Cómo te llamas?
—Vi… Vicente, señor.
—Muy bien, Vicente Señor, escúchame bien. Marty es un empleado muy importante y nos ayuda con muchas cosas.
—Pero señor…
—Nada de peros. Observa por ti mismo la gran ayuda que representa.
Con la ayuda de otros trabajadores con los que había trabado amistad, Marty se puso a llevar a cabo complicadas tareas delante del incrédulo y envidioso Vicente; tales como mantener pulsado el botón de encendido de la impresora rota, sujetar los abrigos de sus compañeros, mantener las puertas abiertas e incluso había decidido adornar su propio cuerpo con ambientadores de pino para dar un buen olor al edificio.
Vicente se vio tan avergonzado por su actitud y emocionado por el duro trabajo de Marty, que decidió dejar la empresa ese mismo día y no volvió a saberse nada más de él.
Marty, por su lado, continuó con su dura labor hasta que incluso los ejecutivos de la empresa notaron su entrega y decidieron darle un puesto de gran importancia.
—Está bien, señores —dijo el vicepresidente ejecutivo a los presentes en la reunión—, la empresa se va a pique. Ya les advertí que Álvarez nos llevaría a la ruina como presidente y no me equivocaba. Despreciaba totalmente la gestión, contrataba a sus amigos de la mafia, drogadictos y cadáveres, y desviaba fondos para comprar cantidades hirientes de
dakimakuras.
—¿Dakiqué?
—Esas almohadas japonesas con imágenes eróticas.
—Oh… ¿Y dónde se supone que está ahora?
—En la habitación de al lado con ellas.
—Entiendo...
—Sinceramente me sorprende que hayamos aguantado tanto, pero este es el final y lo último que tenemos que hacer es encontrar la forma de que salga impune o sus compinches de la Cosa Nostra se nos echarán al cuello.
Todos los altos ejecutivos de la reunión tragaron saliva.
—Bueno, no es tan difícil —señaló Fuentes, el asesor legal—, basta con usar el viejo truco de darle el cargo a un empleado con el mismo nombre de pila para confundir a las autoridades.
—No entiendo cómo eso funciona siempre… En fin… El nombre del presidente es Marty Álvarez…
Cuando la policía llegó días más tarde, en la sala de reuniones encontraron solo a Marty perfectamente vestido, que no había querido dejar la empresa hasta el último momento.
—Vaya, qué faena —dijo un agente—, parece que lleva meses muerto. Así no lo podemos detener.
—Pues nada, a la cuneta y vámonos a desayunar.
Y así terminó este episodio de la vida de Marty: tras ascender a lo más alto por sus propias manos, un sistema corrupto y su propia e inquebrantable honestidad hicieron que acabara en la más terrible de las miserias. No obstante estamos seguros de que conseguirá salir de ella una vez más y alzarse con la dignidad que merece. ¡Tomemos todos ejemplo de Marty!
Por cierto, si vais a tomar el ejemplo de Marty o si creéis que sois demasiado jóvenes para morir todavía o si pensáis que esta historia no tiene pies ni cabeza mandadnos hatemail a los comentarios de la entrada, twitter, g+ o nuestro correo. ¡Estamos seguros de que si os esforzáis también podréis conseguirlo!