16 jun 2011

Drunk Rhapsodists Night Club - 8

Pista 8: Recuerdos y relocos
—Casi no lo contamos —exclamó Álex, feliz—, ¿eh, Tomás? —Le dio un golpe en el brazo.
—Yo ya creía que la de ayer sería mi última enchilada, patrón —respondió Tomás, como si hablara por cumplir.
—¡A lo mejor por ese peso casi no llegamos! ¡Jajaja!—rio Álex.
—Jefe, te tiemblan las piernas —señaló Genutto.
Éstas no pudieron resistir más el peso de Álex y se dejó caer en el suelo. Aún llevaba el susto en el cuerpo y se había pasado medio día desde que los de la CASBA los dejaron en una esquina de su gusto haciendo bromas para intentar alejarlo…
—¿Está bien, patrón? —preguntó Tomás ayudándole a levantarse desde su baja posición.
Álex se puso en pie, tambaleante.
—Lo siento, chicos, aún no me encuentro bien.
—¡Cuídate, jefe! —le gritó al oído Genutto mientras le propinaba una palmada en la espalda que casi lo dejó sin respiración.
—Empieza por cuidarme tú.
Genutto se limitó a reírse.
—Bueno, vámonos, necesito un bar…
—¡Gñi!
Empezaron a andar cuando algo sonó a sus espaldas. Estaban en el Parque Periférico de Pork y el camino de piedra por el que iban estaba lleno de árboles. Genutto se volvió rápidamente al oírlo. Alguien debía esconderse entre los arbustos, pues la rápida reacción del tengu pareció sobresaltarle y se movieron aún más.
—¿Quién anda ahí? ¡Croa!
—Nadie —pareció decir un arbusto.
—Ah, me había asustado, ¡croa! —Echó a andar como si no pasara nada—. Tranquilos, no era nadie.
Álex se llevó una mano a la cara. Luego se la quitó, fue hasta los arbustos y los apartó para ver al tipo que los seguía.
Lo primero que salió fue un sombrero de paja, pegado a un tipo completamente desnudo salvo por un bañador rojo fuego y unas sandalias marrones.
—¡Croa! —exclamó Genutto al verlo.
—No hay que ponerse violentos —les sugirió el desconocido—. Me llamo Félix. Trabajo para el Porks.
—¿El periódico? ¡Croa!
—Chicos, son los medios, poneos guapos —les ordenó Álex mientras se arreglaba el escote del vestidito blanco.
—Por supuesto —afirmó Félix con orgullo—. Me estoy documentando sobre vosotros, Steel Bitch.
—¿Y qué escribe usted? ¿Artículos? ¿La sección de música? —preguntó Álex ilusionado.
—Nada de eso, escribo las novelas que regalan con el dominical.
Le dirigieron una mirada de incomprensión.
—Ésta es la última —les informó tendiéndoles un tocho de mil páginas o más cuya portada rezaba “El último suspiro estival de las antemias”—. Me gustaría escribir una basada en un grupo como vosotros.
Álex arqueó una ceja.
—Por supuesto apareceréis en los créditos y seguro que os da mucha publicidad.
—Bueno, no veo por qué no…
—Fabuloso. Tendré que entrevistaros uno a uno…
—No hay problema, vamos un momento a ese callejón a mear y así decidimos el orden.
—¡Croa! ¡La victoria será mía!
▼▼▼
—Mmh… ¿Nombre?
—Tomás Peres, para servirle a usted.
—Por su acento adivino que es usted… ¿Mexicano?
—Sí, señor, de la mismita Tlaxcala.
—Entiendo… —confirmó Félix mientras escribía en una libreta gastada—. ¿Puede contarme cómo se unió al grupo?
—Oh, señor, ésa es una historia muy larga…
—Tenemos tiempo, sus compañeros están en el bar.
—Discúlpeme, pero es que no sé por dónde empesar.
—Hágalo por el principio.
—… Como guste.
Se vio un bonito fundido en negro y apareció un cartel que rezaba “La historia de Tomás”. A partir de aquí el relato es en blanco y negro o sepia, a gusto del lector:
—Desde que era jovensito mi mamá me crió para que fuera un luchador de lucha libre, como un día lo fue mi papá, que en pas descanse.
»A los diesiséis años me convertí en el campeón de mi estado y pronto llegué a las competisiones nasionales.
—¿Y perdió?
—Por supuesto que no, oiga. Me convertí en el campeón del país. Tenía dinero a espuertas y todas las chamacas que usted pudiera imaginar.
—¿Entonces por qué?
—¿Por qué qué?
—¿Por qué dejó esa vida y se unió a un grupo de música.
—Me lesioné, en la pierna, y no pude seguir luchando.
—¿Cómo fue?
Tomás miró hacia otro lado.
—Vamos —rogó Félix—. Cuéntemelo.
Hase muchas preguntas, señor.
—¿Tú crees? Oh, vamos, es mi trabajo.
—Está bien, está bien. Me llamaban “el jaguar de Tlaxcala”. Tenía una máscara casi tan bonita como ésta —Se la señaló—, me la hiso mi mamá. También nos hiso los uniformes del grupo…
»En fin, verá… Había otro luchador, “el Puma”, le llamaban… Solo hago esto porque el patrón me lo pidió.
—Sí, sí, siga, siga.
—El Puma no jugaba limpio… En un combate amistoso, de exhibición me rompió la rodilla derecha, nunca más pude volver a subir al ring. Durante las semanas que estuve en el hospital solo pensé en vengarme de ese tipo y, como ya no podía haserlo luchando limpiamente, cuando salí decidí esperarle con una llave inglesa para darle su meresido en la calle.
Félix le miró repentinamente, sorprendido.
—Pero esa misma noche me encontré con el patrón Ales. Le conté mi historia como se la cuento a usted y me hiso ver que si seguía así solo ensusiaría mi nombre tanto como el del Puma. Así que me olvidé de mi vengansa y me uní a él y al señor Genutto.
Tomás se levantó.
—¿Algo más, señor?
—Eeeh… No, ¿siguiente?
▼▼▼
—Entonces, cuéntame cómo se formó Steel Bitch —pidió Félix.
—Bueno… —empezó Álex—. Genutto y yo nos conocemos desde niños, nuestros padres hacían negocios juntos, y siempre soñamos con formar un grupo de música.
—Ajá, ¿y de dónde salió la idea de no tocar ningún instrumento?
—De que no sabíamos, por supuesto.
—Ya, bueno, pero siga contándome…
—Verá, desde pequeño he estado muy ligado a la música. Mi padre es el dueño de las discográficas Macho.
—¿Las famosas discográficas Macho?
—Claro, mi nombre completo es Alejandro Macho Macho, mis padres son primos.
—Entiendo —Félix escribía frenéticamente en su libreta.
—Hablando de mi madre: ella consiguió que mi padre editara a regañadientes nuestro primer disco: “Steel Bitch Fux steel bitches”… ¿Quiere una copia?
—Eh… No, no, gracias. ¿En qué trabajan ahora?
—Estamos de gira indefinida y preparando nuestro segundo disco: “Drunk Rhapsodists Night Club”, será un bombazo.
—¿También lo editará su padre, el señor Macho?
—No lo creo…
—¿Por qué? ¿No le ve gancho?
—No, son problemas familiares. No le gusta mi forma de vestir, a pesar de que intento hacerle entender que soy metrosexual… Desde pequeño he sido una vergüenza para él… Por eso me fugué de casa a los dieciocho con Genutto. Encontramos a Tomás y Pitch y el resto vino solo.
—Hablando de sus compañeros… ¿Qué le pasa a Genutto en la cabeza?
—¿Por qué lo dice?
—Ya sabe… —Félix se tocó la cabeza con un dedo.
—Sigo sin pillarlo…
—Bueno, no importa, ¿y por qué un mapache?
—Ah, Pitch es un miembro importante del grupo…
—Sí, sí, pero, ¿por qué?
—Es la que más lejos mea. De hecho la conocimos en un concurso de eso cuando participamos para ganar algo de dinero.
—M-Muy bien, creo que ya hemos acabado. ¿Siguiente?
▼▼▼
—¡Croa!
—¿Qué tal, Genutto?
—Bien, bien, bien.
—Me alegro. Cuéntame, ¿cómo fue la fundación de Steel Bitch?
—Oh, conocí al jefe hace cuatrocientos años en una montaña japonesa.
Félix arqueó una ceja.
—Yo vivía allí con mi familia tengu en una mansión. Nuestros padres se conocían.
—¿En serio?
—Por supuesto. Pero yo no prestaba atención porque estaba rondando a una chica.
—¿Otra tengu?
—Sí, se llama Icaria y es periodista.
Félix puso los ojos en blanco.
—¿Y cómo te fue con ella?
—¡Somos novios! ¡Croa! Pero como estoy de gira hace tiempo que no veo a mi Aya…
—¿No se llamaba Icaria?
—No, te dije que se llamaba Aya y era líder de gimnasio pokémon.
—Entonces Aya y líder de gimnasio —Félix lo apuntó.
—¡No! ¡Que te digo que se llama Icaria! ¡Croa!
—¿Estás intentando marearme?
—¡No!
—Es igual, sigue contándome lo de la fundación.
—Eran tiempos duros, el shogunato Tokugawa estaba empezando y una de esas noches casi me ahogo con una raspa de pescado. Recuerdo que una de aquellas veces un tipo se plantó en la aldea tengu a vender enciclopedias y cogimos y le…
»… solíamos comer arroz con clavo. No, la especia no, los de hierro. Estaban ricos si les echabas…
»… ¡y cuando la vi desnuda bañándose en aquel estanque…!
»… sin duda estaban hartos de verme aparecer por allí, pero les dije “¡Eh! ¡¿No sabéis quién es mi primo?!” y los muy pardillos van y…
Varias horas más tarde…
—¡Siguiente! —rogó Félix—. ¡Por favor!
▼▼▼
—Conque… Eres un mapache, ¿no?
—¡Gñi!
—Bueno, sí, un mapache hembra. ¿Y qué tal lo llevas?
—¡Gñi!
Félix la miró sin saber cómo solventar exactamente la situación.
—¿Un poco de cecina?
—¡Gñiii! —exclamó Pitch, los ojos le brillaban.
Le dio una tira de la ya citada cecina y se puso en pie.
—Bueno, creo que ya tengo todo lo que necesito. Pondré a trabajar a mis negros.
—Espera, espera —le llamaron.
Félix se giró.
—¡A mí aún no me has entrevistado! —le avisó su interlocutor.
—… Pues yo juraría que sí.
—No, hombre, ¿estás ciego? Soy yo, Nemo, el miembro de reserva del grupo.
—Ah… ¡Oh! Claro… ¿Cómo se me ha podido olvidar?
«Síguele la corriente», pensó.
—Vamos siéntate. ¿Cómo te llamabas?
—Nemo.
—Nemo, por supuesto… Entonces cuéntame, ¿cómo es eso de ser un miembro de… reserva?
—Oh, pues simplemente espero y cuando me necesitan para tocar en alguna parte me llaman.
—¿Te llaman alguna vez?
—No, porque son imbéciles, así que tengo que ir yo mismo a recordarles que existo de verdad. ¿Te puedes creer que hasta hace un par de días no sabían que tenían un miembro de reserva?
—Es compren… Quiero decir, qué falta de respeto, ¿no?
—¡Desde luego!
—Pues no se preocupe… —empezó a decir Félix poniéndose en pie—. Les denunciaré en mi próximo libro y todo el mundo sabrá su situación.
Empezó a marcharse, pero Nemo le cogió del brazo.
—No, hombre, son capullos, pero buenos chicos. Seguro que al final me recuperan el cariño.
—Eh, sí, desde luego… ¿Sabe? Tengo prisa.
Nemo le soltó la mano y le soltó una mirada de «a éste le pasa algo en la chimenea».
Era más o menos lo que pensaba Félix mientras salía de allí a toda pastilla rumbo a su estudio.


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