Un relato de superhéroes especial de Todos los santos.
Hoy el centro de la ciudad estaba lleno de esqueletos.
Armazones de calcio descarnados, totalmente limpios, salvo por las finas junturas de cartílago que aún unían y articulaban sus miembros, sin poder evitar el táctac xilofónico que acompañaba cada uno de sus movimientos.
Porque se movían, rondaban por las calles, plazas y avenidas sin más propósito que sembrar el caos y provocar la huida entre los viandantes que los veían acercarse envueltos de una malsana luz verdeamarillenta que casi parecía fluir en el aire a medida que emanaba de sus huesos y congeladas sonrisas.
Pero de hecho no había motivo para la fuga, pues los alegres esqueletos sin carne apenas interactuaban lo más mínimo con aquellos que aún la tenían, y a los que ocupaban una de las calles principales no les faltó amabilidad para retirarse del camino de los antidisturbios que se dirigían en falange y con paso marcial a la estatua del patrono de la ciudad.
Usándola como el eje de un abanico imaginario, los antidisturbios tomaron posiciones en un amplio arco, escudo contra escudo. Su líder se dirigió en voz alta a las figuras que se recortaban contra la base de la estatua.
—Depongan las armas y entréguense ahora mismo sin oponer resistencia.
Una de las figuras, vestida con una gabardina y uno de esos disfraces de esqueleto que prácticamente son un pijama, sonrió, dejando que los pómulos levantaran ligeramente su antifaz en forma de cráneo y, con él, su sombrero de copa.
—No os preocupéis —respondió—, pronto experimentaréis la verdadera felicidad.
Cuando alzó su arma, un enorme cañón acabado en un cráneo metálico cuya boca era, bueno, la boca del arma, todos los agentes respondieron de igual forma con sus propias herramientas de matar.
—Se lo advierto por última vez, depon—
Pero antes de que pudiera acabar la frase, el villano activó su arma y un horrible rayo verde emergió de entre las fauces de la calavera. Dirigió rápidamente el haz contra todo el grupo de policías antes de que tuvieran oportunidad de reaccionar, finalmente envolviéndolos a todos en un campo verdoso que tardó unos segundos en disiparse y revelar su producto: los esqueletos descarnados de las policías, aún ligeramente brillantes y humeando por el intenso calor.
El batallón esquelético no tardó en levantarse y empezar a dispersarse despacio, sus ruidosos pasos coreados por la risa maléfica de su creador y amo.
A su lado, cruzada de brazos y aburrida, lo miraba una chica vestida con un apretado traje en dos piezas que parecían querer imitar las dos mitades de un cráneo, y su cara disimulada con el maquillaje de una catrina mexicana. Al final, cansada de las risas de su compañero, se dirigió a él.
—Cariño... —Al oírla, él detuvo la risa y la miró de forma inquisitiva—. Vale, Profesor Skelotrón. ¿Nos vamos ya? Ya no hay nadie más para convertir en esqueleto.
—Todavía nos queda algo de tiempo. Vamos a buscar por otro sitio.
—Seguro que todo el mundo se ha ido ya corriendo, hasta han cortado el tráfico.
—Jo, venga, no seas así, Calavérica, nos lo estamos pasando bien.
—Tú te lo estás pasando bien.
—Y los esqueletos, mira cómo sonríen.
—Los esqueletos siempre sonríen.
—Y Reinaldo —añadió Profesor Skelotrón señalando a la calavera flotante llena de signos arcanos y aterrador fuego verde que flotaba junto a él.
—Escucha —siguió argumentando ella mientras se acercaba para tocarle el brazo—. Me alegra que estés probando tu esquelonosequé.
—Esqueletomizador.
—Eso. ¿Pero no crees que a lo mejor toda esa gente no tenía ganas de que los convirtieras en esqueletos sin pedir permiso?
—Son más felices siendo esqueletos.
—¿Seguro?
—¿Tú qué dices, Reinaldo?
—DEBEMOS SER LEGIÓN —contestó una voz de ultratumba que parecía resonar en el interior de sus cabezas—. PROSIGUE TU LABOR, ELEGIDO.
—¿Ves?
—Tampoco creo que hacer caso a una calavera siniestra sea una decisión demasiado sabia.
—Hm... Pues ahora me pones en duda. Necesito un momento para meditarlo...
Profesor Skelotrón se llevó por un momento la mano a la barbilla, concentrándose en oír la voz de su conciencia. No pasó mucho antes de que, sobre su hombro derecho, apareciera una versión pequeña de Calavérica con alas de ángel y halo.
—Debes hacer lo que te dice tu novia, lo que le haces a la gente no está bien.
Pero entonces, sobre su hombro izquierdo se manifestó otra versión igualmente minúscula de Reinaldo, con rabo y cuernos.
—ERES EL ELEGIDO PARA ACABAR CON EL REINO DE LA CARNE Y TRAER LA NOCHE ETERNA. NADA DEBE INTERPONERSE EN TU CAMINO.
—Hm, vale, no, esto no ayuda —concluyó el profesor.
—Vosotros, villanos —gritó una voz tan potente que hizo explotar en una nube de polvo de pensamiento a las manifestaciones de su consciencia y lo trajo de vuelta a la realidad.
Ante ellos se alzaba desafiante un solo hombre, con los ojos y el pelo cubiertos por un pañuelo naranja y el torso por una camiseta del mismo color. Al menos había tenido el acierto de combinarlo con unos vaqueros azules y una mochila del mismo color que parecía llevar cargada.
—¿Quién eres tú? ¿Cómo te atreves a llamar villano al Profesor Skelotrón?
—¡Soy Golpe Cítrico! ¡Un héroe de provincias! ¡Y te llamo como lo que eres!
—Pfff, no he venido aquí a que me insulten.
Y sin añadir más, alzó el esqueletomizador y lanzó un rayo contra el héroe enmascarado que le dio de pleno, cubriéndolo con la misma siniestra luz amarilla.
—¿Ves, Calavérica? Te dije que todavía quedaba gente para convertir en esqueleto.
—Creo que te conviene echar un ojo, Profesor...
Y no perdió un segundo en hacerle caso para ver cómo, al disiparse totalmente la luz verde, Golpe Cítrico seguía en pie e incólume, sin haber retrocedido un milímetro en su postura desafiante.
—¿Debo asumir que eso significa que no vas a rendirte pacíficamente?
—¡Es imposible! ¡Tu esqueleto debería ser mío!
—Has cometido un terrible fallo de cálculo, Profesor Skelotrón: mi cuerpo tiene tanta vitamina C que es prácticamente indestructible.
—¿Pero qué clase de poder estúpido es ese?
—Profesor —le recordó Calavérica—, tú eres el que convierte a la gente en esqueleto porque sí.
—Ya, pero lo de la vitamina C tiene que ser faroleo.
Sin decir nada más, Golpe Cítrico llevó sus manos a la mochila y extrajo dos hermosos pomelos... que inmediatamente empezó a comerse a bocados.
La pareja lo contempló entre horrorizados y asombrados.
—Esto...
—Yo solo estoy aquí porque es mi novio —se apresuró a puntualizar Calavérica.
Pero para entonces ya se había acabado la fruta en un tiempo inusitadamente rápido. Su mano derecha, aún cubierta de jugo pringoso, se cerró en un puño que alzó en el aire para dejarlo caer contra el suelo. El asfalto brotó como una fuente a su alrededor y llovió como intentando volver a llenar el cráter abierto por la fuerza frutal del héroe.
Y tras esto volvió a erguirse y apuntó con la misma mano, extendido el índice, directamente a Skelotrón.
—¿Además de asesinar a cientos eres tan desconsiderado como para forzar a tu novia a ser tu cómplice?
—Cuando acabemos aquí vamos a ver una peli que solo ella tiene ganas de ver, así que es un poco fifty-fifty.
Calavérica se encogió de hombros, como queriendo mostrar que estaba de acuerdo, pero no del todo segura de si debería darlo a entender.
—Bueno, vale, supongo que esto está bien. Pero aun así eres un villano depravado y debo darte tu merecido.
Y con estas palabras comenzó a caminar hacia los villanos, aportando dramatismo a cada paso.
Calavérica se ocultó tras Skelotrón y este se llevó los dedos a los labios para lanzar un largo silbido. Antes de que acabara, una escuadra de al menos cincuenta esqueletos ocupó los diez metros que separaban al héroe de los villanos.
Golpe Cítrico se detuvo.
El Profesor Skelotrón sonrió cuando vio cómo, aparentemente intimidado, se daba la vuelta y se alejaba en dirección contraria tan despacio como antes se acercaba.
—Está todo controlado —le dijo a Calavérica por encima del hombro.
Pero nada estaba controlado. Lanzando un poderoso grito de guerra, Golpe Crítico corría a toda velocidad hacia los esqueletos, que se disponían a recibir el impacto. Pero saltó y la potencia de sus piernas y la carrerilla que había cogido lo catapultaron directamente hacia el trío de villanos. Los esqueletos saltaron intentando agarrarlo, pero no interrumpieron su trayectoria. El Profesor Skelotrón se quedó paralizado por un segundo al confundir su silueta recortada contra el sol con la de un majestuoso limonero en pleno vuelo, pero recuperó la compostura a tiempo como para empujar a Calavérica y luego apartarse él mismo del punto de impacto, aunque sin poder evitar que la onda expansiva lo derribara.
Calavérica corrió a ayudar al profesor a ponerse de pie mientras Golpe Cítrico intentaba liberarse los pies clavados en el asfalto.
Tan pronto como pudo Skelotrón volvió a silbar con otro tono y, con un poderoso derrape, apareció ante ellos una moto hecha de esqueletos que se habían deformado para adoptar la forma de ruedas, pistones, asientos y toda suerte de partes.
—¡Rápido! —instó el profesor mientras cojeaba con la ayuda de Calavérica—. ¡Monta en la osicleta!
—Estabas deseando soltarlo, ¿no?
—Calla y sube.
En el momento en que Profesor Skelotrón se puso al manillar y Calavérica, tras él, se abrochó el cierre del casco de hueso que incluía la osicleta, Golpe Cítrico comenzó a correr hacia ellos.
—¡Aún estáis a tiempo de entregaros pacíficamente!
Profesor Skelotrón respondió con un grito y arrancó su traqueteante vehículo para alejarse lo más rápido posible.
Pero no lo suficiente.
La de por sí alarmante falta de espejos retrovisores le obligó a girarse para ver sobre el hombro de Calavérica cómo Golpe Cítrico los perseguía corriendo a toda velocidad mientras se llevaba dos brillantes naranjas washington directamente a la boca.
—¡Agárrate! —advirtió a su compañera mientras giraba violentamente el manillar para tomar una de las bocacalles que bordeaban el bulevar y perder a Golpe Cítrico en el laberinto de edificios del centro.
Pero un héroe que se precie no se deja amedrentar por unas cuantas calles estrechas, pues corría lo bastante rápido como para que el traqueteante e inconfundible sonido de la osicleta no quedara tan lejos como para no poder perseguirla.
Y vaya si Golpe Cítrico era un héroe: tenía que serlo. No había soportado el intenso entrenamiento de su abuela en los templos secretos de la sierra, bebiendo y bebiendo zumos, entrenando en las artes marciales secretas que su familia llevaba años pasando de generación en generación para nada. Incluso cuando tronaba, cargado con tantas naranjas que su columna debería haberse roto hacía tiempo y llevando zapatos de hierro candente no había parado de correr. Y no iba a hacerlo ahora.
Al tener la osicleta a la vista se precipitó sobre ella como un árbol mandarín agazapado en la jungla salta sobre su presa. Y con sus dedos como garras se aferró a la parte trasera del vehículo.
Al ver cómo el enmascarado anaranjado trepaba hacia ella desde la pálida rueda, Calavérica soltó un grito y se aferró más al Profesor Skelotrón que, mirando atrás con no mucha menos consternación, respondió solo con un silbido más.
Percibiendo el peligro para sí mismo, Golpe Cítrico intentó escalar más deprisa, pero ya era tarde, una mano esquelética surgió de la osicleta y agarró la suya, entrelazando con fuerza los dedos. Y lo mismo hizo una segunda más abajo, atrapando así su otra mano.
—¡No!
Pero calcáreos huesos, lejos de aceptar esta sencilla orden, siguieron apretando con fuerza inhumana las manos del héroe y alejándose de la moto a medida que surgían sus respectivos radio y cúbito, hasta que, al fin, al tomar una curva, se desprendieron del armazón de la osicleta, arrojándo al héroe contra un muro.
El Profesor Skelotrón y Calavérica permanecieron un par de minutos en silencio, antes de que él estuviera lo bastante seguro de que podía decirlo sin repercusiones:
—Bueno... Creo que lo hemos perdido.
Y siguieron alejándose con su particular traqueteo.
Pero quizá las precauciones del Profesor no fueron las suficientes para que no hablara demasiado rápido.
El rostro semicubierto que se reflejaba en la superficie dorada de la fruta estaba lleno de humillación y rabia, delatadas también por la fuerza con la que los poderosos dedos del héroe la apretaban. Pero la fruta dorada de Gong-yi no maduraba para ser herramienta de esa clase de sentimientos y Golpe Cítrico lo sabía.
Cerró los ojos, tenía todo el tiempo del mundo. Respiró hondo, casi un minuto desde que comenzó a inhalar hasta que exhaló. Y de nuevo otra vez. Si quería usar la fruta sagrada, debía antes liberar su mente de todos los pensamientos nocivos. Esto no era una cuestión de venganza, debía actuar solo para mantener la justicia y el mandato del cielo sobre todas las criaturas.
Vaciando su mente por completo, se adentró cada vez más y más en el trance. Y entonces en la oscuridad apareció un rayo de luz: un sol a miles de millones de kilómetros de altura directamente sobre su cabeza y solo una forma de llegar hasta él: una escalera de peldaños naranjas que subía en espiral hasta él como disparada desde la tierra. Puso el pie en el primer peldaño y comenzó a correr.
—En fin —dijo Profesor Skelotrón.
Seguía corriendo escaleras arriba, había corrido ya la duración de tres vidas humanas y estaba a mitad de camino, el sol no había aumentado de tamaño. Se veía tan pequeño como cuando estaba en el suelo: sabía que no era él el que no avanzaba, eso era lo que su mente racional pensaría, su intuición le decía que en realidad a cada paso el sol se hacía más pequeño, esperándolo.
—Se nos ha hecho un poco tarde —dijo virando en una calleja para volver a la avenida principal—. Será mejor que vayamos directamente al cine.
En efecto, cuando lo alcanzó, el sol era minúsculo, tanto que cabía en la palma de la mano, solo tenía que saltar y agarrarlo...
—Uhum —respondió Calavérica acompañándose de un asentimiento.
Cuando Golpe Cítrico volvió a abrir los ojos, estaba en posición de loto sobre la acera, el sol estaba en sus manos... y lo devoró de un bocado.
Profesor Skelotrón paró la osicleta casi en seco. Cuando la inercia se dispersó y dejó de estar a punto de caerse sobre el manillar, miró en una dirección aleatoria con los ojos como platos y preguntó a su compañera:
—¿Tú también lo has sentido?
Ella, con una cara no mucho menos ojiplática, respondió con un asentimiento.
—Ha sido como...
—Como si tuviera un altavoz en la cabeza y hubiera tocado solo una nota muy grave.
Ambos dedicaron unos segundos a pensar sin muchas ganas en la idoneidad de esa comparación hasta que Calavérica alzó el dedo para alertar a su novio:
—¡Mira!
Un río de luz dorada emergía de una de la bocacalles próximas y no pasó mucho antes de que pudieran ver una figura humana recortándose entre ella. Ambos supieron quién era.
—Se acabó, ya estoy harto —estalló Skelotrón bajando de la moto y remangándose—. Ese tipo no va a fastidiarnos más la cita. Voy a resolver esto con él como hombres.
—A lo mejor va a ser mejor que nos entreguemos.
—¡Ni soñarlo! —replicó él en voz alta. Pero al ver los ojos de ella, la tranquilizó con un beso en los labios—. No te preocupes, todo saldrá bien.
Y dejó atrás a Calavérica, nada convencida, mientras iba directo hacia la luz, cada vez más próxima, seguido de Reinaldo. Golpe Cítrico ya había salido de la calle perpendicular y caminaba también hacia él rodeado de la luz que parecía emanar de alguna fuente misteriosa a pocos metros sobre su cabeza.
—Está bien colega —El profesor aceleró a su encuentro—. Te voy a cortar de golpe los fuegos artificiales.
—¿Estás listo para replantearte todo lo que te ha traído hasta aquí? —preguntó a su vez el héroe.
—Pff, no. Tú sí que te vas a replantear cosas.
—Ya veo. Entonces deja que te eche una mano
En un solo paso de varios metros, Golpe Cítrico se puso frente a su contrincante, alzó la mano rodeada de una esfera de luz blanca y tocó gentilmente la frente del desprevenido Skelotrón, haciendo que parara en seco, mirando al infinito con un gesto de igualmente infinita sorpresa.
Golpe Cítrico aprovechó entonces para alargar el brazo y atrapar a Reinaldo la calavera mientras intentaba alejarse flotando. La arrojó al suelo y la destrozó de un único y poderoso pisotón, haciendo huir a los fuegos fatuos malignos que la habitaban.
Arrancó entonces el esqueletomizador que colgaba de una correa del hombro del profesor y lo hizo pedazos con las manos desnudas.
—¡¿Qué le has hecho?! —gritaba Calavérica mientras corría hacia ellos y se colocaba entre golpe Cítrico y el indefenso Skelotrón.
—Nada —respondió el héroe con voz calmada—, se le pasará en unos minutos. Ahora mismo está contemplando todas sus decisiones vitales, con suerte encontrará el error que le llevó por el mal camino.
Calavérica miró la cara de sorpresa de su novio, entre sorprendida ella misma y aliviada.
—No os entregaré esta vez —siguió explicando Golpe Cítrico—, porque todavía tiene que cumplir la promesa de llevarte a ver esa película. Pero asegúrate de que esto no vuelve a ocurrir.
Calavérica, un poco en estado de shock, solo llegó a asentir de nuevo. Pero Golpe Cítrico no podía verla, pues ya se estaba alejando calle abajo, mientras su luz se apagaba poco a poco.
Cuando por fin estuvo fuera de vista, Calavérica se abrazó a Profesor Skelotrón y lloró un buen rato solo de puro alivio.