15 oct 2011

Drunk Rhapsodists Night Club - 10

Pista 10: Adiós, mi tengu
 El otoño ya se acercaba y las tormentas veraniegas lo anunciaban. Estaba nublado y había luna nueva, con lo que el cielo era negro e insondable como la pupila de un gato.
Los Steel Bitch yacían sentados en un banco bajo aquella oscura mortaja, cada uno en sus pensamientos (en realidad Pitch mordisqueaba algo, pero no viene al caso). No se atrevían a mirarse unos a otros ni a hacer ruido.
—Tengo hambre —aportó Genutto para romper el silencio reinante y añadió—: ¡Croa!
Los demás no le hicieron demasiado caso, aún nadando en sus pensamientos. Pitch sí tuvo la deferencia de gruñirle un poco, más que nada para asegurarse de que no intentara robarle.
—¡Vamos! ¡Croa! —les gritó—. ¡No entiendo por qué nos hemos ido sin darles lo suyo a esos farsantes!
—Tío, ¿no te das cuenta de lo que ha pasado?
Genutto parpadeó sin saber exactamente qué responder.
—Depende, ¿cuándo y dónde?
—En la habitación de esos tipos…
—¡Que estábamos a punto de darles lo suyo pero nos largamos sin decirme por qué! ¡Croa! —graznó, indignado.
—Porque no nos reconocieron.
—¡Porque fingían! ¡Croa!
—No, cuervito, no —apoyó Tomás.
—No nos conocían de nada…
—¡¿Cómo no nos van a conocer?! ¡Croa! ¡Somos Steel Bitch! ¡Tenemos miles de fans!
—¿En serio? —preguntó Álex—. Aparte de los chicos de la furgoneta, ¿a cuántos fans nuestros has visto?
Genutto levantó una mano para contar con los dedos, pero no pudo levantar ninguno de ellos.
—¿Cuentan las palomas a las que dimos comida? No nos dejaban tranquilos.
—Me temo que no…
—… ¡Pero eso no es lo que importa! ¡Croa!
—¿Entonces qué es lo que importa? Dime.
Genutto se calló sin saber exactamente qué responder.
—Me da la sensación de que llevamos tres años perdiendo el tiempo —continuó Álex—, que nada de esto ha tenido sentido.
—¡No digas eso! ¡Croa!
—Nadie nos conoce, tío, con esfuerzo se habrán vendido media docena de nuestro disco. ¿Y al final para qué?
—¡Si el disco no se vende es por la piratería! —le espetó Genutto—. ¡Y ha servido para pasárnoslo bien! ¿O no?
—Yo esperaba otra cosa cuando fundamos la banda.
—Y yo cuando me uní, patrón.
—¡Gñi!
—A lo mejor… —siguió Álex, no demasiado seguro—. Quizá va siendo hora de colgar los instrumentos que no tenemos.
Genutto se quedó sin habla.
—¿Habla en serio, patrón? —le inquirió Tomás.
Álex asintió y se levantó del banco.
—Creo que es la hora de que… no sé vuelva a casa, empiece a vestirme normal y sea un buen hijo —les explicó—. Nos lo hemos pasado bien, chicos, hasta la vista.
Se metió las manos en los bolsillos del uniforme que aún llevaba y se echó a andar.
—¡No puedes irte, jefe! ¡Croa! ¡Sin ti no somos nada!
—Lo siento, cuervito —se disculpó Tomás—, pero creo que yo también he de irme. Mi mamá enferma me necesita.
Se terminó de despedir con un manotazo en la espalda que dejó sin aliento a Genutto y se fue dando zancadas.
—¡Gñi! —le gritó Pitch antes de salir corriendo.
—¡Mapache traidor! —la acusó Genutto.
La persiguió unos metros antes de que le sacase demasiada ventaja y luego gritó a los demás.
—¡Bueno! ¡Idos! ¡No os necesito! ¡Croacroa! ¡Yo seguiré con Steel Bitch! ¡Y será mejor! ¡No admitiré traidores! ¡Croa! ¡Viva Steel Bitch!
Una lágrima solitaria salió por debajo de su máscara.
—¡Cabrones!


▼▼▼

Álex caminaba por las calles de Pork solo, sin mirar al frente e inmerso en sus pensamientos. Se preguntaba dónde habría un bar para acallarlos. Llevaba tanto tiempo sin poder escucharlos por encima de los gritos de Genutto que ahora le resultaban extraños… y además estos eran especialmente malos.
Aún no acababa de creerse que hubiera dejado el grupo, pero su resolución era firme. De verdad sentía todo lo que le había dicho a Genutto. Habían pasado buenos ratos, pero solo con eso no se llega a lo más alto.
—Eh, Álex.
Se giró.
Sus pies le habían llevado inconscientemente junto a la furgoneta de la CASBA. Mirelle le había visto y le llamaba desde la ventnilla.
—¿Por qué tienes esa cara? ¿Y dónde están los demás?
—Tuvimos problemillas…
—¿Qué clase de problemas?
—Eso no viene al caso… El grupo se ha disuelto.
Mirelle abrió mucho la boca al tiempo que los ojos se le llenaban de lágrimas.
—No puedes decirlo en serio —le acusó—. No me gastes estas bromas.
—No es una broma, Mirelle. Lo siento.
—P-Pero, ¿por qué?
—Nos hemos dado cuenta de que no hemos alcanzado las metas que nos propusimos.
—¿Y qué haremos nosotros ahora?
—Genutto dice que quiere rehacer el grupo… Preguntadle a él.
Zanjó ahí la conversación empezando de nuevo a andar con un destino incierto.
Mientras Mirelle le contaba la funesta noticia a sus compañeros de furgoneta Álex se internó en unos callejones demasiado oscuros como para ser buenos para la salud… Y lo peor de todo es que no había ningún bar.
Oyó voces a su espalda y vio por el rabillo del ojo una figura saliendo de las sombras de la esquina tras él.
—No tengo dinero —le dijo—, así que si quieres apuñalarme o golpearme, me saldrá gratis.
Dicho y hecho, un objeto contundente golpeó a Álex en la nuca, que empezó a caer como un árbol cortado.
Su último pensamiento antes de caer inconsciente en el suelo fue: «joder, qué diíta…».


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