No tardaron en salir al coloquio algunos de los regalos tradicionales. Obviamente, la primera opción comentada fue una caja de bombones, pero más tarde fue desechado porque muchas madres a día de hoy quieren conservar su figura y podrían tomar esto como una ofensa directa. Posteriormente salió el perfume, que en principio parecía ser una opción bastante robusta a pesar de que en principio es difícil elegir una fragancia adecuada para la madre que se va a agasajar. Un borracho al que habíamos contratado para reírnos de él dijo antes de quedarse dormido "¿Y por qué no bombones perfumados?". Ahí comenzó todo.
Parecía ser la idea perfecta. Tenía todo el encanto natural de una caja de bombones y el buen olor de un perfume. Por encima de todo, los bombones perfumados en primera instancia no parecían ser comestibles, lo cual evitaría a la madre en cuestión la tentación de comerlos y no sería una ofensa personal para ella recibir ese regalo. Aún nos quedaba mucho por debatir, pero parecía que ninguna otra idea la iba a desbancar.
Obviamente, no todo el mundo estaba de acuerdo con la idea. Alguien dijo en el más sarcástico de los tonos "Ya que estamos a mezclar cosas estereotípicas, ¿por qué no le metemos flores también?". Curiosamente, eso dio pie a comentarios serios acerca de introducir flores a ese proyecto de regalo perfecto. De la forma más obvia, todos pensaban en hacer bombones en forma de flor para salir del paso, sin embargo, la respuesta era mucho más obvia: dejar huecos especiales para meter flores de plástico a modo de decoración. Obviamente, las flores serían margaritas silvestres, de esas que coge un niño pequeño para darle a su madre porque alguien se lo ha chivado, probablemente su abuela o mismamente su madre.
De forma bastante obvia mirándolo ahora de manera retrospectiva, alguien sugirió algo que en su momento a nadie se le había ocurrido: meter dibujos infantiles dentro de la caja. Lo suyo sería dejar un espacio en blanco para dejar al hijo hacer el dibujo que quiera a su madre, como de hecho comentamos en un principio, pero luego nos dimos cuenta de que, por raro que parezca, no todas las personas que daban regalos a su madre en su día eran niños de menos de diez años. Para sufragar esto se nos ocurrió al principio usar un dibujo de alguno de los allegados infantiles de los miembros de tal singular contubernio y fotocopiarlo hasta la saciedad para meter uno en cada caja, pero no tardamos en idear algo mejor. Dentro de la caja iría una pequeña ampolla con un potente alucinógeno que hiciese al portador dibujar como un niño de tres años en la propia caja, sin espacio en blanco delimitado ni nada, que cuando estás drogado eso te la suda.
Cuando estábamos a punto de declarar a este regalo el más apropiado para el día de la madre, fuese cual fuere la situación, nuestro dueño y señor, Filippo, dijo la última palabra al respecto. Nos dijo que no nos permitiría patentar y fabricar en masa tal cosa si no llevaba un explosivo dentro de activación aleatoria al abrir la caja, por si acaso uno de los días de los santos indecentes monifáticos aleatorios coincidía por casualidad con el día de la madre. Eso resultó ser mejor idea de lo que en un primer momento parecía, pues esto se adapta perfectamente al perfil del típico hijo adolescente que sigue queriendo a su madre, pero que le tiene rabia por bajarle la paga y decirle que vuelva a casa antes de mediodía cuando salga un sábado por la noche.
Así pues, dimos por finalizada la reunión y quedamos para otro día para buscar la mejor forma de fabricar dicho regalo en masa y venderlo en días de la madre venideros. Tendréis noticias de ello si procede.
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