Este se une a la larga cadena de atentados del gobierno contra minorías étnicas y religiosas en un intento de suprimir la diversidad poblacional de nuestras costas. Los morrofondeños, dada la naturaleza aislada de su localidad, han desarrollado desde tiempos inmemoriales una serie de características anatómicas propias que afectan a sus rasgos faciales y forma de andar, lo que les ha granjeado el rechazo de comunidades cercanas durante años. Esto ha hecho que ellos mismos desconfíen de los forasteros, aunque de ningún modo podría vincularse esto con las numerosas desapariciones de turistas e investigadores que les imputan las autoridades.
A esto se suma el hecho de que sus prácticas religiosas distintas al cristianismo normativo y muy vinculadas al mar no son de la aprobación del gobierno. Es cierto que a veces, ocasionalmente, deben llevar a cabo sacrificios humanos completamente voluntarios, pero esto es una parte integral de sus sensibilidades culturales que no debería ser objeto de crítica sin un profundo conocimiento e inmersión en sus prácticas ancestrales.
El colectivo morrofondeño, sin embargo, considera esto poco menos que un mero contratiempo, haciendo gala de la envidiable resistencia de su grupo étnico. Algunos de los líderes religiosos (varios de los cuales no hablan el idioma local y se comunican mediante movimientos de aletas y branquias, y gestos bucales que imitan a un pez asfixiándose) están llevando a cabo los rituales apropiados para complacer a sus dioses y retomar la tierra que les pertenece legítimamente.
Varias comunidades murcianas cercanas a Morrofonda, en un repulsivo despliegue de racismo contra los morrofondeños, consideran que hay que cortar el problema de raíz, quemar sus casas, echar sal en sus tierras, y redescubrir la fórmula del fuego griego para prenderle fuego al mar antes de que nada salga de él.
Desde la redacción de este periódico esperamos el día en el que Dagón salga de las profundidades y reine una vez más sobre la tierra, trayendo locura y ruina a los no-creyentes.
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