El calendario revolucionario soviético funcionaba con cinco o seis días por semana (depende de si usáis vuestras máquinas del tiempo para viajar a la época satánica-gótica de Stalin o no), cada uno de ellos identificado por un sabor, de forma que era necesario lamer los pequeños cuadraditos de los calendarios para saber en qué día de la semana estabas. Estos días eran, en orden, amargo, dulce, umami, ácido y salado. Al imponerse la semana de seis días se añadió el sabor adiposo, con celdillas cubiertas de manteca de cerdo.
Por otra parte, solo se permitía el descanso en un día determinado de la semana según tu ocupación, lo cual fue un fuerte golpe de mano para los grupos que se reunían para jugar a la brisca y conspirar contra el régimen, dado que les era imposible encontrar un día en el que todos estuvieran libres para quedar. Ahora bien, aunque la medida fue ingeniosa, no se compara con la prohibición que Filippo nos impone de no descansar un solo día. Jamás.
No obstante, todavía había disidentes que, además de usar el descanso del calendario soviético, descansaban en domingo. Y otros que llegaban a afirmar que el nuevo sistema no era útil y no aumentaba realmente la producción. Esa era la clase de gente a la que el gobierno nunca avisaba de cuándo iba a ser el día de recibir un piolet en la cabeza ese año. Pero ya hablaremos de eso más adelante.
En cualquier caso, los soviéticos consiguieron algo que ni siquiera nosotros hemos sido capaces de lograr: hacer que algunos días del año quedaran fuera de los meses, ahí, flotando en el limbo. Estos días extras se debían a que el calendario se dividía en doce meses de treinta días cada uno, de forma que sobraban cinco días de un ciclo solar. Es por esto que durante su mandato, Stalin intentó en repetidas ocasiones ejecutar en campos de concentración a los cinco días que sobraban de los 365 días de los que se compone un año, pero, dado que resultaba imposible la ejecución de días o incluso condenarlos a trabajos forzados llegó a la conclusión de que lo mejor era no tenerlos en cuenta y añadir un més entero al calendario cada seis años, que llevaría su nombre: stalunio. Al darse cuenta de que esta idea era copiada del calendario chino, decidió echarse atrás.
Con el tiempo, estos días empezaron a utilizarse para celebrar festividades especiales que eran el ya mencionado día de recibir un piolet en la cabeza (que terminó con la vida de Trotsky debido a que estaba en el extranjero y no pudo conseguir una versión actualizada del calendario), el día al revés (que probablemente fue lo que originó los chistes de la Rusia Soviética), el día del VERDADERO DAÑO SOVIÉTICO (en el que se lanzaban bombas desde helicópteros a lugares aleatorios del mundo), el día de dar chocolate a tu perro (que acabó por convertirse en 1930 en el día de no dar chocolate a tu perro debido a las inexplicables bajas) y el día de beber vodka hasta desmayarse (que además tenía la peculiaridad de ser el único día del año con más de 24 horas, con un total de 51,08 horas en 1932, el año que más duró). Además, como mencionamos arriba, en años bisiestos tenían 31 de febrero. Pensáoslo dos veces antes de proponer esa fecha para un evento al que no queráis asistir, porque podríais estar hablando con un ruso viajero del tiempo y la pifiáis.
Como habréis podido comprobar en base a los pocos, pero significativos datos que os hemos dado (podéis encontrar muchos más en vuestra anchainerteca local), el calendario revolucionario soviético es digno del segundo puesto en el concurso de mejor calendario que celebramos los miembros de Monifate a puerta cerrada un domingo que llovía y por eso decidimos honrarlo celebrándolo hoy que, en realidad, era un día tan bueno como cualquier otro.
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