14 jul 2011

Drunk Rhapsodists Night Club - 9



Pista 9: ¿El encuentro definitivo?
—¡Qué tipo más raro! ¡Croa! ¿Visteis cómo corría cuando habló con Nemo?
—Sí —reconoció Álex—. Aunque no parecía mal tipo y la publicidad gratis es… Bueno, publicidad gratis.
—¡Gñi!
—¿Ves? A Pitch también le cayó bien.
—¡Algo más en su contra! ¡Croa!
Así conversaban los Steel Bitch mientras acudían al lugar de la cita con el ancianito Osvaldo, la más reciente incorporación de la CASBA. Si dábamos crédito a sus palabras había encontrado una forma de colar a nuestro grupo favorito en el Gritz donde trabaja su sobrino y se alojan los rivales más acérrimos de Steel Bitch: los Light Silver Dominicus. Su intención, como se recordará, es derrotarlos en un duelo de rock y así autolanzarse a la fama… Pero no todo es un camino de rosas.
El hotel Gritz es uno de los edificios más altos y ampulosos de Old Pork sus cien pisos de altura están decorados con todo tipo de arcos, gárgolas y molduras góticas, combinadas de noche con luces de neón que aún no se habían encendido porque solo estaba anocheciendo. Era un hotel de cuatro ¾ estrellas donde se alojaban los visitantes más pudientes que acudían a Pork por motivos diversos, aunque normalmente no incluían el placer.
Antes de que la furgoneta de sus fans los dejase cerca de un bar en el que reponer fuerzas Osvaldo les había dicho que les esperaría cuando el sol se pusiera en la parte trasera del hotel, cerca de la entrada a las cocinas.
De hecho llegaron allí y no había nadie.
—¡Ese viejo nos ha timado! ¡Croa!
—Genutto, solo han pasado dos segundos.
—¡Dos segundos de mi vida perdidos! ¡Vámonos ya!
—Si ni siquiera hemos llegado a la puerta, seguimos andando hacia ella.
—¡Luego habrá que hacer más camino de vuelta! ¡Croa!
—¡Gñi!
—¡Cierra el pico, maldito procyon!
—¡¿Gñi?!
—Genutto, ¿qué te dije de usar palabras raras de Wikipedia?
—¿Qué me darías un premio? ¡¿Croa?!
Álex no le respondió con otra cosa que una mirada de desaprobación. Genutto ni siquiera se percató, estaba más ocupado viendo aparecer al viejo Osvaldo por la puerta de servicio.
—¡Ahí está! ¡Vamos apalizarlo por dejarnos tirados!
—No nos ha dejado tirados, ha acudido a la cita.
—¿Entonces no habrá palizas?
—No, ni tortura psicológica.
Si Genutto pudiera llorar hubiera dejado caer una lágrima, pero no podía porque es un tipo duro.
Osvaldo les llamó con la mano al fondo del callejón donde estaba la entrada a las cocinas.
—¡Por aquí, jovencitos!
Lo siguieron hasta la pared de ladrillo visto donde acababa la calleja.
—Bien, abuelo, ¿cómo piensa colarnos? —preguntó Álex.
—¿Colaros?
—En el hotel.
—¿Qué hotel?
—¡Éste! ¡El Gritz!
—Ah, sí, éste es el Gritz.
—… ¿Y bien?
—Sí, hijo, solo los achaques normales de la edad.
—No, que cómo va a hacer para colarnos.
—Ah, haber empezado por ahí —Se volvió hacia una caja que tenía a las espaldas y sacó unos fardos—. Mi sobrino os ha conseguido uniformes de camareros para que podáis subir a las habitaciones, hay tantos que no levantaréis sospechas.
Les pasó un paquete a cada uno donde había un uniforme de un color verde hierba bastante feo.
—Vamos, cambiaos, no tenemos todo el día —Cogió el cuarto paquete y se lo dio personalmente a Álex—. Toma, pequeña, espero que te quede bien.
El uniforme era similar al de los demás, pero en lugar de pantalones había una falda.
—Soy un hombre, señor.
—Oh, cierto… Es que a mi edad ya cuesta distinguir a los jóvenes de hoy en día… Bueno, lo siento, pero no tengo más.
—No, no pasa nada —lo tranquilizó Álex.
Unos minutos más tarde todos se presentaron con la nueva ropa. Álex no se había quitado las gafas de sol, al igual que Genutto y Tomás aún llevaban sus máscaras. Incluso Pitch seguía llevando su antifaz junto con el pequeño uniforme que le había conseguido Osvaldo.
—¡Gñi! —los aprobó Pitch, pero solo con un cinco raspado. Cualquier hembra de cualquier especie apenas podría encontrar aceptables aquellas prendas.
—¡No me gusta! ¡Croa! —se quejó Genutto—. ¡El pantalón me queda pequeño, la camisa grande, la tela me pica y este sobrerito es ridículo!
—Pues a mí me queda como un guante —observó Tomás.
—Bueno, basta ya de críticas —les paró Álex—. Vale que el gorrito sea ridículo, pero solo tendremos que llevarlo un rato —se volvió hacia Osvaldo—. ¿Ahora qué, abuelo?
—¿Qué?
—Que qué hacemos ahora.
—Ah, seguidme —les ordenó.
El ancianito entró por la puerta de las cocinas.
Los Steel Bitch intercambiaron miradas por un momento y en seguida Álex corrió tras él. Los demás siguieron a su líder.
▼▼▼
“Coged este carrito y así levantaréis menos sospechas”, les había dicho el viejo. “Id directos a la habitación que os he dicho y nadie se fijará en vosotros”, también les dijo. Lo que el maldito viejo no había planeado es que sus uniformes no eran de ese hotel, sino del Gritz de otra ciudad y, por tanto, mientras los suyos eran verdes con un gorrito ridículo, los verdaderos empleados llevaban elegantes uniformes azul marino. Nadie les quitaba el ojo de encima.
Un guardia con traje de al menos nueve o diez cabezas se les acercó haciendo sonar sus nudillos.
—Disculpen, caballeros, pero… —Sus ojos se abrieron como platos—. ¡Vosotros!
—¡Nudillos, viejo amigo! —le saludó Álex, intentando ser cordial.
Nudillos no respondió con la misma cordialidad. Su modus operandi fue más bien lanzarse sobre ellos como un bárbaro en modo berserker.
Antes de que les alcanzara Álex le lanzó el carrito, que le golpeó en el estómago, deteniéndolo momentáneamente.
—¡Corred! —les gritó a los demás Steel Bitch.
Se precipitaron hacia el cercano ascensor.
Nudillos se lanzó como un toro a por ellos. Por suerte Álex le dio a un botón aleatorio y las puertas se cerraron a tiempo. Se oyó un clonc lejano al otro lado.
—Jefe… —llamó Genutto mientras el ascensor subía lentamente.
—¿Qué, Genutto? —preguntó Álex, aún tenso por la huida.
—En ese carrito… iba todo nuestro dinero…
Una gota de sudor frío recorrió la espalda de Álex. Tragó saliva.
—¡Es broma! ¡Croa! ¡Nosotros no tenemos dinero! ¡Crajcrajcraj!
Antes de que Álex pudiese decir nada o incluso sentirse como un tonto el ascensor llegó a su destino y las puertas se abrieron.
Al otro lado les esperaba su viejo y bienamado amigo Bacavurra, que les saludó a su manera:
—¡Os voy a estrangular! ¡Y luego os mataré! —Era su frase favorita, la única que pronunciaba correctamente. Estaba muy orgulloso de ella.
Sin embargo antes de que pudiese hacer honor a su palabra Pitch saltó desde el hombro de Tomás y se le encaramó a la cara.
Los demás Steel Bitch no se lo pensaron dos veces y salieron corriendo del habitáculo. Genutto incluso se permitió el privilegio de darle una patada a la mole humana que constituía a Bacavurra, cuyos músculos en ese momento estaban concentrados en la titánica tarea de quitarse una mapache hembra de la cara.
Corrían en alguna dirección al azar cuando pronto Pitch se les unió de nuevo. No obstante sus correrías no duraron mucho más. Otros guardias de constitución similar al de nuestros dos buenos matones cercaron el pasillo por el que corrían. Los Steel Bitch hicieron piña listos para defenderse mientras los iban acorralando poco a poco.
Estaban a punto de plantar cara a los guardias cuando Álex exclamó:
—Eh, tíos, por aquí.
Abrió la puerta que tenía a sus espaldas y los demás le siguieron. Los guardias se quedaron con un palmo de narices. Esa posibilidad no entraba en su capacidad intelectual.
Álex atrancó la puerta.
—¡Mierda! —exclamó—. Ha ido de un pelo.
—¡Jefe! —llamó Genutto.
—Ya, ya lo sé, Genutto. En cuanto me dé la vuelta nos habremos metido en una habitación llena de guardias. Es lo que suele ocurrir en estos casos…
—No, jefe, mira…
—Ah, entonces es algo peor… Déjame pensar… ¿Una chica desnuda que nos acusará de pervertidos?
—Jefe, escuch…
—Espera, ¿varias?
—¡Patrón, son los Light Silver Dominicus! —zanjó Tomás.
Álex se volvió despacio.
Seis ojos estaban clavados en él desde el otro lado de la habitación. Jonathan el batería le miraba, Joseph el guitarra y cantante le miraba, y hubiera jurado que Jotaro, el bajo (no solo por el instrumento que tocaba), también le miraba de no haber sido por sus estrechos ojos japoneses.
—So nanoka? —preguntó.
—¡Por fin os tenemos! —exclamó Álex—. ¡Es la hora de la revancha!
—¿Perdona? —preguntó Joseph.
—Comprendo que no me hayas oído por la conmoción, tío. ¡He dicho que os retamos a un duelo de rock!
—Para empezar, ¿quiénes sois? —ayudó Jonathan.
Álex abrió la boca con incredulidad.
—¡Steel Bitch! ¡Croa! —respondió Genutto en su lugar—. ¡Vuestros eternos rivales!
Joseph y Jonathan intercambiaron miradas. Jotaro no entendía nada, así que se dedicaba a afinar su bajo.
—Disculpad, chicos —dijo por fin Joseph—, pero no sabemos de qué habláis.
De pronto la determinación de Álex cayó.
—¡N-No os hagáis los locos! —les gritó sin mucha convicción—. ¡Nos conocemos desde hace años! N-Nos debéis un duelo de…
—Lo siento —le cortó Jonathan—. ¿Podéis iros, no estamos para jugar con aficionados? Tenemos que ensayar.
—¡¿Croa…?!
El desasosiego de Álex pareció contagiarse a sus compañeros de grupo. Se miraron entre ellos sin saber bien qué hacer. ¿De verdad Light Silver Dominicus no los conocía?
De pronto la puerta de su habitación se vino abajo y entraron los gorilas.
—Disculpen, señores —dijo Nudillos—, ya nos llevamos a esta esco…
—No hace falta —les dijo Álex, cabizbajo—. Ya nos vamos nosotros.
Le apartó de un empujón y los Steel Bitch se fueron por el pasillo. Un aura tan lúgubre los rodeaba que ninguno de los diez gigantes trajeados se atrevió a intentar cortarles el paso.


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