20 nov 2019

Un juego de mesa

Aurelio Martín despertó un día solo para descubrir que habían pasado veinte años.

Tras un nefasto accidente, había quedado en un profundo coma del que los médicos pensaban que jamás despertaría, hasta que un buen día abrió los ojos en la cama del hospital y comenzó a llamar a su esposa.

La recuperación de Aurelio fue bien y, al poco, le dieron el alta, considerando que había recuperado casi plenamente sus capacidades mentales.

El problema es que hacía trece años que su esposa había rehecho su vida con otro hombre y sus hijos, pequeños cuando tuvo lugar su accidente, no veían en él más que un completo extraño.

Todo ello hubiera sido de por sí un varapalo tremendo si no hubiera sido por el último y más acuciante problema: Aurelio no era capaz de dormir.

Probó todos los medios posibles: ejercicio, somníferos, golpes en la cabeza... Nada parecía capaz de tumbarlo.

Así las cosas, sin nada que hacer, sin nadie con quien estar, sin ninguna parte a donde ir en un mundo que no entendía, se encerró en un pequeño apartamento a sobrevivir con su pensión del gobierno y un televisor que pensaba usar para ponerse al día de lo ocurrido durante los últimos veinte años.

Y así pasó medio año, sin poder hacer nada que no fuera ver la misma caja día tras día, horas y horas solo interrumpidas por la necesidad de bajar a comprar comida o ir al baño. Hasta que el televisor empezó a hablarle.

Empezó a ver los patrones en los anuncios, los mensajes en los programas que apenas duraban unos segundos, el código en el ritmo de la voz de los presentadores. Y empezó a tomar notas. Y las notas se convirtieron en diagramas y los diagramas en mapas.

Estaba todo ahí y él era la clave para descifrarlo.

Al fin, tras trabajar sin descanso durante días, alcanzó su conclusión final: querían verse con él. Lo que quiera que fueran ellos, querían verlo a él, esa misma noche, en un viejo parque.

Sin pensárselo dos veces salió corriendo, ni siquiera se molestó en quitarse la bata al salir atropelladamente de casa. La fecha y el lugar estaban ahí. Estaban ahí.

Al fin llegó al lugar indicado y allí, esperándolo, estaba su mujer, como si fuese lo más normal del mundo.

"Tengo algo que confesarte", le dijo.

Él no tuvo palabras para responder, hacía mucho, mucho tiempo que apenas hablaba de verdad con nadie. Aun así, su mirada fue suficiente para dar a entender que escuchaba como si todo el mundo pendiera de las siguientes palabras.

Su exmujer tomó aliento.

"¡Esto es una cámara oculta!" sonó un grito entre los arbustos.

Aurelio miró confuso cómo un equipo de televisión lo rodeaba, acompañado de los doctores, sus hijos, el nuevo marido de su mujer, los trabajadores sociales que lo habían atendido, la cajera de su supermercado. Notó la nausea y cómo la cabeza le daba vueltas.

"Ha sido todo una broma, Aurelio", le explicó un alegre presentador que se acercó a ponerse entre él y su exmujer, "sonríe un poco hacia la cámara".

"¿Entonces no he estado en coma? ¿Pero cómo...?".

"Claro que no, por Diox, solo te tuvimos sedado veinte años".

"Pero mi mujer...".

"Me temo que sí que te dejó por otro, pero, eh, por suerte conseguimos convencerla para que saliera en el último programa, ¿eh? ¡Jaja!".

Y de algún modo esto hizo que todas las piezas encajaran en la mente de Aurelio, de alguna forma darse cuenta de que todo su sufrimiento había sido medido y premeditado y no una broma del destino o de un dios cruel le daba paz. Como si al menos fuese algo que pudiera haber controlado, como si hubiera alguien al timón.

"Pero bueno, Aurelio, no te preocupes. Ten, el juego de mesa del programa", continuó el presentador mientras una chica con poca ropa llegaba mostrando a cámara una caja cuadrada, "te lo has ganaaaAAAAAAAAH! ¡Aaaa! ¡Quitádmelo!".

No, Aurelio estaba dispuesto a aceptar todo lo demás. Estaba dispuesto a aceptar a los arquitectos de su desdicha como a sus hermanos, pero no esto.

¿Desde cuándo los programas de cámara oculta podían tener juegos de mesa?

En el fondo no somos más que bestias, seres de maldad desquiciada ocultos tras el finísimo velo de la civilización. Lobos lunáticos que buscan el fuego y la ruina.

Un jodido juego de mesa...

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