31 dic 2019

Informe del apocalipsis más aburrido de la historia 2019

"¿Y dices que el liquidillo verde no
puede entrar en este boquete?"
Bienvenidos un año más al informe de cómo se desarrolla el apocalipsis más aburrido de la historia, que comenzó en 2012 cuando los volcanes de todo el mundo comenzaron a expedir liquidillo verde, una sustancia tan aburrida que está destinada a cubrir el mundo y destruir todo lo que mola.

Y, aunque la velocidad a la que se extiende sigue siendo terriblemente lenta, la sociedad ha comenzado a tomar nota de su progreso y a tratar de protegerse contra él. Futilmente, por supuesto.

Los gobiernos, por ejemplo, han empezado a tomar medidas para que dentro de unos años el liquidillo verde no destruya lo que es más valioso para ellos: ¿sus ciudadanos? No, sus arsenales nucleares. Por supuesto, una vez el liquidillo verde comience a coger velocidad (bueno, más lentitud), estos serán un objetivo prioritario dado lo latrónicomolonas que son las armas nucleares y para evitar un apocalipsis nuclear que acelerase innecesariamente el fin del mundo.

La idea del apocalipsis caprino, por otra parte, no está dando demasiados resultados. Algunas filtraciones indican a que se debe a que la investigación resultó molar tanto que empezó a generar liquidillo verde por sí misma, haciéndola imposible de controlar.

Del mismo modo, las empresas de internet y del entretenimiento, sabedoras de que están también en el punto de mira, han comenzado a protegerse. Las granjas de servidores están comenzando a instalar poco a poco sistemas de contención físicos para impedir que entre el liquidillo. Por otra parte, las industrias del entretenimiento están tratando de hacer su contenido incluso más mediocre de lo normal para asegurarse de que su modelo de negocio dure lo máximo posible incluso cuando el resto de la sociedad comience a decaer.

Los grupos ecologistas se hayan divididos ante la expansión del liquidillo verde. La naturaleza mola y se vería afectada, especialmente en el caso de muchas especies de animales chulos que están amenazados, pero también podría favorecer a otras especies menos molonas y también afectadas, como el ginseng. Sí, el ginseng.

Por otra parte, han comenzado a formarse grupos de gente que exigen asilo en el Infierno. La razón es que, dada la gran matronidad del lugar, probablemente será el último sitio en verse afectado por el liquidillo verde. Dicen que la tortura eterna vale la pena.

Del mismo modo, una asociación de abogados de múltiples cleros ha denunciado al liquidillo verde por atentar contra sus sentimientos religiosos. Después de todo, Dios (o los dioses) es el ente más latrónico del universo, por lo que el liquidillo verde podría terminar afectándolo a él mismo.

Y eso es lo más importante de este año. Les mantendremos informados de futuros desarrollos durante las próximas décadas probablemente hasta que internet desaparezca. Hasta entonces, gracias por leernos y no olviden que pueden dejarnos su hatemail en los comentarios o nuestras cuentas de correo y Twitter. ¡Feliz 2020!

29 dic 2019

Dadiván en el Gran Aceituno: tercera parte

Última parte de un cuento de Dadiván ambientado en Pork. He aquí la primera parte.

Al otro lado del local, Emilia y Rogelia seguían en su encarnizada lucha por la caja del caliguchi que baila y además hace café. Emilia se había subido a la grupa de Rogelia, y trataba de estrangularla con una cortina de baño, acción dificultada por el hecho de que no había soltado la caja del caliguchi que baila y además hace café en ningún momento.
Rogelia, por su parte, había cogido la baguette que Verunnos había arrojado al suelo. Al principio intentó golpear a Emilia con ella, pero poco después le entró hambre y empezó a comérsela.

Emilia seguía apretando la cortina alrededor del cuello de la masa de carne, incapaz de figurarse cómo es que su ex-marido era capaz de hacerlo sin esfuerzo con un sedal. Rogelia se retorció, chocándose contra las estanterías de ambos lados del pasillo, derribándolas a su paso.

Verunnos, royendo la panceta que habían abandonado los hermanos Cavallini, se sobresaltó al ver la escena y se prometió que el año que viene empezaría a ponerse en forma y a combatir el crimen de verdad, quizá incluso pedir el traslado a su vieja comisaría. Pero aún quedaba una semana para el año que viene, de modo que siguió comiendo.

Los hermanos Cavallini, por su parte, recuperaron el conocimiento solo para ver el extraño rodeo de las dos mujeres de modo que, llevados por su instinto carcelario, levantaron una baldosa con la pala de Taiga. Empezaron en vano a tratar de abrir la dura capa de hormigón con la punta de la pala.

Rogelia Larda estaba completamente fuera de sí. Mientras masticaba la baguette, no dejaba de soltar insultos vagamente comprensibles por tener la boca llena y estar acabándosele el oxígeno. Su piel empezó a enrojecerse e irradiar calor mientras sudaba como una maldita gorrina. Los compradores que aún no habían tenido la iniciativa de ponerse a la cola para pasar por caja y salir de ese infierno huían despavoridos

—¡Terremoto! ¡¡TERREMOTO!! —decía una señora de mediana edad echándose al suelo.

—¡Es Freilien montando su puerca espacial! ¡Huyamos! —dijo un joven con un marcado acento sveco.

Los gritos de este último parecieron dar una idea a Emilia, que soltó ligeramente la cortina de baño con la que trataba de ahogar a Rogelia y la agarró como si de unos estribos se tratase. Dirigiéndola hacia la entrada del supermercado, le dio una patada a la altura de las costillas mientras gritaba “¡Arre!”.

Entretanto Gameman estaba junto a las cajas registradoras, manteniendo el orden. Lo cual para él era simplemente estar de pie al lado de las aglomeraciones de gente que querían pasar por caja diciendo en tono desinteresado cosas como “no empujen” o “todos tendrán su turno” mientras Chad-Li, Uriel y Jimmy seguían trabajando como posesos. De vez en cuando lanzaba una bola de qi a alguno que se pasara de la raya, pero es difícil pasarse de la raya con Gameman.

Entonces el temblor finalmente llegó hasta ellos. Uriel apenas levantó la cabeza (durante su carrera ya había estado despachando en un incendio y en una inundación), pero Jimmy sí desvió la vista para ver qué estaba pasando y entonces vio a las dos mujeres dirigiéndose directamente a las cajas, con Rogelia forcejeando y galopando para tratar de librarse de Emilia.

Gameman acabó por dirigir la mirada hacia la dirección de la que provenían los temblores y los gritos. La imagen del inusual rodeo y el preocupante olor a manteca frita fueron suficientes como para hacerle comprender de que, si no se ponía en serio, tanto él como muchos otros podrían morir aplastados o empotrados contra la puerta de salida. Gameman se remangó las ya cortas mangas de su rimbombante gi, y andó hacia la bestia mientras un aura pixelada volvía a envolverlo. El mensaje “Class Change!” volvió a aparecer en el aire, mientras la forma de Gameman cambiaba y se expandía.

Emilia luchaba por mantener el control de la iracunda Rogelia. Había notado que la oronda mujer desprendía cada vez más calor, y que sus fuerzas no mermaban a pesar de que cualquier persona normal habría desfallecido o muerto de anoxia minutos atrás. Pero no importaba, sólo tenía que arrollar la última sección de la cola, pasar por caja, y meterse en el establecimiento más cercano como si nada hubiese pasado. La victoria estaba tan cerca que casi podía olerla. Y por algún motivo, olía a torrezno…

Sin embargo, algo se interpuso entre ella y la libertad: Gameman estaba plantado delante de las cajas registradoras. Su forma había cambiado: ahora había adoptado la oronda fisiología de Lario Lards, el obeso protagonista de la franquicia de juegos Crush & Roll del mismo nombre. Una seta achatada y con un estipe tan ancho como un puño se manifestó en su mano. Gameman se la echó a la boca y la comió de un bocado.

Inmediatamente, el superhéroe creció hasta casi triplicar su tamaño normal, eclipsando con creces a la ya de por sí intimidante Rogelia. Los ojos de Emilia se abrieron como platos, pero recuperó la compostura a tiempo de evitar perder las riendas de Rogelia. Esta seguía forcejeando, probablemente no del todo consciente de la situación, cegada por la ira y siendo incapaz de percibir a nadie que no fuese a Emilia.

La jinete no fue capaz de redirigir a su montura para evitar darse de bruces con Gameman. Rogelia chocó de lleno contra el descomunal superhéroe, lorza contra lorza, poder contra poder.

Los cimientos del edificio volvieron a temblar brevemente. Los compradores que estaban pasando por caja, que ya de por sí estaban rezumando pánico por todos sus poros, se alteraron aún más ante el choque de titanes. Algunos trataron de colarse por las cajas vacías que Gameman había dejado atrás, medio tratando de salir sin pagar, medio respondiendo a su instinto de supervivencia. No fueron muchos, ya que Chad-li se percató rápidamente de la situación y no dudó en saltar sobre una de las cintas transportadoras desiertas, dejar sin sentido a uno de los alborotadores de un solo mamporro bien dado, y volver con tranquilidad a su caja para atender a los clientes de a bien. Jimmy, no daba crédito de la situación en la que estaba metido. Uriel seguía registrando códigos de barras, inmutable.

Al toparse con un obstáculo aparentemente inamovible, Rogelia instintivamente apretó los dientes y tensó todo su cuerpo. Su piel se volvía más y más roja, mientras su temperatura seguía siguiendo cada vez más. Emilia tiró con fuerza de la cortina que estaba usando como riendas: aún no sabía cómo sería capaz de esquivar a Lario Lards en su forma XXXXL, pero de lo que estaba segura es de que tenía que evitar la confrontación entre las dos masas de carne. Pero se le acababa el tiempo. La piel de Rogelia ardía de ira, ahora literalmente; y Emilia sabía que si la cosa seguía así, se quemaría también ella misma. Tenía que hacer algo, tenía que sacarla de ahí, tenía que redirigirla y hacerla pasar por caja, tenía que…

La cortina que hacía de riendas de Rogelia empezó a arder al contacto con su piel, partiéndose por la mitad. Emilia, que estaba tirando de ella con todas sus fuerzas, perdió el equilibro y cayó hacia atrás, dejando a Larda sin jinete.

Larda, completamente fuera de sí por la furia y las altas temperaturas a las que debía de estar sometido su cerebro, cargó de frente contra Gameman, produciendo un efecto que solo puede describirse como una burbuja de una lámpara de lava colisionando con una mayor. Pero con mucho más ruido y pánico.

Ambos empezaron a forcejear en frente de las cajas mientras los clientes se apretujaban para dejarles paso. Emilia, al abrir los ojos en el suelo, vio la enorme mole cerniéndose sobre ella y rodó para esquivarla, sin soltar en ningún momento el caliguchi que baila y además hace café que había llevado bajo el brazo hasta el momento. Cuando estaba a una distancia prudencial del enfrentamiento, se arregló el pelo, dejó salir un suspiro y caminó como si nada hasta la cola de las cajas ante la mirada de ingenuidad de los otros clientes.

Al fin la versión Lario Lards de Gameman consiguió imponerse sobre Larda e inmobilizarla en el suelo, pero estaba tan caliente que no aguantaría mucho tiempo: su esperanza era que se cansara antes de que su transformación no pudiera dar más de sí, pero la mujer no paraba de patalear y gritar como una posesa. Y cada segundo estaba un centímetro más cerca de liberarse y caer sobre el resto de clientes como una albóndiga de ira.

—¡Chico! —lo llamó una voz.

Y levantando ligeramente la mirada pudo ver al capitán Rivas, de lustrosa barba, saltando sobre la melé y llevando entre sus manos unas enormes cadenas que había tomado prestadas de la sección de ferretería.

—¡Sujétala mientras la pongo cómoda! —gritó, estirando las cadenas.

Larda siguió resistiéndose, pero al final los dos consiguieron ponerle las ligaduras y dejar a Larda como un cochinillo.

—Gracias —dijo solo Gameman, habiendo vuelto a su forma original.

—Esto no es nada —replicó el Capitán—. Deberías ver lo que cuesta mantener a los niños tranquilos en la barbería, jaja.

Gameman sonrió.

—¿Cómo van las cosas por ahí atrás?

—No te preocupes, están en buenas manos.

—¡Un paso más y la tenemos! —gritó Taiga a los compradores que se agolpaban en el exterior de la barricada, ansiosos de hacerse con los caliguchis que bailan y además hacen café.

El sargento los estaba manteniendo a raya, con los puños a la vista, mientras Peaceful Friday se disponía a saltar para romper la resistencia de los que estaban acantonados en el interior. Ambos hombres intercambiaron miradas y se asintieron, entonces Peaceful Friday cruzó.

Los compradores atrincherados lo rodearon, o más bien se pusieron a su alrededor bastante preocupados, enarbolando palos de fregona y herramientas como armas. Uno de ellos, vestido de oficinista y bastante nervioso, no pudo aguantar la presión y cargó directamente contra Peaceful Friday, quien se limitó a agarrar su palo y tirar de él para hacerlo caer. Todos los demás retrocedieron un paso.

Todos los demás excepto Nicoleta, que dio un paso al frente con una mirada que decía claramente que no estaba dispuesta a que nadie le arruinase los planes.

—Exigimos que se nos deje el camino libre para completar nuestras compras —ordenó.

Los demás asintieron, nerviosos.

—Así se hará, en cuanto levantéis la barricada y dejéis que todo el mundo acceda a la mercancía.

—¡No! ¡Los caliguchis que bailan y además hacen café auténticos tienen que ser nuestros!

—Los rumores sobre productos falsos son un bulo, señora.

—No escucharemos tus mentiras, humano —replicó ella, cada vez más alterada.

Los demás empezaron a asentir, pero entonces se miraron extrañados al darse cuenta de que había dicho “humano”.

Antes de que entendieran qué estaba pasando, Nicoleta saltó con una agilidad sobrehumana tratando de abatir a Peaceful Friday. El superhéroe se giró para esquivarla en el último momento, adentrándose más y dejando que los demás formaran un corro a su alrededor.

Nicoleta entonces se dio la vuelta, mostrando sus colmillos. Los otros compradores, al verlo, murmuraron sorprendidos que era una vampiresa, probablemente una funcionaria del ayuntamiento.

—¡Una vez acabe contigo nada se interpondrá en mi camino!

—Señora, le ruego que se detenga —la instó Peaceful Friday.

Lejos de eso Nicoleta se volvió a lanzar sobre él a tal velocidad que el ojo humano apenas fue capaz de seguirla. Peaceful Day giró cuarenta y cinco grados y apenas logró apartarse de la trayectoria.

—¡Te demostraré lo que les pasa a los gusanos que se creen más de lo que son! —volvió a amenazar Nicoleta preparándose para otra acometida.

La vampiresa empezó a moverse a toda velocidad de un extremo a otro del círculo en cuyo centro estaba Peaceful Day. El héroe se movía en el sitio con movimientos medidos, esquivando los ataques mientras la vapiresa le dedicaba pasada tras pasada.

—No malgastes fuerzas —le dijo sin dejar de atacar—. Pronto estarás mordiendo el polvo.

Un arañazo se abrió en el brazo del héroe, dejando salir sangre. Y luego otro en su otro brazo y en su pierna. Pero Peaceful Day permanecía completamente sereno, con los ojos cerrados y en perfecta armonía.

Finalmente, el héroe abrió los ojos de golpe y, con un solo movimiento, extendió la mano y atrapó el brazo de la vampiresa en el aire, que se elevó debido a la inercia de la repentina frenada.

Antes de que pudiera reaccionar, Peaceful Day le dio la vuelta en el aire como si no pesase más que una sábana y la trajo hacia sí para poder esposarla por la espalda.

—Todos los años tiene que haber alguno—se dijo.

Nicoleta empezó a gritar algo sobre violencia policial, pero para entonces sus antiguos compañeros ya habían empezado a agarrar sus caliguchis que bailan y además hacen café y a deshacer la barricada para poder salir de ahí.

Con la cabecilla detenida, Peaceful Friday y Taiga establecieron un cordón de seguridad para llegar desde ahí hasta las cajas de forma ordenada.

Una hora más tarde el último comprador salía de la tienda. Jimmy cerró la caja y se resbaló desde el taburete hasta el suelo, exhausto.

—Bueno, ha sido un día interesante —dijo Uriel llegando junto a él.

—¡¿Interesante?! ¡Casi morimos!

—¡Jaja, sí! Bueno, ¿qué? ¿Cerramos y vamos a tomar algo antes de volver con las familias?

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

—Tranquilo, chico, a partir del tercer año te acostumbras.

Jimmy, todavía en el suelo, se miró la punta de los zapatos.

—… está bien, vale, vamos a tomar algo.

—Ese es el espíritu —confirmó Uriel ayudándolo a levantarse.

Narrado por Antiago Sierra Gómez. Referencias usadas:

  • Testimonio presencial del narrador
  • Grabaciones de las cámaras de seguridad de “El Gran Aceituno”.
  • Declaraciones de Uriel Sánchez Vizconde, Verunnos Santana Fontalbán, Rodrigo Rivas García y Peaceful Friday
  • Expediente de penales de Emilia Lapoint

27 dic 2019

Dadiván en el Gran Aceituno: segunda parte

Un cuento de Dadiván ambientado en Pork. He aquí la primera parte.

Pero los superhéroes tardarían en llegar, y había varias personas en El Gran Aceituno que tenían el entrenamiento necesario para saber qué es lo que estaba pasando y cómo tenían que reaccionar. Uno de ellos era el agente Verunnos. Y el agente Verunnos empezó a correr a toda velocidad hacia la sección de dulces..

Su problema es que era parte del cuerpo de policía de la capital y, claro, en la llamada “ciudad más malvada de la Thierra” una persona con aptitudes físicas ligeramente superiores a la media no iba a ser suficiente como para evitar conflictos a gran escala. Tenían que llamar a los superhéroes, cosa que ni siquiera estaba haciendo ahora Verunnos mientras se llenaba los brazos de bollería, se aseguraba de que el dependiente se había escondido en el obrador y comenzaba a atiborrarse.

Su trabajo no era lidiar con disturbios masivos, solo de hacer intermediario con los superhéroes, disuadir a criminales de poca monta, ayudar a los niños a cruzar la calle por entre los huecos que habían dejado dos coches en medio de un atasco y... atiborrarse de dulces.

Normalmente trataría de hacer algo más útil, pero en pleno ataque de ansiedad y carente de toda la disciplina que pudiera haber tenido antes de su traslado, la única respuesta de la que era capaz era introducir otro rollo de canela en sus abultadas mejillas.

Por suerte para los presentes, Verunnos no era el único entrenado para enfrentarse a la situación. El capitán Rodrigo Rivas y el sargento Jorge Taiga —exmilitares de las fuerzas armadas y navales de la milicia asturina, respectivamente— habían ido a El Gran Aceituno a comprar materia prima para preparar uno de los exagerados banquetes que cocinaba habitualmente el sargento sin motivo alguno. Ambos vivían la calmada vida de un civil (si bien es cierto que uno de ellos mataba a horribles monstruos mutantes de las alcantarillas diariamente en su trabajo), pero estaban más que preparados para lidiar con una pequeña escaramuza en un centro comercial. Tras una breve visita a la sección de jardinería, ambos se dirigieron al palé de los caliguchis que bailan y además hacen café, el epicentro de conflicto; dejando atrás a un par de señores de mediana edad que trataban de hacer una barricada con peluches, armados con pistolas de agua de alto calibre.

En dirección contraria a los militares se dirigía Emilia, caja de caliguchi que baila y además hace café en mano. Los comentarios que habían soltado los hermanos Cavallini por megafonía la habían hecho dudar, pero uno no llegaba a ser uno de los más afamados estafadores de todo Hankens sur haciendo caso a lo que decían los demás.

Emilia recorrió calmadamente los pasillos, llenos de compradores que estaban tan nerviosos que no eran capaces de darse cuenta de que podían salir fácilmente de esa carnicería dirigiéndose al mostrador, pagando lo que quisiera que llevasen encima, y no mirando atrás. Pero los lobos no se preocupan de las opiniones de las ovejas. Era su mensaje motivacional favorito, y se lo repetía a sí misma cada mañana.

Lo que no esperaba encontrar Emilia era un cachalote entre el rebaño de ovejas. Rogelia Larda seguía a medio camino de la pila de caliguchis que bailan y además hacen café, incapaz de seguir adelante por causa de sus inhumanas lorzas. El resto del pasillo estaba vacío. Nadie quería provocar a la bestia.

Rogelia dirigió la mirada hacia Emilia, como uno de los antiguos dioses contemplando su creación, y sabiéndola muy inferior a cualquier cosa que ella pudiese hacer o pensar. Pero aun así, Emilia tenía algo que ella quería y que muy probablemente no sería capaz de conseguir en su estado: un caliguchi que baila y además hace café. Se tambaleó en su dirección y se dirigió a ella con un tono amenazante:

—Dame eso, cerda —ordenó.

Emilia no habló. Sabía que no tenía tiempo de hablar. La mole de Larda se cirnió sobre ella dejándose caer mientras eclipsaba las luces del centro comercial y Emilia rodó bajo ella escapando en el último momento al aplastamiento. Recuperó el equilibrio aún con una rodilla hincada en el suelo y, sin quitar el ojo de su enemiga ni soltar su botín, se rasgó la falda para tener más libertad de movimientos. Si quería salir de ahí, tendría que ser a través de Larda, aunque fuera a ser como atravesar un monte Leverest de grasa.

Ella husmeó con fuerza antes de clavar su mirada en Emilia.

—Asqueroso gusano —le dijo—. Es el pelo... Odio el pelo rojo.

—Bueno, tú tampoco eres una maravilla, querida —replicó Emilia.

Con grito se arrojó sobre la enorme masa de mujer que era su contrincante y ambas chocaron en pleno pasillo entre las masas de clientes que trataban de huir.

Las puertas del centro comercial se abrieron de par en par cuando los primeros clientes empezaban a escapar como buenamente podían del pánico. Dos figuras los contemplaban junto a la furgoneta de acción rápida en la que habían llegado.

—Ah, tumultos consumistas, mi especialidad —dijo el más fornido de los dos, casi reventando su ceñido traje blanco haciendo posturas—. ¡Por algo me llaman Peaceful Friday!

—Lo que tú digas —replicó el otro sin apartar los ojos de tu consola—. ¿Te lo dejo a ti entonces?

—Estaría encantado, pero necesito a alguien que se ocupe del recibidor principal mientras yo voy al centro del tumulto, también es un punto caliente.

—¿Quieres decir que te espere en la furgoneta?

—Gameman, sabes bien cuál es tu deber.

Gameman suspiró.

—Cuando mis padres me dieron a escoger entre esto o estudiar derecho debí haber escogido estudiar.

Algo que no podría sino describirse como un “aura pixelada” rodeó a Gameman mientras se dirigía a la entrada de El Gran Aceituno. Sus ropas cambiaron a lo que parecía ser un gi, pero “más anime” mientras sobre su hombro derecho aparecía un mensaje que decía “Class Change!”. Peaceful Friday fue tras él, no sería la primera vez que uno de los superhéroes a tiempo parcial se da a la fuga antes de acabar el trabajo, y Gameman no parecía especialmente de fiar.

Dentro, en la sección de charcutería del hipermercado, Michool y Giuswagpe Cavallini roían con calma un trozo de panceta.

—¿Qué crees que diría mamá si nos viese comiendo en lugar de ir a por lo más caro y llevárnoslo antes de viniesen los superhéroes? —comentó Michool.

—Venga ya, si siempre nos está diciendo que somos unos enclenques y que no nos alimentamos bien —replicó Giuswagpe—. Esto es una parada para coger fuerzas, ya iremos luego a mangar ordenadores.

—Huh, tiene sentido.

—¡Eh, vosotros! —dijo una voz en la lejanía—. ¡Alto a la autoridad!

Los hermanos Cavallini saltaron del susto.

—Signore… per favore, puoi… ustede… dirci dove… la salida? ¿Sí? —se apresuró a decir Michool mientras se giraba. El truco del turista itaniano era su as bajo la manga.

Entonces ambos vieron a Verunnos, agarrando una baguette como si fuese su porra, sudando a mares por llegar corriendo desde la sección de bollería. Uno de los mangantes de poca monta que escavecheaban el centro no pudo evitar contener una risa mientras agarraba como buenamente podía una televisión extraplana.

Los hermanos Cavallini examinaron de arriba abajo y de izquierda a derecha a Verunnos, perplejos.

—Oye, si lo que quieres es la panceta no hace falta ponerse así, que nosotros ya nos íbamos —dijo Giuswagpe saliendo de su estupor.

—¡Lo que quiero es que pongáis las manos en alto y no opongáis resistencia, Cavallinis! Quedáis arrestados por fuga, resistencia a la autoridad, y mancillamiento de charcutería. Os preguntaría si vuestra madre no os ha enseñado modales, pero está muy claro que no.

La expresión de los Cavallini pasó de una cierta amabilidad a la ira.

—¿Qué ha dicho de nuestra mamá, Giuswagpe?


—No lo sé, Michool, nos lo va a tener que repetir.

—Rendíos ahora mismo.

Giuswagpe se sacó del bolsillo su puño de acero y se lo puso: cada uno de los nudillos tenía un puño más pequeño con otro puño americano. Michool, por su parte, empezó a agitar sus nunciakus italianos rematados en cabezas de potro de hierro.

—Así que así es como lo queréis, ¿eh? —respondió Verunnos soltando la baguette y agarrando un cuchillo de jamón tamaño katana que había en un exhibidor.

Se plantó en el sitio y levantó su improvisada arma para esperarlos llegar, pero fue inútil. Los dos ladrones, más rápidos que él, lo rodearon sin problema y empezaron a zurrarle de lo lindo mientras le robaban la cartera.

Tras un minuto de castigo necesitaron recuperar el aliento y Verunnos dio un paso atrás, ensangrentado.

—Espero que hayas aprendido a no meterte con las madres de los demás —le injurió Michool.

—No os saldréis con la vuestra —replicó Verunnos apoyándose en el cuchillo. Recuperó el equilibrio sobre sus propios pies y se volvió a poner en guardia, desafiante—. Hoy no.

—Déjalo, Michool, apenas puede tenerse en pie.

—Vosotros los criminales ya os habéis reído suficiente de la policía de esta ciudad y de su sistema judicial —continuó Verunnos—. Es el momento de retomar la mano dura: de salir a las calles a hacer nuestro trabajo como policías de verdad sin depender de unos payasos con capa. Y eso empieza hoy: aquí y ahora.

Los dos hermanos dieron un paso atrás, algo intimidados por la inesperada resolución del oficial.

—¡Hoy es el día! —gritó Verunnos y se abalanzó sobre ellos—. ¡Aaaaaah!

Al llegar, las cabezas de los dos itanianos se entrechocaron y una silueta blanca apareció tras ellos. Peaceful Friday detuvo el cuchillo entre las palmas de sus manos, haciendo que Verunnos rebotara contra el mango y cayera al suelo.

—¿Está usted bien? —le preguntó el superhéroe—. ¿Qué le han hecho estos malhechores? Si puede andar, diríjase a la salida.

Verunnos abrió la boca, quizá para responder, pero para entonces el héroe ya se había ido directo al núcleo de la catástrofe.

En las cajas, Uriel y Jimmy registraban a toda velocidad los productos que los aterrados compradores habían sido incapaces de dejar atrás en su huida. Una tercera caja estaba siendo atendida por Chad-Li, el culturista jino. Ningún otro cajero se había atrevido a ocupar su puesto de trabajo, a pesar de las incesantes amenazas de la encargada.

Gameman montaba guardia en las cajas desiertas, mandando bolas de qi —idénticas a las que salen en “¿¡A que no me lo dices en la calle!?”, el juego de lucha clásico— a aquellos que intentasen salir sin pagar. Esta amenaza era suficiente para disuadir a la mayor parte de los compradores, pero varios saqueadores habían escapado sin que Gameman hiciese mucho por remediarlo.

Jimmy estaba a punto de desplomarse. Había cogido ese trabajo simplemente para pagar vicios, no estaba preparado para ese nivel de atención al público. El nerviosismo de los compradores y el espíritu consumista dadivaneño le exigían registrar productos a velocidades que no creía posibles, al igual que no creía posible que toda esa gente se dejase llevar por el espíritu de las fiestas y vaciase los estantes a pesar de estar en peligro mortal.

Uriel vio el estado de ánimo de su joven compañero desde la caja contigua, y se dirigió a él sin desatender la caja:

—¡Venga chaval, arriba esos ánimos! ¡Que lo peor ya está pasado!

Uriel señaló al stand de las bebidas espirituosas. Aún eran pocos, pero por fin se podían ver los primeros compradores que habían conseguido hacerse con un caliguchi que baila y además hace café y salir con vida del epicentro del conflicto.

Jimmy sonrió ligeramente.

Al otro lado del local, el palé de caliguchis que bailan y además hacen café había sido tomado por Nicoleta y algunos otros compradores que había considerado lo suficientemente competentes como para no apuñalar por la espalda por acercarse demasiado a su alijo. Guiados por el pánico, las órdenes de la mujer del moño, y la irresistible tentación de los caliguchis que bailan y además hacen café; los atrincherados lanzaban cuchillos, sartenes y ollas a todo el que se acercaba a la montaña de cajas sobre la que estaban subidos.

La situación estaba en punto muerto: los que tenían los caliguchis que bailan y además hacen café no podían salir, y los que no los tenían no estaban dispuestos a salir sin ellos. Varios cuerpos sin vida de los primeros conflictos, poco después de la llegada del palé, aderezaban la escena.

El capitán Rivas y el sargento Taiga llegaron al foco del conflicto enarbolando sus palas, abriéndose paso entre una muchedumbre; a pesar de estar siendo golpeados por objetos contundentes, era incapaz de sacar los ojos del palé, protegido por un fortín improvisado de productos de menor categoría, estanterías y una fuente de agua.

—¡Esto es como en los videojuegos de zombis! ¡Jojojojojo! —bromeó el capitán Rivas, tratando de trivializar la situación.

El sargento no pudo evitar reír por la nariz ante el comentario de su marido.

Ambos ex-militares llegaron hasta el fuerte y se dirigieron a los atrincherados.

—¡Entregadnos los caliguchis o lo que sea —ordenó el sargento Taiga—, hay que acabar con esto!

Los atacantes, viendo que parecían estar de su parte después de todo, comenzaron a ver en qué quedaban las negociaciones.

Nicoleta no se dignó en mediar palabras y le lanzó una sartén antiadherente al sargento, que la esquivó grácilmente con un salto hacia atrás.

—¡Hay más como esa aquí arriba! ¡Alejaos de mi propiedad u os machacaré como los gusanos infectos que sois!

—Bueno, ya está —decidió Taiga alzando su pala—. Vamos a acabar esto de una…

—No tan rápido —dijo una voz a su espalda.

Taiga trató de mover la pala, pero una gran fuerza se lo impidió.

—¡Peaceful Friday! —gritó el capitán al ver la figura del superhéroe agarrando la herramienta.

—Deteneos ahora mismo, alborotadores —les dijo.

—Eh, no, creo que ha habido un error —comenzó Rivas.

—Suelta eso ahora mismo, muchacho —le espetó Taiga—. A mí nadie me va agarrando las palas.

De un tirón Taiga arrancó la herramienta de las manos de su contrincante y comenzó a girarse describiendo un arco con la pala. No obstante, Peaceful Day lo estaba esperando y, lanzando una patada en dirección contraria, arrebató la pala de las manos del sargento.

—Has cometido un error, chico, me has liberado los puños —espetó Taiga devolviéndole un derechazo—. Son lo mejor para pelear contra becerros como tú.

Peaceful Friday dio un paso atrás y sacudió la cabeza antes de lanzarse de nuevo sobre Taiga y los dos hombres se enzarzaron a puñetazos. A su alrededor, los clientes animaban a uno u a otro, apostaban caliguchis que bailan y además hacen café y se dejaban mantener a distancia de la reyerta por el capitán Rivas.

Después de un duro intercambio de golpes, ambos luchadores dieron un paso atrás, estudiándose el uno al otro.

—Eres bueno para ser un alborotador —admitió Peaceful Friday antes de escupir algo de sangre—: ¿cómo te llamas?

—Mozuelo, yo soy el sargento Taiga.

Peaceful Friday se quedó más tieso que con el más fuerte de los puñetazos que había recibido hasta ahora.

—¿Ese sargento Taiga?

—¿De cuántos has oído hablar, rapaz?

—Oh, señor, lo siento mucho, ¿dónde están mis modales?—respondió el superhéroe haciendo un saludo militar— Aprecio mucho su servicio combatiendo contra los monstruos de las alcantarillas.

—Déjate de saludos y de centellas, chico. Aún tenemos un conflicto que solucionar.

—¡Sí, señor!

El capitán Rivas los miró a ambos, mostrando una expresión a medio camino entre una sonrisa y una mueca de exasperación.

25 dic 2019

Dadiván en el Gran Aceituno: primera parte

Un cuento de Dadiván ambientado en Pork.

Las compras dadivaneñas del veinticinco se saldaron con una tensa tarde de consumismo en el centro comercial El Gran Aceituno, donde una horda de compradores furiosos había arremetido ferozmente en busca del ansiado premio: “el caliguchi que baila y además hace café”, el producto estrella de la temporada. Tras una intensa campaña de anuncios en televisión, internet, radio, periódicos, el cielo y a gritos por la calle, toda la ciudad estaba convencida de que todo el que es alguien debía tener un caliguchi que baila y además hace café.

Esto, combinado con la fama de El Gran Aceituno de no atraer demasiada clientela fue un cóctel mortal: si bien en los mayores centros comerciales había muchísimas personas, eran también muchas las que trataban de evitar la hora punta yendo a centros comerciales menores. Al llegar las seis de la tarde, el aparcamiento se llenaba como un vaso de agua bajo el grifo mientras la gente se desbordaba de los coches, llenando el recibidor del centro.

Muchos de ellos fluían como un río alrededor de las rocas, especialmente la imponente figura de Rogelia Larda, enorme y rotunda mujer, que devoraba un sandwich sentada en una mesa en mitad del pasillo para recobrar fuerzas antes de volver a la carga ahora que se avecinaba el momento de que repusieran de nuevo los caliguchis que bailan y además hacen café.

Al otro lado de la muchedumbre, Uriel —un cajero con más de 40 años de experiencia en el sector— y Jimmy —un reponedor novato— cargaban con ayuda de una transpaleta un palé repleto hasta arriba de caliguchis que bailan y además hacen café. No se molestarían en colocarlos, no tendría ningún sentido arriesgar la vida y la integridad física ante la masa de ansiosos consumidores, incapaces de evitar abalanzarse sobre el nuevo producto estrella como un enjambre de langostas es incapaz de evitar aniquilar campos de cultivo a su paso.

La vasta experiencia de Uriel en el sector no dejaba de decirle que las cosas no iban a hacer más que empeorar.

—Escúchame bien, chico —dijo Uriel con voz rasposa—; hoy es el día del que te he estado hablando. Si tienes familia ahí fuera, vete; aún estás a tiempo de escapar.

—¿Pero qué me estás diciendo, viejo? —contestó el joven—. Esto va a ser coser y cantar, vamos, llegan, cogen los calipollas estos, y se van. ¡Y ya está!

—Quiera Cthulcristo que tengas razón… —respondió Uriel, mirando al suelo.

La multitud se apelotonó alrededor del recién llegado palé. Eran ovejas, ovejas sin dueño tambaleándose torpemente mientras se acercaban al comedero; y a pesar de que nunca había tocado ningún animal que andase a más de dos patas, Emilia Lapoint conocía de sobra a este ganado. Los únicos bienes que había sacado de su divorcio habían sido un par de posesiones en Extrangia que jamás volvería a visitar, el eterno desdén de su hija y un vago conocimiento de las disciplinas más “blandas” de la escuela de ninjutsu de su ex-marido. Les sacaba partido diariamente en su trabajo de vendedora a domicilio de anchainers y les iba a sacar partido ahora.
Emilia se adelantó a la aglomeración antes de que Uriel y Jimmy sacaran el palé de la transpaleta y cogió casualmente un caliguchi que baila y además hace café de una de las esquinas del montón, sin detenerse, pero sin acelerar el paso. Cinco largos segundos pasaron hasta que la mente colectiva de la multitud acabase por procesar lo que había sucedido, y se abalanzaran salvajemente sobre la montaña de caliguchis que bailan y además hacen café. La veda estaba abierta.

La marea humana comenzó a cerrarse como una onda inversa sobre el carrito, cercándolo por completo. Jimmy hizo por subirse a él, pero solo había trepado hasta la mitad cuando empezó a tambalear y un infierno de manos trató de agarrarlo, así que simplemente saltó sobre las decenas de personas, que apenas parecieron reparar en él mientras rodaba hasta el otro lado de la marabunta sobre sus cabezas y hombros. Se podría haber dicho que surfeaba la multitud, pero eso hubiera implicado un mínimo de gracia.

Cuando cayó al otro lado al fin reparó en algo: Uriel tenía razón, el viejo cajero tenía razón y ya no estaba. La muchedumbre lo había devorado, probablemente destrozado y…

—¡Vamos, chico! —gritó una figura barbuda emergiendo entre el bosque de piernas como un zorro arrastrándose entre los arbustos.

—¡Uriel!

—Este no es mi primer rodeo. Vamos, muévete.

—S-sí, claro, tenemos que hacer algo.

—Ya lo creo: abrir las cajas —y sin esperar respuesta alguna echó a correr hacia la salida.

Hasta ese momento la trifulca no estaba teniendo nada de lo normal: el codazo de rigor, muchas patadas en las espinillas, algún que otro mordisco… Pero todo se estaba descendiendo cívicamente sin deshacerse en un nivel insoportable de barbarie. No obstante, había fuerzas oscuras obrando en ese supermercado que no iban a permitir eso este día.

—¿Cómo? —sonaron los altavoces con un fuerte acento itaniano. Dos hermanos de frondosos bigotes habían reducido a los guardias y se habían hecho con la sala de control del centro.

—Lo que oyes —respondió Michool Cavallini, aguantándose la risa mientras se hacía pasar por un guardia—. La mitad de las cajas de caliguchis que bailan y además hacen café solo están llenas de piedras para calmar a la gente.

—Diox mío —replicó Giuswagpe—, no me gustaría ser uno de esos desgraciados que acaban con una de las cajas malas.

—Desde luego, no habría tiempo de encontrarlo en ningún otro sitio.

—¡Ay, diantre! —fingió—. ¡Esto está encendido! ¡Oh, no!

—¡Oh, no, sin duda!

Hubo un agudo pitido que se disipó en silencio al terminar la emisión. Todo el mundo pareció mirar al unísono los caliguchis que bailan y además hacen café, los unos a los otros y de nuevo a las cajas. Entonces fue cuando comenzó el verdadero pánico: nadie temía ya a la muerte.

Comenzaron a golpear a matar, a improvisar armas, una banda de compradores consiguió agarrar lo que quedaba del palé y empezar a arrastrarlo hacia un rincón donde pudieran hacerse fuertes. Entre ellos estaba Nicoleta, una mujer con un gran moño y unas pestañas tan afiladas que podrían sacar sangre; que había aprovechado la confusión causada por el mensaje de los Cavallinis para ir a la sección de cocina y volver armada hasta los dientes, todo a una velocidad literalmente sobrehumana.

Los dos hermanos rieron mirando las cámaras de seguridad y ajustándose los antifaces.

—Buen trabajo, Michool, es hora de aprovechar para robarlo todo ahora que van a estar distraídos un buen rato.

—¡Pringados!

Y al otro lado de la tienda Uriel ya había empezado a llamar a los superhéroes.

19 dic 2019

El ataúd de dadiván

Listo para recibir tus regalos.
El ataúd de dadiván es una tradición dadivaneña que se da en algunas partes de Himandia por la cual especialmente las familias compran por adelantado algunos de sus regalos durante la temporada de Jalogüín y entonces les dan un entierro digno (incluyendo ataúd, discurso, flores, etc.) en un lugar sin marcar, de modo que cuando llega dadiván tienen que ir a buscarlos y desenterrarlos.

Hay empresas que, a partir de cierto nivel de gasto, ya incluyen con la compra de los regalos los servicios de pompas fúnebres para los regalos. Otras también los organizan por un módico precio con todo incluido, hasta plañideras, lamentándose mientras ven el televisor de plasma por última vez antes de que se cierre la puerta.

Muchos padres coinciden en que esta tradición es buena para los niños, ya que les enseña acerca del valor de la paciencia y de la inevitabilidad de la muerte.

Aunque muchos creen que la tradición está relacionada con las ardillas, que entierran sus nueces para el invierno, la mayoría de los antropólogos aseguran que se remonta al antiguo EGIPTO donde los saqueadores de tumbas aprovechaban las festividades de adoración al dios solar Ra Noel (llevadas a cabo en las fechas de dadiván) para saquear las mechamastabas poco vigiladas e incluso algún que otro hiperhipogeo (no pirámides, por supuesto, ya que solo eran edificios de oficinas). Quizá a esto se deba que la tradición sea especialmente popular entre antropólogos o tal vez solo sea deformación profesional.

Otras historias alrededor de esta costumbre aseguran que los regalos de dadiván olvidados y jamás desenterrados pueden llegar a adquirir conciencia pasados cien años y salir de sus frías tumbas en busca de venganza... O simplemente tratando de conseguir que alguien los disfrute POR MEDIO DE POSESIÓN FANTASMAL.

Esto hace pensar a muchos que la proliferación de esta tradición es solo un síntoma más de que la frontera entre las festividades de jalogüín y dadiván se va estrechando y debilitando cada año, de modo que pronto ambas festividades colapsarán en una sola megafiesta llamada horroriván que dará un nuevo sentido al concepto de viernes negro.

Pero por supuesto no son más que conjeturas. Incluso si fuera posible, no se puede decir a ciencia cierta que ambas festividades vayan a lograr encontrarse antes de que el apocalipsis más aburrido de la historia las haga desaparecer.

Pero como con todo, el tiempo lo dirá...

Y ustedes, estimados lectores, ¿entierran sus regalos? Si tuvieran que hacerlo, ¿qué madera escogerían para el ataúd? Pueden respondera estas preguntas o mandarnos hatemail en general en los comentarios de esta entrada o en nuestras cuentas de correo y Twitter. ¡Hasta la próxima!

16 dic 2019

Horóscopo: Mes Dadiván y alrededores, Año 10

Andoba Peleón: Nacidos durante Monimés (17/5 - 4/6 del calendario gregoriano)
Pasarás las Dadivanes con calor infernal. Literalmente, porque te irás al infierno a atar un par de cabos sueltos con los demonios antes del año nuevo. También oirás que en la superficie tienen un problema con las temperaturas, pero qué novedad es esa a estas alturas.

Vicks-vaporub: Nacidos durante Grunio (5/6 - 24/7 del calendario gregoriano)
Un día abrirás la puerta y te llegará un olor familiar. Es el olor de las alergias primaverales, bienvenido al calentamiento global instantáneo. La temperatura se elevará hasta coincidir con la de las mismas latitudes en el hemisferio sur en estas fechas, y a pesar de que no habías sido nunca muy de alergias, esta vez te entrarán todas juntas. ¡Feliz Dadiván!

Frenillo: Nacidos durante Verano (25/7 - 24/9 del calendario gregoriano)
La dramática subida de las temperaturas hará que tus costumbres de encerrarte en casa y no salir nunca dejen de estar justificadas. Al principio considerarás ir a dar una vuelta por el mundo exterior para ver cómo está todo, pero al final te quedarás en casa, bañándote en cargo de conciencia y sudor.

Siamesis: Nacidos durante Algusto (25/9 - 15/10 del calendario gregoriano)
Si eres el gemelo malo, tus planes de matar a tu hermano con una bola de nieve con una bomba dentro se verán frustradas por el dramático incremento de las temperaturas. Si eres el gemelo bueno, te molestará no poder jugar con la nieve. Pero al menos nevará en Dadiván, como es debido.

Salpicadura: Nacidos durante Relleno (16/10 - 14/11 del calendario gregoriano)
Parece como que este invierno ha venido bastante suave.

Cabriconcio: Nacidos durante Dadivan y alrededores (15/11 - 6/1 del calendario gregoriano)
Tu plan de incitar a la gente a la obesidad se verá frustrado por la subida de las temperaturas. Con el calor, la gente no tendrá el apetito de zamparse cajas y cajas de polvorones. Maldito calentamiento global.

Gueto:Nacidos durante Janero (7/1 - 14/1 del calendario gregoriano)
En un intento de escribir tu nombre con letras de fuego en el cielo, acabarás causando un cambio drástico de la temperatura en tus alrededores. Básicamente, el tiempo será el mismo que el que cabría esperar en verano. A no ser que estés en el hemisferio sur, en cuyo caso este horóscopo no se aplica. Permanece a la espera para leer la versión inversa de Monifate: Bonifacio.

Res: Nacidos durante Fembierno (15/1 - 13/2 del calendario gregoriano)
Cuando acabes de tejer los jerseys de lana que le has hecho a tus vacas para pasar el invierno, tendrás un presentimiento (te dolerán los huesos o algo así) que te indicará que va a empezar a hacer bueno tiempo, así que venderás los jerseys y les sacarás un buen beneficio.

Tuberculosis: Nacidos durante Fagas (14/2 - 16/3 del calendario gregoriano)
Justo cuando creías que ya habías pasado por el cambio de estación a principios de otoño, llega el cambio climático y te jode el invierno con una ola de calor. Te pasarás todo el mes en cama con la gripe y sabe Diox qué más. A estas alturas, mejor no preguntar.

Filippiano: Nacidos durante Filippio (17/3 - 23/4 del calendario gregoriano)
Usarás los poderes de control del clima que siempre has tenido (es parte del pack inicial para la gente de tu signo) para hacer que nieve en Dadiván en el área cercana a ti, porque si no es que no parece Dadiván de verdad. Y de paso acabar con el asunto de la subida de las temperaturas, porque nunca está demás.

Se'gitano: Nacidos durante Payo (24/4 - 16/5 del calendario gregoriano)
Comprarás unos jerseys de lana de tamaño extragrande que están regalando en el mercadillo. Tu plan será revenderlos a más precio y hacer una fortuna: entre el frío del invierno y el sobrepeso causado por los dulces dadiveños, esos jerseys se van a vender como malditos churros recubiertos de chocolate y rellenos de turrón. Sin embargo, las temperaturas aumentarán dramáticamente y no venderás ningún jersey. Acabarás desmantelándolos y usándolos como mantel de mesa.

13 dic 2019

Guía para la bida: cómo no envolver regalos de dadiván

Saludos monifáticos. Se acerca dadiván, la época más mágica del año, y eso significa, por encima de todo una cosa: regalos. Por eso hoy os traemos una lista de prácticas comunes que debéis evitar a la hora de envolver vuestros regalos para que llegue a su receptor de la forma más presentable posible.

No uses fuego

A pesar de que la sangre y el fuego eran un envoltorio común y habitual en el Antiguo Egipto, no lo recomendamos hoy en día. A no ser que envuelvas tu regalo justo antes de entregarlo (y siempre recomendamos no hacer las cosas a última hora), lo más probable es que el fuego lo consuma o al menos dañe antes de que el receptor consiga desenvolverlo. Por no hablar de que en muchas ocasiones será necesario equipo adicional para desenvolverlo, como un extintor o un cubo de agua. Todo esto hace que el fuego no sea la opción ideal a la hora de envolver regalos.

No pongas una cobra entre el envoltorio y el regalo

A pesar de que se trata de una costumbre que también se remonta al Antiguo Egipto y ha tenido un largo recorrido, hoy en día incluir reptiles venenosos como un extra en tus regalos está mal visto tanto por los detectives de homicidios como por las organizaciones conservacionistas, por lo que lo mejor será que lo evitemos. Esto también se aplica a otras variantes similares como escorpiones, ciempiés gigantes o dragones de komodo.

Usa una caja

Existen muchas alternativas para poner tu regalo como una esfera de roca sólida, una botella en la que introducir el regalo como si fuera un barco en miniatura, un bloque de hielo, cuernos de beber vikingos, cráneos de caballo, el cajón de un mueble viejo, un saco de arpillera, un tambor, una jarra grande, una bolsa de patatas fritas, el interior de un tomo de enciclopedia en el que se ha cortado un espacio, un lavavajillas, un sobre de buen tamaño, un celemín de madera, la campana de una iglesia, una bolsa de la compra, unos pantalones atados con cuerdas, una funda de almohada, una mochila vieja, un cubo con tapadera, una bota de caña alta o una fiambrera. Pero ninguna supera a la caja de cartón.

No regales agujeros negros

¿No sabes que puedes destruir la tierra con eso? Ni te lo plantees.

No engrases tu regalo

Aunque muchos creen que engrasar su regalo es una forma de que llegue más fácilmente a su receptor, lo cierto es que es muy incómodo tener que abrir un regalo cubierto de sebo, mantequilla, aceite o vaselina. Por eso es algo que deberíamos evitar: tener que estar persiguiendo tu regalo por el salón porque no eres capaz de agarrarlo es una experiencia que puede resultar negativa para muchos y tener un impacto en cómo recibe el regalo una vez logre abrirlo.

No uses papel de burbujas

Estarías corriendo el riesgo de que le gustara más el papel de burbujas que el propio regalo, lo que puede ser bastante grave para nuestra autoestima. En el mejor de los casos es probable que el papel de burbujas robe bastante el protagonismo y distraiga bastante porque pop pop pop pop pop pop pop pop Eeeh, pasemos al siguiente y último punto.

No lo pongas dentro de los cuerpos de tus enemigos derrotados

A no ser que seas un gato, no es recomendable regalar a gente cosas envueltas en cuerpos muertos. Aunque tu familia y seres queridos puedan estar acostumbrados y pensar que, bueno, eres de esa manera, personas que no estén tan familiarizadas con ellos como tus compañeros. Algún exagerado podría llegar incluso a llamar a la policía, cosa que debes evitar a toda costa.

Y eso es todo por hoy. Esperamos que estos consejos os resulten útiles mientras os preparáis para las festividades. Mientras tanto, si queréis compartir vuestros mejores consejos para envolver regalos, no dudéis en dejárnoslos en los comentarios o nuestras cuentas de correo y Twitter.

12 dic 2019

Avance de proyectos - 45

Y como véis, todo sigue marchando como siempre. Vamos a comentar rápidamente un par de cosas sobre dos de estos proyectos.

Recopilatorio de entradas de la Thierra

Seguimos revisando las entradas que vamos a incluir en nuestro recopilatorio de la Thierra, la ambientación principal que usamos en las obras monifáticas. Con todo el caos que suele traer la Dadiván, es bastante poco probable que acabemos la revisión antes de año nuevo, y considerando que vamos a hacer algunas entradas exclusivas para el recopilatorio y que después toca darle un último vistazo y maquetarlo, lo más probable es que no vea la luz hasta finales de marzo. Sea como sea, estad pendientes.

Sukero City

A partir del mes que viene, Kha y yo vamos a empezar un podcast sobre el desarrollo de Sukero City. Se llamará "Escaping from development turbo-hell" y se publicará en el blog del proyecto, pero también lo repostearemos por aquí regularmente. En él hablaremos del desarrollo de la beta de nuestro buque insignia en los juegos de rol, con qué nos hemos encontrado al revisar este monstruo y por qué demonios estamos tardando tanto en dejarlo todo listo. ¡No os lo perdáis!

Y eso es todo por hoy. Aseguraos de estar atentos para el resumen anual del 2019 (que publicaremos el 1 de enero) para ver los propósitos de año nuevo del año que viene y hacer apuestas. Y, como siempre, no os olvidéis de que podéis mandarnos hatemail a nuestro correo, Twitter o dejarlo en los comentarios. ¡Vuestro odio nos hace más fuertes!

5 dic 2019

Sinopsis de Drácula, de Bram Stoker

(Fuente)
La obra en sí comienza cuando Jonathan Joestar, un joven abogado inglés de Londres comprometido con Robert Speedwagon se encuentra en la ciudad de Bistritz y debe viajar a través de Ogre Street hasta la remota América precolombina, una de las regiones más lejanas de la Hungría de esa época, para cerrar unas ventas con Dio. Convirtiéndose durante un breve período de tiempo en huésped del conde, el joven inglés va descubriendo que la personalidad de Dio es, cuanto menos, extraña: ha estado experimentando con la máscara de Piedra en secreto y descubre que de hecho, no es un instrumento de tortura, la máscara sirve para convertir en vampiro a quien se la coloque una vez esta haya hecho contacto con sangre y sus filamentos óseos toquen la cabeza de quien la porte. Poco a poco va descubriendo que es un ser despreciable, ruin y despiadado que acabará convirtiéndole en un rehén en el propio castillo. En el mismo también viven tres jóvenes y bellas vampiresas que una noche, pese a su caída en desgracia y la humillación de la que fueron objeto, no se rindieron y siguieron amando a Jonathan el cual corresponde su amor. Para evitarlo, Dio les entrega un niño que ha secuestrado para que se beban su sangre. La madre del bebé no tarda en llegar al castillo para reclamarlo, pero Dio asesina brutalmente a su mascota, un perro Gran Danés al que Jonathan llamaba Danny al meterlo en un incinerador.

Teniendo al joven Jonathan prisionero en su castillo, Dio, convertido en Vampiro, acaba muy fácilmente con los policías que venían para arrestarlo. La situación fuerza a Jonathan a incendiar su mansión y arrojar a Dio por una ventana para empalar su corazón contra una estatua de la casa para intentar matarlo. Para alcanzar su destino, debe viajar en carruaje hasta un puerto cercano al estrecho del Bósforo, y desde allí George cae inexplicablemente enfermo siendo Dio el encargado de administrar su medicina. Al mismo tiempo, para encontrar un poco de descanso, la joven Speedwagon decide pasar una temporada veraniega con su amiga íntima de infancia Erina Pendleton en la casa solariega que esta posee en Whitby, en la costa de Yorkshire. Erina es una hermosa joven de clase acomodada que vive en una lujosa mansión junto a su madre viuda, la señora Tonpetty. Erina padece de sonambulismo y los planes de Dio llegan lejos cuando le roba su primer beso y humilla públicamente a Erina, que cayó enamorada de Jonathan luego de que este la defendiera de unos bravucones, hecho sangriento del cual Speedwagon es testigo; en este episodio recoge a Erina y la lleva de vuelta a su casa.

La sangre de George hace contacto con la máscara (Dio la tenía puesta) y esta comienza a transformarlo en Vampiro para horror de los presentes. Lo encuentran unas monjas en una abadía cercana, y posteriormente se aloja en un hospital de Budapest, donde se recupera de una fiebre cerebral sufrida a raíz de los terribles hechos vividos en la morada de George. Una monja del hospital se pone en contacto con Speedwagon, pero en medio de la pelea ocurre algo inquietante: unas gotas de sangre caen sobre una misteriosa máscara de piedra la cual cobra vida de modo inexplicable generando unas estructuras óseas de entre los bordes las cuales se clavan en la pared.

Mientras, en Whitby, Erina sufre unos extraños síntomas: palidez extrema, debilidad y le aparecen dos pequeños orificios en el cuello, producidos por una supuesta enfermedad; pero llega a la horrible conclusión de que Dio asesinó a su propio padre y pretende hacer lo mismo con George para adueñarse de la fortuna de los Joestar. Los síntomas de Erina se van agravando tras su regreso a Londres. Al no mejorar la salud de Erina, su prometido Dario Brando y su amigo Jack el Destripador piden consejo a William Anthonio Zeppeli (los tres se habían declarado a Erina). Este médico es el director del manicomio en el que se encuentran a Bruford y Tarkus dos caballeros negros, pertenecientes a la dinastía Tudor, quienes en el siglo XVI, fueron los responsables de haber causado la muerte a sangre fría de la Reina Elizabeth 1ª para así ayudar a su rival política, Mary Stuart, a conspirar para asumir el trono de Inglaterra y por esto, ambos fueron decapitados como castigo. Estos internos, entre otras cosas, practican la zoofagia, cazan y comen moscas, arañas y pájaros. Al observar que la salud de Erina empeora, Jack decide pedir consejo a Zeppeli, que también es un médico holandés experto en enfermedades misteriosas, que fue su profesor durante sus años de carrera. Tras realizar numerosos tratamientos y transfusiones, Erina y su madre mueren (esta última de un ataque cardíaco) y son sepultadas.

Días más tarde, unas noticias publicadas en el periódico de la ciudad hablan de una "hermosa señora de sangre" que muerde a los niños pequeños. Zeppeli sospecha que Erina se ha convertido en no-muerta, y él y sus compañeros montan guardia frente al mausoleo familiar en el que ha sido sepultada la joven. A medianoche los hombres, armados de estacas y linternas, descienden al recinto en el que reposa el cuerpo de Erina; al correr la tapa del sarcófago se percatan que el cuerpo no está dentro del ataúd; sino aprendiendo un arte marcial milenario que canaliza la respiración en una forma de energía similar al sol llamado Hamon. El doctor Zeppeli sella el sepulcro de Erina con hostia consagrada, de manera que esta no puede huir, y se sitúa detrás de la vampiresa con un crucifijo de oro. Los tres enamorados se horrorizan al ver lo que le ha sucedido a la muchacha que amaban. El doctor Zeppeli le pide autorización a Dario para "matar" al monstruo. El joven, destrozado por la transformación de su amada, acepta. El doctor Zeppeli y sus ayudantes completan el rito para que la joven pueda descansar en paz: pero Dio acaba fácilmente con él, convirtiéndolo en una estatua de hielo y acaba por hacerlo añicos. De esta manera Erina Pendleton deja de ser una vampiresa. El tormento abandona su alma, por lo que ya puede descansar en paz.

Robert Speedwagon tras volver de su boda se entera de la muerte del Sr. Brando, que era un gran amigo de ella y de Jonathan; ambos lo consideraban un padre. Una vez recolectadas las evidencias, Jonathan, Speedwagon y George acompañados de varios policías sorprenden a Dio con la intención de arrestarlo por sus crímenes. Al llegar a la casa que el Sr. Brando les dejó como herencia, Speedwagon recibe un telegrama del Dr. Zeppeli y, con gran dolor, se entera de la muerte de su amiga Erinay la madre de esta. Preocupado por su propia salud mental, Jonathan le pide a Speedwagon que lea el diario que él escribió durante su estadía en el castillo de Dio, en Inglaterra. Speedwagon lo lee y queda consternada, tras lo cual comparte esa experiencia con el doctor Zeppeli, contándole todo lo que sospecha. Este averigua finalmente que el conde Dio es un vampiro, por lo que deciden darle muerte, dejando a Speedwagon en la supuesta seguridad del manicomio.

Primero intentan acabar con él en Londres, buscando y purificando todos sus refugios, sin conseguir darle muerte. El conde hábilmente convence a Tarkus para que le abra la ventana, ofreciéndole su pasión: animales vivos, en concreto ratas, debido a que Dio no podía introducirse en un edificio donde no le hubieran permitido el paso. Aprovechando que los hombres se encuentran entretenidos buscándole, entra y le chupa la sangre a Speedwagon. Jonathan pues, se somete al duro entrenamiento y en poco tiempo aprende este arte marcial necesario para enfrentar a Dio quien ha comenzado a sembrar el terror en los alrededores al convertir a un afamado asesino en serie, Jack el Destripador en uno de sus esclavos. Tarkus, agonizante, confiesa sus actos a Zeppeli y luego muere. Seguidamente, Dio vuelve a morder a Speedwagon y le hace beber de su sangre, para que quede de esta manera ligada a él. Este hecho será más tarde denominado por Zeppeli "el bautismo de sangre del vampiro". Poco más tarde, los zombis creados a partir de los pasajeros del barco matan a una madre en presencia de Jonathan y Erina, fracasando así su intento de asentarse en Inglaterra para conseguir víctimas femeninas que incrementen su harén de novias vampiresas.

Todos los que querían acabar con Dio—un grupo de hombres se unen a Jonathan y a Speedwagon en su empresa de terminar con Dio.—, marchan tras él, pues saben que ha huido, pero justo en ese instante, el barco explota y se hunde en el fondo del mar, , quien ha caído bajo el influjo de Dio, aunque no del todo. Tras varios días de viaje llegan a Galatz, donde se desvió el conde con el barco Zarina Catalina gracias a su poder de controlar los vientos y la niebla, y posteriormente llegan al castillo (se habían separado en dos grupos). Esa noche Jonathan y Zeppeli son atacados entonces por los zombis más fuertes de Dio, pero Zeppeli logra ahuyentarlos con la hostia. Al amanecer, su momento de felicidad es interrumpido cuando Dio y uno de sus esclavos supervivientes abordan el barco y ocasionan una matanza a gran escala. Dio; luego sale del castillo, vuelve con Speedwagon, y se van tanto a la búsqueda de Dio como de sus amigos. Todos confluyen cerca del anochecer, durante una tormenta de nieve y acechados por los lobos. Dio, quien, recordemos, no podía estar despierto a la luz solar, viajaba dormido y metido en una caja de tierra, y Erina se aleja en la barcaza poniéndose a salvo junto con la bebita que salvó, quien también la había llevado hasta el puerto en su viaje a Londres. Se libra una batalla, la cual termina cuando Jonathan intenta hacerse amigo de Dio, sin darse cuenta de su plan para desacreditarlo y ganar la confianza de George para que pueda convertirse en el único heredero de la fortuna Joestar. Se termina así para siempre con el sangriento vampiro de Transilvania. Speedwagon, cuando está siendo destruido, observa la paz que asoma al pálido rostro del vampiro tras abrírsele el camino al cielo. La cicatriz que la hostia consagrada había dejado en la frente de Speedwagon desaparece tras la muerte de Dio.