29 dic 2019

Dadiván en el Gran Aceituno: tercera parte

Última parte de un cuento de Dadiván ambientado en Pork. He aquí la primera parte.

Al otro lado del local, Emilia y Rogelia seguían en su encarnizada lucha por la caja del caliguchi que baila y además hace café. Emilia se había subido a la grupa de Rogelia, y trataba de estrangularla con una cortina de baño, acción dificultada por el hecho de que no había soltado la caja del caliguchi que baila y además hace café en ningún momento.
Rogelia, por su parte, había cogido la baguette que Verunnos había arrojado al suelo. Al principio intentó golpear a Emilia con ella, pero poco después le entró hambre y empezó a comérsela.

Emilia seguía apretando la cortina alrededor del cuello de la masa de carne, incapaz de figurarse cómo es que su ex-marido era capaz de hacerlo sin esfuerzo con un sedal. Rogelia se retorció, chocándose contra las estanterías de ambos lados del pasillo, derribándolas a su paso.

Verunnos, royendo la panceta que habían abandonado los hermanos Cavallini, se sobresaltó al ver la escena y se prometió que el año que viene empezaría a ponerse en forma y a combatir el crimen de verdad, quizá incluso pedir el traslado a su vieja comisaría. Pero aún quedaba una semana para el año que viene, de modo que siguió comiendo.

Los hermanos Cavallini, por su parte, recuperaron el conocimiento solo para ver el extraño rodeo de las dos mujeres de modo que, llevados por su instinto carcelario, levantaron una baldosa con la pala de Taiga. Empezaron en vano a tratar de abrir la dura capa de hormigón con la punta de la pala.

Rogelia Larda estaba completamente fuera de sí. Mientras masticaba la baguette, no dejaba de soltar insultos vagamente comprensibles por tener la boca llena y estar acabándosele el oxígeno. Su piel empezó a enrojecerse e irradiar calor mientras sudaba como una maldita gorrina. Los compradores que aún no habían tenido la iniciativa de ponerse a la cola para pasar por caja y salir de ese infierno huían despavoridos

—¡Terremoto! ¡¡TERREMOTO!! —decía una señora de mediana edad echándose al suelo.

—¡Es Freilien montando su puerca espacial! ¡Huyamos! —dijo un joven con un marcado acento sveco.

Los gritos de este último parecieron dar una idea a Emilia, que soltó ligeramente la cortina de baño con la que trataba de ahogar a Rogelia y la agarró como si de unos estribos se tratase. Dirigiéndola hacia la entrada del supermercado, le dio una patada a la altura de las costillas mientras gritaba “¡Arre!”.

Entretanto Gameman estaba junto a las cajas registradoras, manteniendo el orden. Lo cual para él era simplemente estar de pie al lado de las aglomeraciones de gente que querían pasar por caja diciendo en tono desinteresado cosas como “no empujen” o “todos tendrán su turno” mientras Chad-Li, Uriel y Jimmy seguían trabajando como posesos. De vez en cuando lanzaba una bola de qi a alguno que se pasara de la raya, pero es difícil pasarse de la raya con Gameman.

Entonces el temblor finalmente llegó hasta ellos. Uriel apenas levantó la cabeza (durante su carrera ya había estado despachando en un incendio y en una inundación), pero Jimmy sí desvió la vista para ver qué estaba pasando y entonces vio a las dos mujeres dirigiéndose directamente a las cajas, con Rogelia forcejeando y galopando para tratar de librarse de Emilia.

Gameman acabó por dirigir la mirada hacia la dirección de la que provenían los temblores y los gritos. La imagen del inusual rodeo y el preocupante olor a manteca frita fueron suficientes como para hacerle comprender de que, si no se ponía en serio, tanto él como muchos otros podrían morir aplastados o empotrados contra la puerta de salida. Gameman se remangó las ya cortas mangas de su rimbombante gi, y andó hacia la bestia mientras un aura pixelada volvía a envolverlo. El mensaje “Class Change!” volvió a aparecer en el aire, mientras la forma de Gameman cambiaba y se expandía.

Emilia luchaba por mantener el control de la iracunda Rogelia. Había notado que la oronda mujer desprendía cada vez más calor, y que sus fuerzas no mermaban a pesar de que cualquier persona normal habría desfallecido o muerto de anoxia minutos atrás. Pero no importaba, sólo tenía que arrollar la última sección de la cola, pasar por caja, y meterse en el establecimiento más cercano como si nada hubiese pasado. La victoria estaba tan cerca que casi podía olerla. Y por algún motivo, olía a torrezno…

Sin embargo, algo se interpuso entre ella y la libertad: Gameman estaba plantado delante de las cajas registradoras. Su forma había cambiado: ahora había adoptado la oronda fisiología de Lario Lards, el obeso protagonista de la franquicia de juegos Crush & Roll del mismo nombre. Una seta achatada y con un estipe tan ancho como un puño se manifestó en su mano. Gameman se la echó a la boca y la comió de un bocado.

Inmediatamente, el superhéroe creció hasta casi triplicar su tamaño normal, eclipsando con creces a la ya de por sí intimidante Rogelia. Los ojos de Emilia se abrieron como platos, pero recuperó la compostura a tiempo de evitar perder las riendas de Rogelia. Esta seguía forcejeando, probablemente no del todo consciente de la situación, cegada por la ira y siendo incapaz de percibir a nadie que no fuese a Emilia.

La jinete no fue capaz de redirigir a su montura para evitar darse de bruces con Gameman. Rogelia chocó de lleno contra el descomunal superhéroe, lorza contra lorza, poder contra poder.

Los cimientos del edificio volvieron a temblar brevemente. Los compradores que estaban pasando por caja, que ya de por sí estaban rezumando pánico por todos sus poros, se alteraron aún más ante el choque de titanes. Algunos trataron de colarse por las cajas vacías que Gameman había dejado atrás, medio tratando de salir sin pagar, medio respondiendo a su instinto de supervivencia. No fueron muchos, ya que Chad-li se percató rápidamente de la situación y no dudó en saltar sobre una de las cintas transportadoras desiertas, dejar sin sentido a uno de los alborotadores de un solo mamporro bien dado, y volver con tranquilidad a su caja para atender a los clientes de a bien. Jimmy, no daba crédito de la situación en la que estaba metido. Uriel seguía registrando códigos de barras, inmutable.

Al toparse con un obstáculo aparentemente inamovible, Rogelia instintivamente apretó los dientes y tensó todo su cuerpo. Su piel se volvía más y más roja, mientras su temperatura seguía siguiendo cada vez más. Emilia tiró con fuerza de la cortina que estaba usando como riendas: aún no sabía cómo sería capaz de esquivar a Lario Lards en su forma XXXXL, pero de lo que estaba segura es de que tenía que evitar la confrontación entre las dos masas de carne. Pero se le acababa el tiempo. La piel de Rogelia ardía de ira, ahora literalmente; y Emilia sabía que si la cosa seguía así, se quemaría también ella misma. Tenía que hacer algo, tenía que sacarla de ahí, tenía que redirigirla y hacerla pasar por caja, tenía que…

La cortina que hacía de riendas de Rogelia empezó a arder al contacto con su piel, partiéndose por la mitad. Emilia, que estaba tirando de ella con todas sus fuerzas, perdió el equilibro y cayó hacia atrás, dejando a Larda sin jinete.

Larda, completamente fuera de sí por la furia y las altas temperaturas a las que debía de estar sometido su cerebro, cargó de frente contra Gameman, produciendo un efecto que solo puede describirse como una burbuja de una lámpara de lava colisionando con una mayor. Pero con mucho más ruido y pánico.

Ambos empezaron a forcejear en frente de las cajas mientras los clientes se apretujaban para dejarles paso. Emilia, al abrir los ojos en el suelo, vio la enorme mole cerniéndose sobre ella y rodó para esquivarla, sin soltar en ningún momento el caliguchi que baila y además hace café que había llevado bajo el brazo hasta el momento. Cuando estaba a una distancia prudencial del enfrentamiento, se arregló el pelo, dejó salir un suspiro y caminó como si nada hasta la cola de las cajas ante la mirada de ingenuidad de los otros clientes.

Al fin la versión Lario Lards de Gameman consiguió imponerse sobre Larda e inmobilizarla en el suelo, pero estaba tan caliente que no aguantaría mucho tiempo: su esperanza era que se cansara antes de que su transformación no pudiera dar más de sí, pero la mujer no paraba de patalear y gritar como una posesa. Y cada segundo estaba un centímetro más cerca de liberarse y caer sobre el resto de clientes como una albóndiga de ira.

—¡Chico! —lo llamó una voz.

Y levantando ligeramente la mirada pudo ver al capitán Rivas, de lustrosa barba, saltando sobre la melé y llevando entre sus manos unas enormes cadenas que había tomado prestadas de la sección de ferretería.

—¡Sujétala mientras la pongo cómoda! —gritó, estirando las cadenas.

Larda siguió resistiéndose, pero al final los dos consiguieron ponerle las ligaduras y dejar a Larda como un cochinillo.

—Gracias —dijo solo Gameman, habiendo vuelto a su forma original.

—Esto no es nada —replicó el Capitán—. Deberías ver lo que cuesta mantener a los niños tranquilos en la barbería, jaja.

Gameman sonrió.

—¿Cómo van las cosas por ahí atrás?

—No te preocupes, están en buenas manos.

—¡Un paso más y la tenemos! —gritó Taiga a los compradores que se agolpaban en el exterior de la barricada, ansiosos de hacerse con los caliguchis que bailan y además hacen café.

El sargento los estaba manteniendo a raya, con los puños a la vista, mientras Peaceful Friday se disponía a saltar para romper la resistencia de los que estaban acantonados en el interior. Ambos hombres intercambiaron miradas y se asintieron, entonces Peaceful Friday cruzó.

Los compradores atrincherados lo rodearon, o más bien se pusieron a su alrededor bastante preocupados, enarbolando palos de fregona y herramientas como armas. Uno de ellos, vestido de oficinista y bastante nervioso, no pudo aguantar la presión y cargó directamente contra Peaceful Friday, quien se limitó a agarrar su palo y tirar de él para hacerlo caer. Todos los demás retrocedieron un paso.

Todos los demás excepto Nicoleta, que dio un paso al frente con una mirada que decía claramente que no estaba dispuesta a que nadie le arruinase los planes.

—Exigimos que se nos deje el camino libre para completar nuestras compras —ordenó.

Los demás asintieron, nerviosos.

—Así se hará, en cuanto levantéis la barricada y dejéis que todo el mundo acceda a la mercancía.

—¡No! ¡Los caliguchis que bailan y además hacen café auténticos tienen que ser nuestros!

—Los rumores sobre productos falsos son un bulo, señora.

—No escucharemos tus mentiras, humano —replicó ella, cada vez más alterada.

Los demás empezaron a asentir, pero entonces se miraron extrañados al darse cuenta de que había dicho “humano”.

Antes de que entendieran qué estaba pasando, Nicoleta saltó con una agilidad sobrehumana tratando de abatir a Peaceful Friday. El superhéroe se giró para esquivarla en el último momento, adentrándose más y dejando que los demás formaran un corro a su alrededor.

Nicoleta entonces se dio la vuelta, mostrando sus colmillos. Los otros compradores, al verlo, murmuraron sorprendidos que era una vampiresa, probablemente una funcionaria del ayuntamiento.

—¡Una vez acabe contigo nada se interpondrá en mi camino!

—Señora, le ruego que se detenga —la instó Peaceful Friday.

Lejos de eso Nicoleta se volvió a lanzar sobre él a tal velocidad que el ojo humano apenas fue capaz de seguirla. Peaceful Day giró cuarenta y cinco grados y apenas logró apartarse de la trayectoria.

—¡Te demostraré lo que les pasa a los gusanos que se creen más de lo que son! —volvió a amenazar Nicoleta preparándose para otra acometida.

La vampiresa empezó a moverse a toda velocidad de un extremo a otro del círculo en cuyo centro estaba Peaceful Day. El héroe se movía en el sitio con movimientos medidos, esquivando los ataques mientras la vapiresa le dedicaba pasada tras pasada.

—No malgastes fuerzas —le dijo sin dejar de atacar—. Pronto estarás mordiendo el polvo.

Un arañazo se abrió en el brazo del héroe, dejando salir sangre. Y luego otro en su otro brazo y en su pierna. Pero Peaceful Day permanecía completamente sereno, con los ojos cerrados y en perfecta armonía.

Finalmente, el héroe abrió los ojos de golpe y, con un solo movimiento, extendió la mano y atrapó el brazo de la vampiresa en el aire, que se elevó debido a la inercia de la repentina frenada.

Antes de que pudiera reaccionar, Peaceful Day le dio la vuelta en el aire como si no pesase más que una sábana y la trajo hacia sí para poder esposarla por la espalda.

—Todos los años tiene que haber alguno—se dijo.

Nicoleta empezó a gritar algo sobre violencia policial, pero para entonces sus antiguos compañeros ya habían empezado a agarrar sus caliguchis que bailan y además hacen café y a deshacer la barricada para poder salir de ahí.

Con la cabecilla detenida, Peaceful Friday y Taiga establecieron un cordón de seguridad para llegar desde ahí hasta las cajas de forma ordenada.

Una hora más tarde el último comprador salía de la tienda. Jimmy cerró la caja y se resbaló desde el taburete hasta el suelo, exhausto.

—Bueno, ha sido un día interesante —dijo Uriel llegando junto a él.

—¡¿Interesante?! ¡Casi morimos!

—¡Jaja, sí! Bueno, ¿qué? ¿Cerramos y vamos a tomar algo antes de volver con las familias?

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

—Tranquilo, chico, a partir del tercer año te acostumbras.

Jimmy, todavía en el suelo, se miró la punta de los zapatos.

—… está bien, vale, vamos a tomar algo.

—Ese es el espíritu —confirmó Uriel ayudándolo a levantarse.

Narrado por Antiago Sierra Gómez. Referencias usadas:

  • Testimonio presencial del narrador
  • Grabaciones de las cámaras de seguridad de “El Gran Aceituno”.
  • Declaraciones de Uriel Sánchez Vizconde, Verunnos Santana Fontalbán, Rodrigo Rivas García y Peaceful Friday
  • Expediente de penales de Emilia Lapoint

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